Durante más de un siglo, la Santa Sede, con un crescendo de pronunciamientos determinado por el agravamiento de las amenazas bélicas y el uso de armas cada vez más sofisticadas y destructivas, declara con fuerza su "no" a la guerra. Del llamamiento profético de Benedicto XV contra "la inútil masacre" de la Grande Guerra hasta las repetidas palabras en cada ocasión del Papa Francisco sobre la guerra como una derrota para la humanidad, el magisterio de los Obispos de Roma ha clarificado y profundizado que no existen “guerras justas” y que el derecho a la legítima defensa también debe ser proporcionado, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica.
Desde el inicio de la guerra de agresión perpetrada por Rusia contra Ucrania y luego nuevamente en las últimas semanas después del ataque inhumano de Hamás con la brutalidad cometida contra civiles israelíes y luego la contraofensiva del ejército israelí que arrasó muchas casas en Gaza asesinando a miles de palestinos inocentes, se han hecho críticas en relación a la actitud del Papa y de la Santa Sede. Una actitud que desde hace tiempo algunos confunden con "neutral", casi como si en el Vaticano, por exceso de diplomacia, no fuera capaz de evaluar los aciertos y los errores de las partes en conflicto.
Por tanto, vale la pena recordar – una vez más – que la Santa Sede nunca ha sido "neutral" ni "equidistante" ante las guerras. En cambio, siempre ha tratado de ser imparcial, es decir, no estar ni parecer estar involucrado en el conflicto y al mismo tiempo "equivicina", es decir, cercano no de quienes causan las guerras sino de quienes sufren, de quienes pagan las consecuencias de los conflictos, a los civiles asesinados, a los heridos, a las madres y los padres de los soldados caídos, a las víctimas inocentes del terrorismo y de las represalias.
Los medios de comunicación vaticanos no pueden evitar seguir esta misma línea editorial, rechazando esa polarización que parece ser el rasgo característico no sólo de las guerras en curso sino también, en términos más generales, del mundo en el que vivimos hoy. Mantener abiertos canales de diálogo con todos, no cerrar nunca las puertas con la esperanza de alcanzar un alto el fuego y luego una negociación para una paz justa, preocuparse por las víctimas inocentes, sea cual sea el bando en el que se encuentren, reflexionar sobre las causas más o menos remotas de un conflicto, evitar el uso de un lenguaje odioso y demonizador no significa en absoluto ignorar que hay un agresor y un agredido, ni mucho menos ignorar la legitimidad de la autodefensa. Más bien, significa tener en cuenta el destino de los inocentes, no apagar nunca la luz latente de la esperanza de paz, captar cada pequeño signo de apertura venga de donde venga, creer en la diplomacia y, sobre todo, preocuparse por el destino de las víctimas, de los mutilados, de los desplazados. También significa alejarse de la lógica de la polarización y el pensamiento único.
¿Es posible condenar el inhumano ataque terrorista de Hamás contra civiles israelíes y al mismo tiempo plantear dudas y preguntas sobre la respuesta armada del ejército de Tel Aviv ante el elevado número de víctimas civiles provocadas y la tragedia humanitaria en Gaza?
Hay conflictos en los que alentar es extremadamente inadecuado, y ciertamente uno de ellos es el que se vive en Oriente Medio, generado por una situación muy compleja donde las responsabilidades de unos se suman a las de otros y no las justifican.
Al intentar hablar de las guerras en curso y ofrecer elementos de reflexión, nuestro faro está representado por las palabras proféticas del actual Sucesor de Pedro, que continúa advirtiendo a toda la humanidad contra el riesgo de una guerra global y la autodestrucción. Intentamos hacer periodismo separando los hechos de las opiniones y nuestras opiniones de las de los demás. Reportando estas últimas, dando voz a personalidades que nos parecen interesantes, no significa compartirlas. Más bien, significa tratar de comprender valorando las voces más críticas y menos ideológicas.