Es una evidencia que la próxima década del siglo XXI, que está a punto de empezar, estará marcada por las consecuencias de dos acuciantes dinámicas: la del calentamiento global del planeta y la del crecimiento de la desigualdad social. Si esto se enmarca en la crisis de la democracia representativa, por la creciente incapacidad de los partidos de trasmitir las demandas y necesidades de amplias capas de población, resulta evidente que o se operan grandes cambios, o el futuro inmediato puede ser aciago.
El capítulo de la desigualdad posee como mínimo tres grandes componentes que ni tienen porque ir a la par, pero cuando van y su signo es negativo, el resultado resulta crítico. Uno es la desigualdad en los ingresos, el segundo son los malos resultados escolares y su correlación mayor o menor con el factor de renta; y el tercero es el funcionamiento del ascensor social o, en otros términos, las posibilidades de que un hijo mejore o empeore su situación socioeconómica en relación a la que tenían sus padres.
Es una evidencia también que a lo largo de la crisis y después de ella las rentas más altas, digamos el 10% superior y todavía más el 1% del vértice, obtienen un crecimiento de su renta superior al resto en términos relativos, y sobre todo en relación con las rentas inferiores; la distancia tiende a aumentar.
Esta dinámica dispone de múltiples explicaciones que no tienen porque se excluyentes, desde la curva del elefante de Branko Milanovic, que nos remite a la caída de ingresos de las clases medias mundialmente, que incluye prácticamente todos los trabajadores de Europa, como consecuencia de la globalización, al diagnóstico de Piketty, en su El Capital en el Siglo XXI, donde establece la causa en el hecho de que las rentas de capital crecen más que la renta nacional, pasando por la desigual distribución de la ganancia de productividad. Lo señalaba también el propio Piketty en una entrevista en La Vanguardia el 16 de octubre del 2014: “Ganar más de un millón de euros anuales no está justificado”.
Todas estas razones pueden ser cuestionadas, de hecho, lo son, pero lo cierto es que la desigualdad crece. En el caso concreto de España, el problema se multiplica si la desigualdad se extiende a la escuela. Y esto es así, como muestra el estudio de la OCDE, si bien con datos del 2012 en su estudio PISA Estudiantes de bajo rendimiento, en el que los resultados españoles en el contexto europeo y occidental, porque el diagnóstico incluye muchos más países, queda malparado, sobre todo en matemáticas, claramente por debajo de la media de la OCDE (que no es brillante) y en lectura (si bien en menor medida) mientras que en ciencias supera la media en una aurea mediocritas, más mediocre que aurifica. En concreto, casi una cuarta parte (23,6 %) del alumnado en matemáticas detenta un bajo rendimiento, mientras que en lectura es de un 18,3%, y en ciencias un 15.7%.
Las causas que sistematiza el estudio son el nivel de ingresos de los padres y el tipo de centro; los concertados y privados obtienen mejores resultados ( en esta dimensión redunda obviamente la renda familiar, pero no solo ella, porque desde los estudios de Coleman sobre capital social y capital humano iniciados en la década de los ochenta del siglo pasado, sabemos que el capital social de la familia y especialmente la dimensión religiosa en términos de práctica y no solo de adscripción, tienen una gran importancia). También juegan en contra no haber cursado la educación preescolar, repetir curso, aunque este dato es más bien redundante, el absentismo escolar, el ser varón, el entorno rural, las pocas expectativas generadas por los profesores (este aspecto enlaza con los diagnósticos sobre la familia de Coleman, en relación a la capacidad de generar expectativas sobre los estudios en términos de sentido en los hijos) y la familia.
Y esta dimensión, la familiar, ligada a la estructura y estabilidad, siempre acostumbra a ser minusvalorada en nuestro país por los relatos periodísticos sobre el tema, a pesar de su importancia. El caso del trabajo citado de la OCDE muestra como los hijos de familias monoparentales obtienen peores resultados, porque tienen muchas más adversidades que superar. Pero es que la cuestión va mucho más allá de este hecho, como muestra el también citado Coleman.
Un estudio imprescindible del sociólogo Javier Elzo sobe la Capacidad educadora de las familias, muestra muchas más dimensiones de como los distintos tipos de familia obtienen resultados diferentes. Desde el enfoque económico se obtienen resultados parecidos. Raj Chetty lo muestra en un trabajo imprescindible Where is the Land of Opportunity? The Geography of Intergenerational Mobility in the United State, donde establece para Estados Unidos que la alta movilidad ascendente está relacionada con: (1) menor segregación residencial, (2) una menor desigualdad de ingresos, (3) mejores escuelas primarias, (4) mayor capital social, y (5) una mayor estabilidad de la familia.
Es conveniente subrayar que además de la dimensión específica del punto quinto, el capital social -no solamente porque juega el tipo de centro escolar y la comunidad- tiene en la familia un componente básico, y también que a igualdad de condiciones socioeconómicas, la estabilidad de la pareja paterna influye decisivamente en los ingresos de la familia a medio plazo, como muestra el estudio “Familias y bienestar en sociedades democráticas” de Fernando Pliego Carrasco.
Políticas de rentas, de redistribución, políticas educativas y familiares. Abordar el problema de la desigualdad el bajo rendimiento escolar y la lentificación del ascensor social, muestra con el breve esbozo apuntado como de compleja es la cuestión y cuan decisiva es, precisamente por ello, el abordarla.