El discipulado cristiano nos llama a todos a ser profetas, abogar por la justicia, ayudar a dar voz a los pobres y defender la verdad. Pero no todos, por temperamento o por vocación particular, estamos llamados a la desobediencia civil, a las manifestaciones públicas y a los piquetes, como lo estuvieron Dorothy Day, Martin Luther King, Daniel Berrigan y otras figuras proféticas. A todos se les pide que sean profetas, pero para algunos esto significa más empuñar una palangana y una toalla que blandir una pancarta.
Hay una forma poderosa de ser proféticos que, aunque aparentemente silenciosa y personal, nunca es privada. Y sus reglas son las mismas que las de quienes, en nombre de Jesús, blanden pancartas y se arriesgan a la desobediencia civil. ¿Cuáles son esas reglas, las reglas de una profecía cristiana?
En primer lugar, un profeta hace un voto de amor, no de alienación. Hay una distinción crítica entre provocar problemas y ofrecer profecías por amor, una distinción entre operar desde el egoísmo y operar desde la fe y la esperanza. Un profeta se arriesga a la incomprensión, pero nunca la busca, y un profeta procura tener siempre un corazón apacible y no airado.
En segundo lugar, un profeta extrae su causa de Jesús y no de una ideología. Las ideologías pueden ser portadoras de mucha verdad y auténticas defensoras de la justicia. Pero, la gente puede alejarse de una ideología, viéndola precisamente como una ideología, como lo políticamente correcto, y así justificar su rechazo a la verdad que conlleva. La gente sincera a menudo se aleja de Greenpeace, del feminismo, de la Teología de la Liberación, de la Teoría Crítica de la Raza y de muchas otras ideologías que, de hecho, encierran mucha verdad porque esas verdades están envueltas en una ideología. La gente sincera no se alejará de Jesús. En nuestra lucha por la justicia y la verdad, debemos estar siempre atentos a que extraigamos nuestra verdad de los Evangelios y no de alguna ideología.
En tercer lugar, un profeta está comprometido con la no violencia. Un profeta siempre busca desarmarse personalmente en lugar de armarse, ser, en palabras de Daniel Berrigan, un criminal impotente en una época de poder criminal. Un profeta se toma en serio a Jesús cuando nos pide, frente a la violencia, que pongamos la otra mejilla. Un profeta encarna en su manera de vivir la verdad escatológica de que en el cielo no habrá armas.
En cuarto lugar, un profeta articula la voz de Dios para los pobres y para la tierra. Cualquier predicación, enseñanza o acción política que no sea una buena noticia para los pobres no pertenece al Evangelio de Jesucristo. Jesús vino a traer buenas noticias a los pobres, a "las viudas, los huérfanos y los extranjeros" (código bíblico para los grupos más vulnerables de la sociedad). Como dijo una vez el famoso pastor Forbes Nadie va al cielo sin una carta de recomendación de los pobres. No estamos hechos para ser la iglesia simpática.
En quinto lugar, un profeta no predice el futuro, sino que nombra adecuadamente el presente en términos de la visión que Dios tiene de las cosas. Un profeta lee dónde está el dedo de Dios dentro de la vida cotidiana, en función de nombrar nuestra fidelidad o infidelidad a Dios y en función de señalar nuestro futuro en términos del plan de Dios para nosotros. Este es el desafío de Jesús: leer los signos de los tiempos.
Sexto, un profeta habla desde un horizonte de esperanza. Un profeta extrae su visión y su energía no de la ilusión ni del optimismo, sino de la esperanza. Y la esperanza cristiana no se basa en si la situación del mundo es mejor o peor en un día determinado. La esperanza cristiana se basa en la promesa de Dios, una promesa que se cumplió en la resurrección de Jesús, que nos asegura que podemos confiarnos al amor, la verdad y la justicia, aunque el mundo nos mate por ello. La piedra siempre rodará de la tumba.
En séptimo lugar, el corazón y la causa de un profeta nunca son un gueto. Jesús nos asegura que en la casa de su Padre hay muchas habitaciones. La profecía cristiana debe garantizar que ninguna persona o grupo pueda hacer de Dios su propia deidad tribal o nacional. Dios es igualmente solícito con todos los pueblos y todas las naciones.
Por último, un profeta no sólo habla o escribe sobre la injusticia, un profeta también actúa y lo hace con valentía, incluso a costa de la muerte. Un profeta es una figura de sabiduría, un Magus o una Sophia, que actuará, sin importar el coste en amigos perdidos, prestigio perdido, libertad perdida o peligro para su propia vida. Un profeta tiene suficiente amor altruista, esperanza y valor para actuar, cueste lo que cueste. Un profeta nunca busca el martirio, sino que lo acepta si lo encuentra.
Creo que este último consejo es el más difícil para los profetas "silenciosos". Las figuras de la sabiduría no tienen fama de estar en los piquetes, pero en eso radica el reto. Un profeta puede discernir en qué momento aparcar la pancarta y sacar la palangana y la toalla, y en qué momento dejar a un lado la palangana y la toalla y recoger la pancarta.