La terapia de una vida pública

28 de junio de 2023

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Hace más de cincuenta años, Philip Rieff escribió un libro titulado The Triumph of the Therapeutic (El triunfo de lo terapéutico). En él sostenía que en el mundo secularizado ha surgido una fuerte dependencia de la terapia privada debido, en gran medida, a la desintegración de la comunidad.

 

Según él, las sociedades cuyas familias y comunidades son fuertes necesitan menos la terapia privada. Para la gente es más fácil resolver sus problemas en el seno de la comunidad.

 

Si Rieff tiene razón, y yo creo que la tiene, se deduce que muchas de las cosas que hoy nos llevan al diván terapéutico más que con la terapia privada, se solucionarían en gran medida con una participación más plena y sana en la vida pública, incluida la vida eclesial. Necesitamos, como sugiere Parker Palmer, la terapia de una vida pública.

 

¿Qué significa esto? ¿Cómo puede ayudar a curarnos la vida pública ?

 

En pocas palabras: la vida pública (la vida en comunidad, más allá de nuestras intimidades privadas) se convierte en terapéutica al sumergir nuestra fragilidad en una red social que puede ayudarnos a mantener la cordura, darnos un cierto ritmo dentro del cual caminar y vincularnos a recursos que van más allá de la pobreza de nuestro desamparo privado.

 

Participar sanamente en la vida de los demás, vincula nuestras vidas a algo más grande que nosotros mismos y esto es terapéutico porque la mayor parte de la vida pública tiene un cierto ritmo y regularidad que ayuda a calmar el caótico torbellino de nuestras vidas privadas; a menudo atormentadas por la desorientación, la depresión, la fragilidad psicológica, la paranoia y diversas obsesiones.

 

La participación en la vida pública, nos da cosas claramente definidas que hacer: lugares de parada regulares, acontecimientos regulares estructurados, una estabilidad, un ritmo. Estos son bienes que el diván psiquiátrico no proporciona. La vida pública nos vincula a recursos que pueden darnos poder más allá de nuestra propia impotencia. Lo que soñamos solos, sigue siendo un sueño. Lo que soñamos con otros puede hacerse realidad.

 

Pero todo esto es bastante abstracto. Intentaré ilustrarlo con un ejemplo. Mientras cursaba estudios de doctorado en Bélgica, tuve el privilegio de asistir a las conferencias de Antoine Vergote, un reputado doctor tanto en psicología como en el alma. Un día le pregunté cómo había que manejar las obsesiones emocionales, tanto en uno mismo como cuando se intenta ayudar a los demás. Su respuesta me sorprendió. Me dijo algo así:

 

"La tentación que puedes tener como sacerdote es seguir de forma simplista el edicto religioso: '¡Lleva tus problemas a la capilla! Reza. Dios te ayudará'. No es que eso esté mal. Dios y la oración pueden ayudar y ayudan. Pero la mayoría de los problemas obsesivos paralizantes son, en última instancia, problemas de exceso de concentración... y el exceso de concentración se rompe principalmente saliendo de uno mismo, fuera de la propia mente y del propio corazón, de la propia vida y de la propia habitación. Haga que la persona emocionalmente paralizada se involucre en cosas públicas: reuniones sociales, entretenimiento, política, trabajo, iglesia. ¡Saque a la persona de su mundo cerrado y llévela a la vida pública!"

 

Por supuesto, matizó que esto difiere considerablemente de cualquier tentación simplista de limitarse a enterrarse en distracciones y trabajo. Su consejo aquí no es que uno deba huir de hacer un trabajo interior doloroso, sino que, en ocasiones, hacer el trabajo interior depende en gran medida de las relaciones externas. A veces, sólo una comunidad puede estabilizar la cordura.

 

Como corolario de esto, ofrezco este ejemplo: Llevo más de 40 años enseñando teología en varias universidades. Son muchos los estudiantes emocionalmente inestables, cargados de todo tipo de dolores e inestabilidades interiores, que llegan a estas universidades, frecuentan las aulas, la cafetería, la capilla y las áreas sociales, y poco a poco se vuelven más estables y fuertes emocionalmente. Fortaleza y estabilidad que no provienen tanto de los cursos de teología como del ritmo y la salud de la vida comunitaria. Estos estudiantes mejoran no tanto por lo que aprenden en las aulas sino por su participación en la vida fuera de ellas. La terapia de una vida pública les ayuda a curarse.

 

Además, para nosotros como cristianos, la terapia de la vida pública también significa la terapia de una vida eclesial. Nos volvemos emocionalmente más sanos, más estables, menos obsesionados, menos esclavos de nuestra propia inquietud, y más capaces de convertirnos en lo que queremos ser participando sanamente en la vida pública de la Iglesia.

 

Los monjes, con su ritmo monástico, han comprendido esto desde hace mucho tiempo y tienen secretos que vale la pena conocer: El programa, el ritmo, la participación pública, la exigencia de presentarse y la disciplina de la campana monástica han mantenido a muchos hombres y mujeres sanos y, además, relativamente felices.

 

La Eucaristía regular, la oración regular con los demás, las reuniones regulares con otros para compartir la fe, los deberes y responsabilidades regulares dentro del ministerio no sólo nutren profundamente nuestra vida espiritual, sino que también nos ayudan a mantenernos cuerdos y firmes.

 

Robert Lax, que influyó enormemente en Thomas Merton, sugiere que nuestra tarea en la vida no consiste tanto en encontrar un camino en el bosque como en encontrar un ritmo al que caminar. La vida pública puede ayudarnos a encontrar ese ritmo.

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