Todo en nuestras vidas tiene una dimensión formativa, en el sentido de que lo que nos pasa, lo que hacemos, lo que sentimos, configura poco a poco, o con cierta rapidez, nuestros modos de pensar, de escoger, de sentir.
En unas conferencias sobre la formación permanente pronunciadas en España el año 2019, el padre Amedeo Cencini explicó la importancia de formar la propia sensibilidad, los afectos y las emociones.
Cada ser humano tiene dimensiones fundamentales que están en una relación continua. Entre esas dimensiones, tenemos la inteligencia, la voluntad, y la sensibilidad.
A veces pensamos que las facultades más importantes sean la inteligencia y la voluntad. Pero el mundo afectivo, emocional, tiene un papel básico, incluso un poder para controlar lo que pensamos y lo que elegimos.
De ahí surge la importancia de formar nuestros sentimientos, como señalaba en esas conferencias el P. Cencini. Porque los sentimientos y afectos no son algo incontrolable, sino que muchas veces dependen de actos concretos que escogemos libremente.
Así, quien opta por ver ciertos vídeos frívolos, superficiales, incluso de mal gusto, configurará sus emociones y sentimientos en una dirección equivocada, hasta llevarle a mirar de modo incorrecto a otras personas con las que se encuentra cada día.
Quien lee continuamente páginas de Internet llenas de odio hacia algunas personas concretas, hará que su dimensión afectiva se oriente hacia sentimientos negativos de rabia, de rencor, incluso hasta llegar a sentimientos de venganza.
Por eso es tan importante tomar conciencia de que cada acto que realizamos plasma nuestro mundo emocional, sea hacia una configuración dañina, sea hacia una orientación positiva y sana.
Formarnos en la sensibilidad, desde una visión cristiana de la vida, implica abrirse a la acción continua de Dios. Porque si Dios nos ha creado por amor y para el amor, no deja de enviar mensajes y ayudas para que orientemos nuestro mundo afectivo hacia lo bueno, noble y bello.
Así se entiende mejor esa exhortación de san Pablo: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2,5). En otras palabras, se trata de configurar nuestro corazón como el del Maestro, para que esté lleno de bondad y de mansedumbre (cf. Mt 11,29).
Cada día tenemos ocasiones para formar nuestra sensibilidad. Basta con rechazar aquellas opciones que nos orientan a sentimientos dañinos, y con estar atentos a la acción de Dios, que en cada momento nos sugiere, suavemente, cómo vivir desde el amor y para amar.