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Manchas que nos endosan los demás

21 de septiembre de 2023

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A menudo nos preguntamos cómo evaluar las distintas situaciones que nos ocurren en un encuentro con otra persona o en un choque con circunstancias de la vida que no siempre nos son favorables.

 

Muchas veces nos encontramos con algo bueno que experimentamos de la mano de nuestros semejantes, pero al cabo de un tiempo nuestras relaciones suelen romperse, lo bueno resulta estar aderezado con una cucharada de agrio, y con el tiempo incluso se convierte en mal. Las personas en las que hemos confiado nos decepcionan e incluso nos hacen daño.

 

A veces no nos cabe duda de que estábamos equivocados en nuestra valoración inicial, o de que la verdad negativa sobre el comportamiento de una persona simplemente estaba bien disimulada por una apariencia de bondad. No pocas veces, sin embargo, el mal no es tan evidente.

 

Al contrario, mientras experimentamos algún tipo de daño, simultáneamente recibimos más de una cosa positiva de la misma persona. Algunas personas realizan muchas acciones nobles y difunden bondad a su alrededor, y al mismo tiempo, casi al mismo tiempo, hacen algo reprobable y dañino. Es más, con un poco de honestidad y una visión adecuada de nuestro propio comportamiento, pronto nos daremos cuenta de que nosotros mismos también actuamos así.

 

No es buen árbol el que da malos frutos

 

Ocurre que, bajo el manto del Evangelio y al amparo de diversas iniciativas buenas y edificantes que aportan mucho bien objetivo, también hacemos algo escandaloso por lo que deberíamos pedir perdón y arrepentirnos. No siempre lo vemos o somos capaces de admitirlo, y cuando alguien nos lo señala, somos propensos a iniciar con él una lucha a muerte de un modo profundamente anticristiano.

 

¿Cómo discernir estas situaciones? ¿Cómo juzgarlas y comprender nuestro propio comportamiento en todo esto, cuando nos acompañan las importantes y al mismo tiempo intrigantes palabras de Jesús sobre cómo no es buen árbol el que da malos frutos, y - que de la abundancia del corazón habla la boca? (cf. Lc 6, 43-45). Pero, ¿cómo entender lo que abunda en nuestro corazón?

 

¿Por qué nos cuesta invocar las palabras de Jesús? Probablemente porque nadie encaja en la metáfora del árbol bueno o malo. Sí, quizá sea así como a menudo nos juzgamos a nosotros mismos y a nuestros semejantes: o completamente buenos o completamente malos. Pero luego solemos equivocarnos y caer en extremos que acaban haciéndonos daño o decepcionándonos.

 

Entonces, ¿cómo entender las palabras de Jesús sobre dar buenos o malos frutos? Como un proceso. Al fin y al cabo, cualquier fruto bueno (la palabra griega καρπός karpos), antes de llegar a ser bueno, primero es "malo" (no apto para comer, agrio, inmaduro), y también muchas veces después, como fruto bueno, puede estropearse o ser atacado por gusanos.

 

Por eso, aunque provenga de un árbol bueno, no nos lo llevaremos conscientemente a la boca, y así sucede también con nosotros. Aunque seamos un árbol bueno, tenemos diferentes etapas de desarrollo espiritual. Pasamos por procesos diferentes, por lo que sería un error esperar una bondad cristalina de nuestro prójimo de inmediato.

 

Más bien, es necesario comprender lo que predomina en él. ¿Existe más esa gravitación hacia el bien o hacia el mal? Este debería ser un criterio importante de discernimiento. Y, por último, debemos abstenernos de emitir juicios precipitados que etiqueten a alguien como malvado.

 

Puede resultar que no sólo estemos equivocados, sino que nosotros mismos también carguemos sobre nuestros hombros el tipo de manchas que nos endosaron los demás, que nos pesan e impiden nuestro desarrollo. Liberarnos de ellas a veces puede ser un proceso largo y doloroso.

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