El 8 de diciembre la Iglesia Católica celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción. Sin embargo, no todos los católicos comprenden el significado de esta advocación a la Madre de Jesús, el Hijo de Dios, que aquí explicaremos. María, al ser concebida por sus padres, Joaquín y Ana, no fue contaminada con la mancha del pecado original, herencia pecaminosa del pecado de Adán y Eva, que afecta a toda la humanidad.
En la Biblia el capítulo 3 del Génesis narra cómo Dios creó a la primera pareja humana. Les puso en el paraíso para su alimentación y recreo. Únicamente no podían comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Pero bajo la forma de una serpiente el diablo envidioso tentó a Eva para que comiese del árbol prohibido. Ella inocentemente tomó un fruto y se lo dio a Adán, quien también comió pensando que adquirirían sabiduría. Pero entonces se les abrieron los ojos y vieron que estaban desnudos por haber desobedecido al Creador.
Ante esa grave desobediencia, Dios castigó a la serpiente tentadora a arrastrarse sobre la tierra y a comer el polvo todos los días de su vida. Además, anunció a Eva que pondría una grave enemistad entre ella y la “Mujer” y entre los descendientes de ambas: “El linaje de la “Mujer” te pisará la cabeza mientras tú acechas su calcañar”. También la castigó a parir con dolor a sus hijos y a ser dominada por el varón. Igualmente, por haber comido del fruto prohibido Adán fue condenado a trabajar la tierra con fatiga para poder alimentarse, hasta que él y su mujer muriesen.
San Pablo en su Carta a los Romanos relata las terribles consecuencias de ese pecado original: "Como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron". "Por la transgresión de uno la condenación llegó a todos" (Romanos 5,5 y18).
Siglos después en el Concilio de Trento celebrado entre 1545 y 1563 la Iglesia Católica estableció la existencia del pecado original, afectando no sólo a Adán sino a todos sus descendientes quienes son concebidos con esa mancha pecaminosa. El pecado original nos mancha y nos inclina a ser egoístas y a hacer el mal.
Pero la Divina Trinidad en su infinita bondad no quiso abandonar a la humanidad. Por eso dispuso que el Dios Hijo se encarnase, es decir tomase la naturaleza humana, en el seno de una mujer virgen exenta del pecado original. Aunque la Biblia no narra el inicio de la vida de María, sí ofrece datos que debidamente interpretados han servido para que el Papa Pío IX proclamase el dogma la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
Ya desde su misma concepción biológica por la unión sexual entre sus padres Joaquín y Ana, María fue inhabitada plenamente por la Divina Rúaj (Espíritu) y no contrajo el pecado original. Por eso en el Ave María la proclamamos la “llena de Gracia” sin mancha del pecado original.
Esta verdad no ha sido fácil de creer. El gran teólogo Santo Tomás de Aquino (1224-1274) afirmaba que la Virgen María heredó de sus padres el pecado original, ya que todavía Jesús no nos había redimido en la cruz. Sin embargo, el teólogo franciscano, Beato Juan Duns Scoto (1266-1308) explicó que en previsión de la futura redención realizada en la cruz por Jesús, la Virgen María fue concebida en el seno de su madre Ana sin contraer el pecado original. Duns indicaba que Dios omnipotente “podía hacerlo, era conveniente y lo hizo”.
En la Iglesia Católica muchas personas e instituciones afirmaron esa verdad. En el año 1830, la Virgen María se apareció en París a Santa Catalina Labouré y le mandó a acuñar la “Medalla Milagrosa” con estas palabras “Yo soy la ‘Inmaculada Concepción’”. Muchos católicos en todo el mundo escribieron a Pío IX, pidiéndole la declaración de la Inmaculada Concepción de María.
Por eso el Papa, después de consultar a muchos obispos, sacerdotes y fieles de todo el mundo, en 1854 emitió la bula “Inefable Dios” y proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción de María: “Afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y, por consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano. Por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles”.
Pocos años después en 1858 la Virgen se apareció en Lourdes, Francia, a Santa Bernardita Soubirous, jovencita con escasos conocimientos religiosos y le reveló su identidad como “Inmaculada Concepción”. Esa advocación mariana se hizo muy popular en muchos países, entre ellos España y otros países latinoamericanos. El Concilio Vaticano II, finalizado en el año 1965, afirmó que LA Virgen María, para ser la Madre de Jesús el Salvador, fue enriquecida desde el primer instante de su vida con el resplandor de una santidad enteramente singular, como llena de gracia dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante (Lumen Gentium 56)”.
El Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1992 por el Papa San Juan Pablo II, afirma: “La Virgen María desde el primer instante de su concepción, fue totalmente preservada de la mancha del pecado original” (508). Alegrémonos y celebremos que Dios eligió a María como la nueva Eva para ser la Madre de Jesús el Redentor y unida a Él como Corredentora, nos han redimido del pecado original.