En estos últimos meses me he encontrado en varias ocasiones con estudiantes que al definirse a sí mismos me decían: «Es que yo soy muy random» (con el acento en la a). La primera vez no lo entendí, pero poco a poco he ido cayendo en la cuenta de que quienes se consideran un poco randoms son, en cierto sentido, amantes de la libertad porque aspiran a un estilo de vida un poco más alternativo. No quieren hacer lo que hacen todos —o al menos la mayoría—, no quieren ser normales como tantos alumnos que al pedirles que escriban su biografía comienzan diciendo: «Yo soy una chica —o un chico— normal».
El término inglés random equivale al español de origen árabe «azar», o en su uso adjetivo «azaroso» o «aleatorio», que viene del término latino «alea» con el que los romanos designaban la suerte: Alea iacta est, dijo al parecer Julio César al cruzar el río Rubicón para entrar en Roma y derribar al cónsul Pompeyo: «la suerte está echada». Me dicen que el moderno uso en España del término random procede de los videojuegos en los que al participante se le ofrecen varias posibilidades y prefiere dejar su decisión al azar. Probablemente tiene una relación más estrecha con el modo aleatorio de reproducción de música en los diversos artilugios digitales, en los que la máquina “elige” al azar la siguiente canción que va a sonar de entre las canciones disponibles en una lista.
Cuando estaba escribiendo esto aparecieron por mi despacho dos valiosas alumnas de veinte años para despedirse al terminar el curso. Les pregunté al respecto y Sabrina —que es paraguaya— me dijo que ella «es una tipa muy random». Su amiga Isabel, que es catalana, lo confirmó, pues al parecer su estupenda amiga es una mujer muy imprevisible, y aseguró que ella misma no era nada random. Me explicaron que esta palabra puede ser un elogio o una crítica dependiendo del tono o del contexto en que se usa. Algo así ha ocurrido con la palabra friki, que hace unos años resultaba peyorativa, como un insulto hacia alguien marginal o marginado, mientras que ahora viene a ser equivalente a fan o aficionado de un campo determinado: los cómics, los videojuegos o cosas por el estilo. Así pasa con casi todas las palabras que van evolucionando como si estuvieran vivas. Tal como enseño a mis alumnos de «Filosofía del lenguaje», las palabras significan lo que significan porque las usamos como las usamos.
Me explican también que un encuentro gozoso al azar es algo random en ese sentido positivo, aunque también puede usarse en sentido despectivo para algo vulgar, decepcionante o que no era tal como se esperaba. En el tren que me lleva a Barcelona coincide en el asiento a mi lado Elvira, otra estudiante, y le pregunto al respecto. Como buena alumna de Derecho me dice que ella no es nada random. Me explica que se usa esta palabra para lo que no entra en los esquemas, para lo que no tiene sentido o incluso puede aplicarse a una película o a una clase vulgar. Se trata en síntesis de una de esas palabras comodín que son tan frecuentes en la jerga juvenil de todos los tiempos.
Viene a mi memoria una obra de teatro en la que Unamuno hacía repetir a uno de sus personajes que para ser hay que ser distinto. No pienso así, pero sí pienso que para ser realmente hay que ser original, esto es, que nuestra vida no sea simplemente un dejarse arrastrar por la corriente, por la mayoría, por lo normal, sino que debe estar enraizada en la reflexión sobre nuestra experiencia vital. La originalidad está casi siempre en el corregirse una y otra vez, mientras que la superficialidad está en hacer lo que hacen todos.
En mi caso, a estas alturas de la vida, como soy muy previsible en todo lo que hago, no puedo decir que sea random aunque sea un enamorado de la libertad, pero quizá me gustaría serlo un poquito más.