La abuela que vino por mis días en Santa Marta

02 de diciembre de 2016

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Ella llegó en un taxi. Antes de bajarse contó hasta las últimas monedas para abonar el viaje. Primero el bastón, gastado de usos, y después acomodó su desvencijada humanidad que crujía a las circunstancias de acomodar el cuerpo.
 
Cada paso le costaba y no intentaba disimularlo. Le vi en el rostro esa tranquila aceptación que llega con los años, "aceptar lo `por venir". Su pelo ralo color plata le caía rebelde sobre el rostro, como una expresión de su espíritu indomable y desobediente. Un par de surcos le ahuecaban las mejillas y le daban ese aspecto de ternura innegable. ¡Y sus ojos!, sus ojos no coincidían con el resto de su aspecto, de un brillo único iluminaban juventud como seguro lo hacía su alma.
 
…Una vieja joven que avanzaba hacia mí como avanza el calor del verano. Venía directo, como si a esta altura de la vida las vueltas quedaran atrás. Directa, tan directa que me dejó casi sin habla cuando me dijo… "Vengo para dos cosas: para que me regale unas medallitas y -suspiró como si el aire se fuera a terminar- que me cuente como es vivir cerca de Él".
 
Como yo sonreía con una reacción lenta remató: "Pensá Nena que yo jamás voy a poder acercarme, ni viajar, ni verlo  más que en la tele a ese hombre que me devolvió la fe que se me había esfumado. Sentáte conmigo por favor y contáme, contáme que sentís al ver al Papa".
 
Mi hermetismo con respecto a Santa Marta se fue abriendo como las flores en primavera y le pedí unos momentos para acomodar el alma a las circunstancias.
 
Después comencé hablando despacio, con todas las emociones juntas en la garganta. Diciendo que ya paré trece veces en Santa Marta, que nunca sé cuándo el Papa viaja o que va a hacer y sin embargo siempre está ahí cuando voy. Que yo no sé explicar ni por qué ni cómo; sólo que tengo que ir, para terminar con la esclavitud; que sólo sueño con terminar con la esclavitud y que el Papa es quien lidera esta lucha tan difícil y atroz a nivel mundial.
 
Me cortó despacio y me dijo "Nena ¿qué sentís?, decime qué sentís al verlo".
 
Y ahí creo que como pocas en mi vida la realidad me atravesó de punta a punta. "El problema de la realidad es que es real" decía mi abuela. Y como pocas veces pude poner palabras…

"Alegría, emoción, esperanzas, y una enorme responsabilidad que me pesa toneladas en la espalda, pienso en toda la gente importante que podría estar ahí y  estoy yo que soy nadie y que Dios tiene un plan que a veces no puedo ver pero si no me resisto quizás pueda colaborar un poquito, un poquitito".
 
Ahí se le llenaron los ojos de lágrimas, y como yo callé me dijo: "Decime qué comen". Y ahí le hablé de la simpleza, de lo común de la comida, y entonces respondió: "Yo sabía que vive como dice que vive".
 
Esperé que me interrogara y en cambio dijo: "Trece veces!!!, estoy segura que tampoco fueron trece veces, claro que Dios y la Providencia tienen un plan". Yo sólo sonreía sin saber qué decir, o quizás intentando no decir demasiado. Y ahí remató "ese hombre Santo ve en vos un plan de Dios". A lo que con la velocidad de un rayo exclamé: "Noooo , no es a mí, es a todos, El ama a toda la gente, es un Santo".
 
Se acomodó en la silla y por unos segundos miró la nada o hacia otro lugar y otro momento. Y después siguió: "Igual que Jesús recolecta a aquellos que no alardean con él, yo te sigo, le pido a mi nieta que te siga en los diarios, en face y decís tan poquito, casi nada y a veces me enojo porque querría saber más porque siento que en vos vamos la gente común y no ponés nada y me enojo y mi nieta me dice que no sea cholula que vos sos así. Y te espero en la radio que siempre salís desde allá y cuando hablas yo te veo ahí en tu habitación, en la misma casa donde vive el hombre Santo que va a cambiar la vida de muchos y se me llenan los ojos de lágrimas. Y cuando termina la nota sobre tu lucha me quedo esperando que hablés de que sentís ahí y nada".
 
Hablamos un montón, una a una fui respondiendo sus preguntas, desde el color de los sillones del salón hasta el color de las sillas del lugar donde comemos. Nunca había hablado con nadie de eso, y por un instante me animé a mostrarle unas fotos que tengo escondidas que me saqué con la gente hermosa de la cocina y que jamás muestro a nadie. Ella se tomaba el tiempo como tratando de guardar las imágenes en su retina, y disfrutaba cada foto como si ella estuviera ahí.

Le regalé unas medallitas y un rosario y ahí me preguntó: "¿Cuantas medallitas trajiste, cuantos rosarios?"  Solo le contesté: "Creo que 1600 medallitas y cientos de rosarios", y ahí me dijo: "¿Cómo los pasaste por aduana, como los pasás siempre?" Rápidamente le contesté: "con una sonrisa, siempre paso los pedidos de la gente con una sonrisa y diciendo la verdad, son para la gente".

Después me pidió le llamara un taxi y la ayudara a subir. Antes de irse me miró tan hondo que aún siento que esos ojos me miran y me dijo. "Él es un hombre Santo pero vos sos Profeta, ¿te lo dijeron muchas veces verdad?" Yo no contesté, solo bajé la cabeza y miré hacia abajo y ahí remató: "Lo sos porque anunciás lo que va a venir con lujo de detalles pero además porque nunca vas a creer que lo sos".
 
Se fue dejándome más preguntas que respuestas y al rato que se fue me di cuenta que ni siquiera le pregunté el nombre y tampoco me lo dijo. Me desplomé en un viejo sillón y aflojé las lágrimas, con esa sensación de no entender. ¿Quién era?... Sólo una viejita que recuperó su fe con el Papa Francisco y por eso vino a preguntar por El. Y yo de tan colgada nunca le pregunté el nombre ni de su nieta.
 
La vida es tan simple como las margaritas en primavera. Y yo vivo como las margaritas, por eso nunca podré ser más que esto que soy. Pero eso sí, si llego a vieja y Dios me premia con nietos tendré tantas anécdotas para contar que me van a alcanzar para llenar las tardecitas naranjas y violetas.

 

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