Opinión

Asesinado con 22 años

Beato Mártir Marcel de Santa Ana. Carmelitas Descalzos

Cada vez que llega el verano y los días posteriores a la gran fiesta del Carmelo Descalzo, la solemnidad de la Virgen del Carmen, la mirada se dirige a esos lugares donde la sangre corre por las calles. Así de real y directo. No se puede ocultar lo que acontece en la España de 1936 a partir del 20 de julio en Barcelona y por Guadalajara el día 24 y el 31 en Toledo y... Podríamos seguir recordando muchos más días que nos recuerdan asesinatos en plena calle de aquellos que no ocultan su condición de religiosos. ¡Mueren por eso!; porque son defensores de la Verdad y no quieren renunciar a su fe. Con eso basta para recibir la palma del martirio. 

La lista es muy larga. Vamos a poner la mirada en uno de tantos. Un joven que quiere ser sacerdote carmelita. Se llama José María. Nace el 2 de marzo de 1914 en Cogul (Lérida). Sus padres, José Masip y María Tamarit, dejan el pueblo por la capital, donde ejercen como demandaderos de las carmelitas descalzas. En ese ambiente, brota la vocación religiosa de José, que ingresa en el seminario menor carmelitano en Palafrugell (Gerona) a los 11 años. El noviciado lo hace en Tarragona y allí profesa el 27 de julio de 1930 como Marcelo de Santa Ana.

Al año siguiente es destinado al Monte Carmelo (Israel), donde estudia filosofía y cumple con el servicio militar desde misiones extranjeras. Para los cursos de teología viene a Barcelona.

Llega julio de 1936 y la tensión es máxima. Los frailes comienzan a huir antes de ser apresados en su misma casa. Cada uno como puede. Y según salen por distintas puertas y no todos a la misma hora, son asesinados sin piedad alguna. Esto ocurre el 20 de julio. El hermano Marcelo, en la huida del convento, recibe un golpe de fusil y cae sobre el hermano Juan José de Jesús Crucificado, herido éste de muerte. Al hermano Marcelo lo llevan a una clínica de la que puede escapar y se refugia en casa de unos de unos picapedreros conocidos del santuario de Santa Teresita en Lérida que en esos momentos viven en Barcelona. Pasado un tiempo se encuentra con el P. Antonio María de Jesús. Buscan refugio en la posada que regenta un hermano del P. Antonio. Allí son detenidos y llevados a una casa del Paseo de San Juan el 3 de septiembre. En torno al día 7 los sacan y ya no se sabe nada más de ellos. 

Una vida corta e intensa la de este fraile. Lo tiene claro, es hijo de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz. Sueña con ser sacerdote y ofrecer en el altar cada día el santo sacrificio de la misa, pero no llega a ser realidad ese sueño. Dios le pide algo más grande aún, ser mártir, ser testigo suyo, decir sin miedo que no hay un amor más grande que Jesucristo. Muere, pero no muere, empieza a vivir para siempre. Lo pasa muy mal, va de su hogar, el convento de los carmelitas descalzos de Barcelona a un hospital, después a una casa, más tarde a otra y al final a una prisión improvisada. 

Lo que sucede esos últimos días de su vida nos muestra que nada puede frenar la fe de un mártir, ha nacido para eso; no lo sabe al nacer ni al tomar la decisión de ser carmelita descalzo, pero está abierto a la divina providencia. Ha vestido el hábito de la Reina del Carmelo y la capa blanca de la Virgen lo cubre al mismo tiempo que lo prepara para el momento final en que lo que Dios le pide es algo muy grande, ¡la vida! ¡Y la entrega sin miedo alguno! 

¡Muere por ser fraile! ¡El cielo se abre! ¡Su sangre corre por la calle! ¡Su alma vuela al cielo! ¡Vive para siempre! ¡Se encuentra con el mismo Dios! ¡Y con la Virgen! ¡Y con San José! ¡Y con todos los santos y los ángeles! 

¡No podemos olvidarlo! ¡Hay que anunciarlo! ¡Compartirlo! ¡Es un mártir! ¡No es el único! ¡Es muy joven! ¡Quería ser sacerdote! ¡Se queda en acólito! ¡Entrega su cuerpo!

¡Lo matan! ¡Le quitan la vida! ¡No quieren que viva! ¡La ira y furia cae sobre él! ¡Lo soporta todo! ¡Lo ofrece todo! ¡Perdona a sus asesinos! ¡Sufre unos momentos! ¡Mira al cielo!

Y con el paso de los años es beatificado en Roma el 28 de octubre de 2007; no sólo él, sino 498 mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España. Después han sido beatificados muchos más y otros están en proceso. 

Al terminar estas líneas vienen de improvisto a la mente el nombre y el rostro de algunos chicos que conozco. Tienen la misma edad que el Hermano Marcelo al morir. Se los presento para que los cuide y guíe sus pasos. Es un verano muy especial para ellos por diversos motivos. Se enfrentan a situaciones que no estaban previstas para estas fechas. Tenían otros planes muy distintos, no pensaban pasar por lo que ahora viven. Lo mismo le sucede al Hermano Marcelo, ¿quién le iba a decir que viviría una guerra tan cruenta en su tierra? Ellos, estudiantes universitarios, tienen una vida por delante. Pasarán los meses de verano y tendrán que volver a clase mientras que el Hermano Marcelo de Santa Ana, carmelita descalzo, no puede terminar aquel verano porque muere asesinado con 22 años.