La paternidad de Pedro
En las intensas horas que preceden al inicio del Cónclave convocado para elegir al nuevo Sucesor del Apóstol Pedro, vale la pena recordar un aspecto crucial del servicio del Obispo de Roma, particularmente percibido por el pueblo de Dios: la paternidad. Millones de personas, en el momento del inesperado anuncio de la muerte de Francisco, se sintieron huérfanas de padre.
Al regreso de su viaje a la India en diciembre de 1964, Pablo VI reflexionó sobre la experiencia de la paternidad en diálogo con su amigo, el filósofo Jean Guitton. A su llegada, el Pontífice había sido recibido por la calle por más de un millón de personas pertenecientes a todas las religiones. Un abrazo inolvidable. La multitud invadía la calle, asediaba el Lincoln con techo abrible que Pablo VI dejaría más tarde como regalo a la Madre Teresa de Calcuta. Durante dos horas, sin descanso, el Papa Montini saludó y bendijo. Recordando aquel encuentro con la multitud, el Papa confió a Guitton: "Creo que, de todas las dignidades de un Papa, la más envidiable es la paternidad. Me tocó acompañar a Pío XII en ceremonias solemnes. Se lanzaba a la multitud como en la piscina de Betsaida. Se agolpaban en torno a él, le rasgaban la túnica. Y él estaba radiante. Recuperaba fuerzas. Pero entre ser testigo de la paternidad y ser personalmente padre hay como un mar. La paternidad es un sentimiento que invade el espíritu y el corazón, que nos acompaña a todas las horas del día, que no puede disminuir, sino que crece, porque crece el número de los hijos".
No se trata, añadía Pablo VI, "tanto de una función como de una paternidad. Y no puede dejar de ser padre.... Me siento padre de toda la humanidad.... Y este sentimiento en la conciencia del Papa es siempre nuevo, siempre fresco, en estado naciente, siempre libre y creativo. Es un sentimiento que no fatiga, que no cansa, que reposa de todo cansancio. Nunca, ni siquiera por un momento, me sentí cansado cuando levanté la mano para bendecir. No, yo nunca me cansaré de bendecir ni de perdonar. Cuando llegué a Bombay, había que recorrer veinte kilómetros para llegar a la sede del Congreso. Multitudes enormes, interminables, densas, silenciosas, inmóviles, enmarcaban la carretera - multitudes espirituales y pobres, esas multitudes ávidas, apretujadas, desvestidas, atentas que sólo se ven en la India. Tenía que seguir bendiciendo. Un amigo sacerdote, que estaba cerca de mí, creo que al final me sostuvo del brazo, como el siervo de Moisés. Y sin embargo no me siento superior, sino hermano, inferior a todos porque llevo la carga de todos".
El Sucesor de Pedro es un hermano, "inferior a todos" porque soporta el peso de todos. Pocos meses antes de aquella experiencia en la India, Pablo VI ya había experimentado lo que significaba ser literalmente «tragado» por el abrazo de la gente. Era enero de 1964, durante su primer viaje apostólico, a Tierra Santa. Un viaje fuertemente deseado por el Papa Montini. En Jerusalén, cerca de la Puerta de Damasco, había una multitud tan numerosa que el recibimiento no pudo tener lugar según el programa previsto. El mismo automóvil del Papa se bamboleaba como una barca y él, salido a fatiga y protegido por los soldados del rey Hussein, apenas pudo atravesar la Puerta de Damasco sin posibilidad de que su séquito le acompañara. Pablo VI recorrió toda la Vía Dolorosa entre la multitud que abarrotaba hasta el tope las antiguas callejuelas de la Ciudad Santa. A veces parecía terminar engullido por la multitud. Su rostro permaneció siempre sereno y sonriente mientras levantaba las manos para bendecir.
El padre Giulio Bevilacqua, amigo personal del Pontífice, reveló aquella tarde a un grupo de periodistas reunidos ante la Delegación apostólica en Jerusalén que muchos años antes Giovanni Battista Montini le había confiado: "Sueño con un Papa que viva libre de la pompa de la corte y de las ataduras protocolares. Finalmente, solo en medio de sus diáconos". Por eso, había concluido Bevilacqua, "estoy convencido de que hoy, aunque abrumado por la multitud, es más feliz que cuando desciende a San Pedro en la silla gestatoria...".