El Ángel anunció a María… y el Verbo se hizo carne… y habitó entre nosotros, así reza la oración del Ángelus, al recordar tan sublime misterio de amor.
Dios se hizo carne, es decir se hizo hombre. El esperado de todos los tiempos nace, mientras todos lo esperan, pero al momento de su llegada lo ignoran, estaban tan ocupados en sus cosas que no había tiempo ni espacio en sus vidas para acoger al que tanto habían esperado.
Han transcurrido más de dos mil años, han cambiado muchas cosas desde entonces, hemos crecido como humanidad. Un nuevo orden ha surgido en el mundo, las naciones se han organizado y los estados han asumido roles en bien de sus ciudadanos. El desarrollo económico ha alcanzado a muchos pueblos y millones de hombres han sido promovidos en la cultura, la política y la religión. La iglesia tiene un Cuerpo mundial, un orden y una jerarquía que le dan consistencia después de siglos de persecución y martirio que aún no acaban en muchos lugares. Se han creado organizaciones que velan por los derechos de los hombres, por la igualdad entre los pueblos, por combatir la pobreza y buscar así una mejor distribución de los recursos. Las expectativas de vida se han prolongado en muchas naciones, especialmente en las que han alcanzado un mayor desarrollo. La ciencia médica colabora en combatir enfermedades que eran mortales hace un par de siglos. La tecnología ha hecho que el mundo ya no sea tan grande, sino que lo ha transformado en una aldea en la que en un segundo sabemos lo que sucede al otro extremo del mundo. El hombre ha dominado el espacio, y las distancias ya no son un problema; los medios de transporte y de comunicación han superado cualquier expectativa que pudo haber existido hace unos siglos atrás: El dominio sobre la creación está en su mayor auge.
Tenemos maravillas de nuestro tiempo como el cine, la televisión, la radio, el teléfono e Internet. Los medios de transporte y la capacidad para transformar la materia en beneficio del hombre.
Pero en este mundo moderno, soberbio, engreído como en Babel, Cristo sigue naciendo en el Pesebre, ignorado, desnudo, fuera de la vida de los que viven ocupados en sus ajetreadas vidas. La oscuridad que envolvía el pesebre se rompe con la luz que viene de lo alto, como un astro que vuela por el espacio y que por cada segundo que se acerca aumenta su intensidad. Cristo busca corazones para nacer y sanarlos, pero la dureza y la incredulidad los obscurece y dificulta que se abra a Él la puerta del alma.
Curiosamente Jesús busca los corazones como en el pesebre: oscuros, húmedos, marginados, sumidos en la oscuridad y el desprecio. Porque Él viene a restaurar las vidas heridas, las existencias sin sentido, viene a eliminar las distancias sociales que nos separan. Dios se compadece de nosotros y viene en la persona de su Hijo a rescatar la humanidad que tanto ama, su creatura perfecta: el hombre.
Lamentablemente, en un mundo que ha logrado tanto aún quedan desafíos urgentes por hacer. Miles de seres humanos mueren de hambre, millones de desplazados viviendo en situaciones de miseria y violencia, miles de cristianos perseguidos, millones de hombres y mujeres sometidos por las multinacionales que buscan mano de obra barata en el mundo para obtener más ganancias a costa de la explotación y la moderna esclavitud, millones de seres humanos sometidos por el narcotráfico, miles de niños y mujeres convertidos en objetos sexuales y simplemente en mercadería que se tranza… Muchas sociedades como el rico Epulón que desperdician la comida y millones de Lázaros que comen de sus migajas. Recursos naturales sobreexplotados que han degenerado en un desequilibrio de la naturaleza que cobra revancha en muchos lugares del mundo donde no se ha respetado ese equilibrio…
En ese mundo tan bipolar el Adviento cobra su real sentido. “Preparar el camino al Señor y anunciar la Palabra de Dios”. La Palabra que hace nuevas todas las cosas… que trae la luz, que nos comunica la Esperanza de un mundo nuevo donde todos los hombres son hermanos. Es un tiempo de Gracia para comprender la profundidad del amor de Dios que nos llama a ser sus hijos, que nos rescata y nos levanta. Donde los hombres se sienten verdaderamente hermanos.
Queda mucho por hacer, transformar este mundo tan desigual donde todos tenemos un lugar, donde nadie sobra. Adviento es un regalo de Dios, una nueva oportunidad para la Vida humana, esa misma que algunos grupos desprecian promoviendo el aborto en distintos lugares. Ellos son los nuevos Herodes que se sienten amenazados por la fragilidad de un niño indefenso; el egoísmo y la soberbia aún reinan en el oscuro corazón de aquellos que promueven la muerte de los débiles e inocentes y que hasta censuran y juzgan a quienes se atreven a jugársela por la vida.
Adviento nos invita a la penitencia, la oración y la caridad. Lo contario de un mundo que quiere convertir el nacimiento de Jesús en la fiesta de consumo más importante del año; donde todas las relaciones humanas se reducen al intercambio de cosas, para compensar las carencias afectivas provocadas por un mundo lleno de vacío, sin sentido y consumismo.
Por eso es que muchos desean negar el nacimiento de Jesús, porque Él con su vida deja de manifiesto las oscuridades de nuestro corazón, nuestros egoísmos y flaquezas, porque Él es el Sol que viene de lo alto… para iluminar la bondad que existe en el corazón de cada hombre y que por la oscuridad de nuestro pecado no podemos ver.
La fragilidad del hombre, Dios, por el nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, la convierte en fortaleza…
Adviento es un tiempo para compartir, un tiempo para ser mejores y sentirnos más hermanos buscando rescatar lo más bello de nosotros y con ello iluminar el mundo en el que vivimos. La sencillez, la pobreza y la fragilidad del pesebre de Belén son así la invitación a cambiar de vida, porque es ahí donde el hombre puede mirar su plenitud.
Como María, que espera con gozo el nacimiento de su Hijo, así nosotros estamos llamados a vivir el gozo de Adviento para exclamar con alegría en Navidad que Cristo ha nacido y Él nos hace más buenos y mas humanos. Es una noche de Gloria donde los Ángeles cantan y glorifican a Dios trayendo la paz a todos los hombres de buena voluntad.
Cada vela encendida en estos cuatro domingos de Adviento nos va indicando que la luz que ilumina el mundo se acerca y el gozo se hace presente el tercer domingo cuando exclamamos: ¡Está cerca, ya viene! Y junto con ello, la oración que hacemos cada día en torno a esa ‘Corona de Adviento’ como familia, nos une en espíritu y a través del Señor, con su Gracias; nos hace más santos, más pesebres, más reales para acoger a Dios que se hace niño y se pone en nuestras manos.
¡Bendiciones y provechoso Adviento!