Opinión

Intelectuales en Tegucigalpa

por Jaime Nubiola 05-08-2025

Cuando hace más de cuarenta años preparaba mi tesis doctoral en filosofía del lenguaje me llamó la atención uno de los ejemplos que usaba el profesor Willard V. O. Quine (1908-2000) para analizar los nombres y los enunciados de identidad. Se trataba de «Tegucigalpa es la capital de Honduras». Era un buen ejemplo porque Quine suponía que sus lectores no eran de Tegucigalpa, ni sabían nada de esa ciudad, salvo que era la capital de Honduras.

Han pasado muchos años y el mundo en estas décadas se ha hecho notablemente más pequeño. De hecho, en estos años he tenido un buen número de estudiantes hondureños, algunos de ellos particularmente valiosos, y he tratado en España a algunos inmigrantes de aquel país. Pregunto a Google y su IA me responde que «se estima que más de un millón de hondureños residen fuera de su país, con la mayoría concentrada en Estados Unidos y España, aunque también existen comunidades en México y otros países».

Todo esto viene a cuento de que el próximo sábado 2 de agosto me han invitado a impartir una sesión online en el Centro Universitario Guaymura de Tegucigalpa. Me hace ilusión. Voy a hablarles —como en tantos otros lugares— de «La vida intelectual: pensar, leer y escribir», pues me parece que es la mejor manera de persuadir a los jóvenes para que se tomen en serio su crecimiento personal. Se trata de invitarles a pensar sobre su propia vida, sus aspiraciones, ilusiones y proyectos, y para ello lo más eficaz, además de leer y dialogar, es alentarles a que pongan por escrito lo que llevan en su cabeza y su corazón y lo compartan con personas de su confianza.

La vida intelectual no es otra cosa que vitalidad interior. Su enemigo es la superficialidad, la precipitación y en estos últimos años la dispersión que implica el scrolling infinito en las redes sociales.

Esta semana me escribió María G. desde Alta Engadina, en los Alpes suizos, y trajo a mi memoria el prólogo que Nietzsche escribió precisamente desde allí para su libro Aurora en otoño de 1886. Copio solo unas pocas líneas: «Este prólogo llega tarde, aunque no demasiado tarde; ¿qué más da, a fin de cuentas, cinco años que seis? Un libro y un problema como estos no tienen prisa; además tanto mi libro como yo somos amigos de la lentitud. No en vano he sido filólogo, y tal vez lo siga siendo. La palabra "filólogo" designa a quien domina tanto el arte de leer con lentitud que acaba escribiendo también con lentitud. No escribir más que lo que pueda desesperar a quienes se apresuran [...]. La filología es un arte respetable, que exige a quienes la admiran que se mantengan al margen, que se tomen tiempo, que se vuelvan silenciosos y pausados; un arte de orfebrería, una pericia propia de un orfebre de la palabra, un arte que exige un trabajo sutil y delicado, en el que no se consigue nada si no se actúa con lentitud.»

Es una cita hermosa. No se la leeré a mi audiencia de Tegucigalpa, pero sí que les invitaré a apagar sus celulares para escucharse unos a otros, para poder leer con serenidad, con placer y por placer, para poder pensar por su cuenta y riesgo, y así ganar en libertad interior. Solo si la voluntad aprende a llevar las riendas de la atención podemos hacernos realmente dueños de nuestra vida hasta el punto de llegar a convertirla en una obra de arte, en una obra del mejor arte del que cada uno sea capaz.

En cambio, sí que les leeré una frase de Plutarco que empleó la novelista J. K. Rowling en su commencement speech en Harvard en el año 2008: «Una de las muchas cosas que aprendí al final de aquel pasillo de Clásicas [Exeter], por el que me aventuré a los dieciocho años en busca de algo que entonces no habría sabido definir, fue esto, escrito por el autor griego Plutarco: «Lo que logramos internamente cambiará nuestra realidad exterior»». Los jóvenes —y a menudo también los adultos— tienden a justificar su pasividad por las difíciles circunstancias exteriores (la falta de tiempo, la dependencia de otros, la carencia de recursos económicos, etc.). Sin embargo, no es así; la batalla decisiva está dentro de cada uno. Lo más importante en nuestra vida es elegir a qué dedicamos realmente nuestra atención. Si nos dispersamos en banalidades la vida humana resulta a la postre intolerablemente aburrida.

Todo esto lo tienen bien experimentado muchos jóvenes cuyas vidas oscilan entre una dolorosa sensación de soledad y un aburrimiento a menudo insoportable. Imagino que a los jóvenes universitarios de Tegucigalpa que me escuchen les pasará también algo parecido, que el consumismo superficial les roba la atención y que por eso no llegan a hacer lo que de verdad les gustaría hacer. Por eso quiero hablarles de la vida intelectual, de pensar, leer y escribir, para que intenten ganar un mayor protagonismo en su propia vida.