Quizá lo más chocante de las conversaciones entre los fariseos y Jesús sea lo rápido que una diferencia de opinión, la defensa de las propias razones y la antipatía humana hacia el adversario pueden convertirse en odio indisimulado, agresión, hostilidad despectiva y, en última instancia, en intento de asesinato.
Más de una vez, leyendo atentamente los Evangelios, descubrimos a la élite intelectual y espiritual de Israel haciendo esto. Quizá lo más desconcertante es que eran profundamente religiosos y piadosos, obedecían escrupulosamente todas las disposiciones de la Ley, ofrecían sacrificios, daban limosna a los pobres, rezaban las oraciones prescritas. Además, también estudiaban los libros sagrados que escondían la revelación de Dios: la Torá, los escritos de los profetas, los salmos. ¿Cómo es posible que no sólo no reconocieran en Jesús al Mesías anunciado, sino que además quisieran matarlo?
La palabra que no tiene lugar
El propio Jesús los deja en evidencia con una contundente afirmación recogida por San Juan Evangelista de la siguiente manera: "Buscáis matarme porque mi enseñanza no está en vosotros" (Jn 8,37). En el original griego del Evangelio de Juan, esta frase se lee así: λόγος ὁ ἐμὸς οὐχωρεῖ ἐν ὑμῖν (logos ho emos ou chorei en hymin). Traducido literalmente, significa: 'Mi palabra no tiene lugar (ou chorei) en ti'.
Es un diagnóstico muy fuerte. Resulta que las personas piadosas y religiosas, incluso las que estudian la Palabra de Dios, pueden al mismo tiempo negarse a dejarla entrar en sí mismas, no dejarle espacio en su interior. Así, su comunión con la Palabra de Dios es aparente, puramente externa, y sus prácticas religiosas están tan ritualizadas y formalizadas que, en lugar de revelar la verdad, se cierran a ella. ¿Por qué sucede esto?
La trampa farisaica
Parece que el problema de los fariseos es en parte también nuestro problema. Sí, hoy es poco probable que matemos físicamente a alguien, pero la religiosidad superficial y la fe inauténtica, basadas en hábitos y estereotipos establecidos, no son nada raras. A menudo caemos en la trampa de la superficialidad y la inautenticidad porque la religiosidad sirve para construir nuestro ego, para reforzar en nosotros una actitud de superioridad, un sentido de la justicia o la corrección moral. También es frecuente que nuestra religiosidad tranquilice nuestra conciencia o nos dé la sensación de que somos justos ante Dios. De este modo, llenamos el lugar espiritual que debería estar preparado en nosotros para encontrarnos con Dios con sucedáneos que pretenden darnos una buena sensación moral y espiritual, pero que no nos abren necesariamente a Dios.
Por eso, cuando alguien o algo rompe este estado que nos hemos creado artificialmente, perdemos la sensación de seguridad, caemos en la ansiedad y se desencadena en nosotros la agresividad. Los fariseos querían matar a Jesús. Somos capaces de destruir y perseguir a nuestro prójimo con chismes, descalificaciones, una mirada lastimera o una palabra hiriente. De este modo, aunque aparentemente vivimos cerca de Dios, en realidad nos alejamos de Él. De ahí que necesitamos sensibilidad espiritual y vigilancia para no caer en la trampa de apropiarnos de un lugar que sólo debería pertenecer a la palabra de Dios.