Por haber nacido un 25 de diciembre la bautizaron con el nombre de Noëlla. Este año cumplirá cien años desde su nacimiento el día de Navidad de 1919... “¡Una eternidad! Los recuerdos se mezclan y entrelazan en mi memoria cansada; por ello confío en mis dos hijos, aquí presentes, para llenar los espacios en blanco”, dice al magacín francés La Vie esta centenaria mujer, quien en su vida ha dado testimonio de fe sin importar las consecuencias, incluso si ello significaba perder amistades o arriesgar la propia vida.
Noëlla Rouget, miembro de la resistencia durante la ocupación nazi de Francia, superviviente del campo de concentración de Ravensbrück (cercano a Berlín, Alemania), le debe a Dios -dice- “el estar todavía viva, después de tantas pruebas y tinieblas”. Por esto agradece que sus padres fuesen católicos devotos y tener como referente a su hermano Georges, que fue ordenado sacerdote en los años treinta. En Angers, donde vivió su juventud con ellos, trataba de vivir los valores del Evangelio que tenían clavados en sus corazones: “respeto por los demás, cierto sentido de la justicia y el valor de hablar y vivir la verdad. A cualquier precio”, destaca Noëlla.
Con la fe como escudo
Rezaba a diario, cuenta Rouget, pidiendo mirar con los ojos de Cristo a sus enemigos; disposición de fe y espiritual que se tornó dramática cuando arrestaron a su novio Adrien, el 7 de junio de 1943 y unos días después, a ella. “Tengo vagos recuerdos de mi arresto... Fue en la casa de mis padres. Dos hombres entraron. Gestapo. Uno de ellos, me enteraría más tarde, era francés: Jacques Vasseur. Es difícil para mí hablar de él... Torturó a Adrien. Hizo que le dispararan”.
Orar, orar sin descanso
Fue enviada desde Francia a Ravensbrück, campo de concentración a 90 kilómetros de Berlín (Alemania), en enero de 1944. El infierno que miles padecían allí y también ella, trajo momentos de sombras al alma de Noëlla. Pero se aferró, recuerda, “a Dios y a la Virgen”. En concreto “al mismo tiempo que me rebelaba contra mis guardianes, oraba por ellos; creía que ellos, como toda persona humana, eran capaces de recibir la ayuda de Dios. Por la gracia de Dios, escapé de la cámara de gas dos veces”, relata.
Sobrevivió a Ravensbrück, pesando 32 kg y con tuberculosis. Se reencontró con su madre, y supo que Adrien había muerto. Algún tiempo después conocería a su futuro esposo, Andre, con quien engendraron y criaron a sus dos hijos, Patrick y François.
Testigo de humanidad
Más de una década después de finalizada la guerra tuvo noticias del hombre que la había arrestado y matado a su novio, Jacques Vasseur resurgió en mi vida. Tras 17 años de fuga fue arrestado y Noëlla, entre otras 200 víctimas, fue llamada a testificar al juicio, en octubre de 1965. Es aquí que inicia un proceso de vivencias donde brillan las certezas de fe, las enseñanzas de Jesucristo, plasmadas en el alma de esta mujer. Es ella misma quien nos relatará lo sucedido:
“Me sorprendió enterarme de todas las atrocidades que había cometido (n. del e.: fue considerado responsable de 310 deportaciones y 230 muertes). Su arrogancia e impasibilidad me hizo sentir incómoda, abrumada. Pero siempre he estado en contra de la pena de muerte. La vida, esta cosa bella y sagrada, se nos da. No nos pertenece. Por lo tanto, antes de la fase final del juicio, escribí al presidente del tribunal en favor de Vasseur: «Los horrores experimentados bajo el régimen de los campos de concentración me han hecho siempre consciente de todo lo que puede dañar la integridad física y moral del hombre, y me he unido a las filas de aquellos que piensan que, si bien debemos luchar contra el error, no tenemos el derecho de disponer de la vida de la persona que se equivoca, que debemos luchar contra la enfermedad y no matar al enfermo». Luchar contra el pecado y no matar al pecador, que es lo que hizo Jesús.
Mi petición no fue escuchada. Vasseur fue condenado a un pelotón de fusilamiento. No queriendo rendirme, escribí al general de Gaulle: «Porque creo en Dios, en quien reconozco al único dueño absoluto de la vida y de la muerte; porque creo en mi país, en su espíritu humanitario que pronto lo llevará, espero, a través de una reforma legislativa, a abolir la pena de muerte... Le ruego, señor presidente de la República, que haga uso de su derecho de indulto en favor de Jacques Vasseur». Y lo hizo. La sentencia se transformó en prisión perpetua. Me regocijé.
Sin embargo, no todos mis camaradas aceptaron mi enfoque. Y puedo entender que... Es así: o tienes fe o no la tienes. Sufrí al ser considerada una traidora a la causa, pero ese fue el precio que tuve que pagar. Sabía que estaba en el camino correcto, el camino de mi conciencia y mi fe.
En el nombre de Dios, sólo podía defenderlo, ir más y más lejos para ayudarlo. Llevarlo a la conciencia de sus hechos pasados, al arrepentimiento y, finalmente, a la redención. Tenía que haber una pequeña llama humana dentro de él y quería intentar reavivarla. Así que le escribí cartas a él mientras estaba en prisión, y a su madre, Yvonne. Me escribió. Nunca expresó la más mínima disculpa, la más mínima señal de arrepentimiento. Al contrario, se quejó de su destino. Mantuve el enlace, a pesar de todo. Con la esperanza de que el bien siempre puede triunfar en el corazón de una persona; todos tenemos que luchar contra el mal que hay en nosotros. Éste es uno de los mensajes que quiero transmitir a los jóvenes de hoy: cuidado con los juicios definitivos, con las afirmaciones perentorias, porque la gracia de Dios tiene el poder de cambiar a cualquier hombre, sea quien sea.
No sé en qué estado mental murió Vasseur. Había dejado de responderme el día que salió de la cárcel, ya que su sentencia fue reducida, y yo hice todo lo posible para que así fuera. Pero sigo rezando por él, por la salvación de su alma. Pido a Dios que lo acoja en el Cielo, donde espero encontrarlo algún día. Porque no conocemos la bondad de Dios - podemos imaginar todo y, sobre todo, esperar todo. Por mi parte, espero que el Señor me perdone mi inconstancia, que sea indulgente conmigo y misericordioso como lo he sido con algunos otros. Durante mi larga existencia y en la adversidad, he tratado de ser honesta. De todo corazón, quería seguir la regla de oro del Evangelio: no hacer a los demás lo que uno no aceptaría para sí mismo. Es muy sencillo, pero requiere una cierta violencia contra las malas inclinaciones, la fuerza y las elecciones valientes de cada uno. Y sobre todo, un espíritu de resistencia”.