Cada vez, gracias a Dios, va calando más, en la conciencia de la Iglesia, que urge evangelizar, como la vez primera. Por todas las partes, la exigencia de evangelización aparece en primer plano. Nos lo recuerda el Papa Francisco, una y otra vez, en continuidad con el magisterio apremiante de sus predecesores.
La invocación de Jesús por la unidad de los cristianos es, a la vez, imperativo que nos obliga, fuerza que nos sostiene, y saludable reproche por nuestra desidia y estrechez de corazón. La confianza de poder alcanzar, incluso en la historia, la comunión plena y visible de todos los cristianos se apoya en la plegaria de Jesús. Quizá los católicos españoles tenemos muy debilitada la conciencia de la necesidad de esta unidad por la que Cristo se entrega y derrama su sangre. Necesitamos avivarla. Necesitamos insistir y predicar sobre esto. Necesitamos conocer y sentir las heridas de la división. Necesitamos trabajar y orar por la unidad. Esta unidad que el Señor dio a su Iglesia y en la cual quiere abrazar a todos, no es accesoria, sino que está en el centro mismo de su obra. No equivale a un atributo secundario de la comunidad de sus discípulos. Pertenece, en cambio, al ser mismo de la comunidad, de la Iglesia. Dios quiere la Iglesia, porque quiere la unidad y en la unidad se expresa toda la profundidad de su amor (Cf. Juan Pablo II, id. 9). Deberíamos unirnos los cristianos con un solo corazón, unidos a toda la Iglesia, con una súplica más viva y sentida a Dios implorando de Él la gracia de la unidad de los cristianos. «Es este un problema crucial para el testimonio evangélico en el mundo» ( Juan Pablo II, «Tertio Millennio Adveniente», 34).
Para alcanzar esta unidad, que es don de Dios en quien encontraremos la conversión y la renovación de cuantos formamos la Iglesia y de las comunidades, necesitamos esforzarnos más e intensificar más fuertemente la oración por la unidad de todos los cristianos. Si esta súplica, particularmente avivada en la Semana de oración por la unidad de los cristianos, en la que estamos, la hacemos nuestra, si la hacemos petición y anhelo de cada día gozaremos de una renovación profunda, de una vitalidad cristiana vigorosa y podremos así anunciar la Buena Noticia de la salvación para los pobres y pecadores, el Evangelio del perdón y de la misericordia, el Evangelio del amor y de la vida que los hombres, tantísimos hombres, anhelan y esperan.
Finalmente, tengamos en cuenta, que la oración de los cristianos por la unidad –como venimos haciendo esta semana de oración por la unión de los cristianos– nos mantiene unidos en el espíritu y nos invita a encontrarnos y dialogar, sin miedo a la verdad, sin caer en ligerezas ni en reticencias al testimoniar la verdad.
Creciendo en aquello que nos une y superando lo que nos separa, necesitamos el diálogo en la verdad, sin ocultar nuestras fidelidades y escuchando a Cristo, que es la Verdad y tiene palabras de vida eterna. «Que todos sean uno para que el mundo crea», que es, con mucho, lo mejor que le puede pasar y un anticipar un gran futuro que la humanidad entera anhela.
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