El año se ha cerrado en España con una disminución importante de los homicidios de mujeres por sus parejas. De hecho, es una de las mejores cifras en mucho tiempo, pero simultáneamente brillan por su ausencia los análisis de los datos que ayuden a conocer las causas de lo sucedido. Con ese bagaje es difícil desarrollar medidas adecuadas. Todo el mantra de la lucha contra el feminicidio se centra en la represión, de manera que se celebra como un éxito el aumento de denuncias por actos violentos a cargo de la pareja.
Y es que España más que combatir este tipo de violencia lo que da es una bandera ideológica que empieza ya con el nombre, que es toda una declaración de principios. Lo que en el mundo, y con escasas excepciones, se denomina violencia contra la mujer, aquí se llama “violencia de género”, lo que significa situarse de entrada en una ideología política muy concreta, la perspectiva de género. Pero claro, desde un a priori ideológico mal se estudia la realidad que requiere de la objetividad científica en el tratamiento de los datos. España es uno de los países que más recursos destina a este ámbito, lo que contrasta con la desnudez con que aborda otras violencias, como contra menores y ancianos, pero a pesar de ello contrasta la escasez, mediocridad, con honrosas excepciones, y sesgo ideológico de los estudios sobre este problema. Un ejemplo de lo que sí debería ser, por el buen tratamiento de los datos, lo pueden encontrar aquí en un análisis sobre la violencia contra la mujer en Perú. Hay muchos más en lengua española, pero casi ninguno se refiere a España. Es como si no existiera interés en el análisis de las causas concretas que favorecen los feminicidios, porque se prefiere el eslogan del género y su ley: el hombre estructuralmente, por el hecho de serlo, es el culpable. No existen aprendizajes, entornos, condiciones objetivas que lo faciliten, nada de eso. Todo hombre es un asesino en potencia. Y eso, además de no ser verdad, es destructivo para la sociedad y para una relación tan vital como es la de pareja.
Del análisis de los datos mundiales, se deducen unos perfiles claros: las causas tienen un profundo fundamento cultural; por ejemplo, los países europeos católicos, como Italia e Irlanda, presentan cifras mucho más bajas que el resto, y esta pauta a nivel macro, se cumple en el ámbito de la pareja, dado que las mujeres católicas practicantes denotan una prevalencia mucho menor que aquellas que son agnósticas y ateas. Otra constante universal parece ser la familia, y esto es muy visible en España y en América Latina. Los hombres casados incurren mucho menos en la violencia que los que viven con otro tipo de vínculo, pareja de hecho, cohabitación, single. Y en el trasfondo aparece el tipo de relación hombre-mujer. Como afirman Fernando Pliego en Familias y bienestar en sociedades democráticas. El debate cultural del siglo XXI. (2012), o desde otra perspectiva no cuantitativa Castilla, en Persona femenina, persona masculina. (1996), no se puede comprender la violencia contra la mujer desligada de la relación que mantiene con el hombre considerando ambas como variables independientes entre sí, porque esto no responde a la realidad de la pareja, basada en una interacción, sino que es necesario un análisis y diagnóstico a partir de la relación. Esta evidencia reduce por si sola a la nada la interpretación a través del enfoque de género.
Se trata de abordar el problema de la violencia contra la mujer partiendo de la entidad que configuran ambos, es decir desde la perspectiva de familia, de manera que se considere al hombre como un sujeto integrado a relaciones sociales que lo constituyen, así como a la mujer. Continuar viendo la cuestión como un problema del macho, solo sirve para criminalizar a todos los hombres y evitar medidas eficaces para proteger a la mujer.
Fuente: Forum Libertas