Carryll Houselander y la humanidad de María

14 de noviembre de 2024

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Caryll fue, sin duda, una mística, pero se le notaba su sentido del humor en la vida ordinaria. Su supuesta excentricidad procedía de su buen humor porque no soportaba un cristianismo aburguesado.

 

Siempre he tenido un gran interés por los escritores anglosajones católicos del siglo XX, pero no sabía nada hasta ahora de Caryll Houselander (1901-1954), una mujer fuera de lo común y bastante conocida en su Inglaterra natal. Su obra se ha difundido poco en otros idiomas que no fueran el inglés. Coincidiendo con el 70º aniversario de su muerte, se ha publicado en España El junco de Dios ; un libro de 1944 en torno a la Virgen María y en la que la autora demuestra una gran sensibilidad poética y un gran conocimiento de las Escrituras.

 

La vida de Caryll, a la que algunos han llamado “la divina excéntrica”, daría para el argumento de una película, en la que sobresaldrían unos sugerentes escenarios y una ambientación de época, que nos recordarían otras realizaciones de inconfundible toque británico. Podríamos asistir a la historia de una niña traumatizada por el divorcio de sus padres, a la conversión de su madre al catolicismo que se extiende a ella, pero también al rechazo de esa fe católica en su adolescencia y su búsqueda de sustitutivos en el metodismo, el ejército de salvación, el budismo e incluso la Iglesia ortodoxa rusa. No faltaría en esa película el amor de Caryll por Sidney Reilly, el llamado “as de espías” y que probablemente inspiró el personaje de James Bond a Ian Fleming. Reilly trabajó para el servicio secreto británico en la Rusia bolchevique, pero tras ser descubierto por la policía, fue fusilado en 1925.

 

Sin embargo, Caryll todavía lo recuerda veinte años después, en El junco de Dios. Es una alusión implícita insertada en un pasaje en que María busca a su hijo Jesús, que ha desaparecido en un viaje a Jerusalén. María tiene una profunda sensación de vacío y anhelo mientras está buscando a su hijo, y algo similar debió de experimentar Caryll respecto a Sidney Reilly. En el pasaje se refleja la sensación de pretender verle en un rostro en medio de una multitud desconocida, pues el corazón humano nunca es razonable y es capaz de buscar a aquellos a quienes ama, aunque hayan muerto. Bastará con que se cruce en su camino alguien que se parece o escuchar una voz que le resulta familiar, para que renazca la esperanza.

 

En los ambientes protestantes, la devoción a María ha quedado generalmente desplazada con el argumento de que ese culto pone a la Madre en el centro y deja al Hijo en un lugar secundario. Sin embargo, en El junco de Dios, obra de una escritora católica, esto no sucede. Todas las referencias a María son un camino que lleva hacia Jesús. Para Caryll, el Misterio de la Anunciación es clave en el cristianismo, pues el sí de la joven de Nazareth es indispensable para que Jesús nazca tras nueve meses en su vientre. La autora resalta la importancia del Fiat de la Virgen, de su abandono total en Dios. María se desprende del “yo” para fiarse de Dios. Del mismo modo, los cristianos debemos liberarnos de nuestro ego para transformarnos en Cristo. Todos los sufrimientos psicológicos se derivan de estar atormentados por el “yo”.

 

Caryll utiliza el símbolo del junco, para mostrar la necesidad de vaciarse uno mismo y estar disponible para Dios. Estar como María, abiertos a la voluntad de Dios. Su aceptación de convertirse en la Madre de Dios hizo posible que el Espíritu la cubriera con su sombra (Lc 1, 35), según le anunciara el arcángel Gabriel. La alegría que invade a la Virgen en la Visitación, cuando acude con rapidez en ayuda de su prima Isabel (Lc 1, 39), también es obra del Espíritu Santo.

 

El junco de Dios es una continua alabanza a la Virgen, una lectura especialmente recomendable para los próximos Adviento y Navidad, aunque va más allá de los tiempos litúrgicos. Entre tantas citas destacables, me quedo con esta: “Nuestra Señora no era solamente humana. Era la humanidad”. La humanidad unida a Cristo, y en una vida ordinaria, como la de la mayoría de los cristianos, tal y como subraya la autora. Ese es el auténtico cristianismo, opuesto a los moralismos que solo se basan en actos de la voluntad. En cambio, la fe, confirmada con la compañía de la esperanza y la caridad, es un don de Dios.

 

Caryll nos sugiere que la vida del cristiano debería de ser un continuo Adviento, con la finalidad de que Cristo nazca dentro de nosotros. Pero no oculta que ese Adviento puede ser un tiempo de oscuridad. Entonces, hay que abrir el corazón a la alegría, pues el Espíritu la siembra en nosotros para que florezca Cristo.

 

Caryll fue, sin duda, una mística, pero se le notaba su sentido del humor en la vida ordinaria. Su supuesta excentricidad procedía de su buen humor, porque no soportaba un cristianismo aburguesado. No deja de ser sorprendente al respecto, esta cita que figura en la edición española de El junco de Dios: “Realmente creo que la mejor manera de beneficiar a la humanidad, es hacer muecas en el autobús o decir palabras inconexas a la persona de enfrente. ¡Piense en la emoción que supone en innumerables vidas sin incidentes a la que nunca les pasa nada! Luego, pueden decirles a todos durante semanas que vieron a una mujer en el autobús que estaba loca y pueden exagerar esto sin medida. Esta forma de caridad se puede practicar incluso de camino al trabajo”.

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