Ha resultado, en verdad, regocijante leer los berrinches que progres y neocones se han llevado este verano con el llamado “burkini”; en lo que vuelve a probarse que, aunque finjan un simulacro de batalla para alimentar la demogresca, sirven al mismo amo. Si una mujer, dominada por cánones estéticos dementes, se impone una dieta estragadora o se infla de bótox, esta chusma dirá que está ejerciendo su sacrosanta libertad. Si una mujer, dominada por los dictámenes de la moda o por estrafalarios códigos identitarios, se agujerea el cuerpo con cincuenta piercings o se lo tapiza de tatuajes, esta chusma dirá que está ejerciendo su sacrosanta libertad. Si una mujer, dominada por fantasías sexuales depravadas, se deja esposar, azotar y reventar el ojete por su amante, esta chusma dirá que está ejerciendo su sacrosanta libertad. Si una mujer, dominada por los dictados del mundialismo, se vacía el útero de niños gestantes, o se lo extirpa para cambiar de sexo, esta chusma dirá que está ejerciendo su sacrosanta libertad. Pero si una mujer decide taparse las mollas en la playa… ¡oh, entonces esta chusma se rasgará indignada las vestiduras, y dirá que es una mujer sometida!
Las otras mujeres mencionadas están mil veces más sometidas. Entonces, ¿por qué la mujer del burkini solivianta tanto a esta chusma? Ellos lo disfrazan con coartadas propias del negociado ideológico al que están adscritos: así, la feminista progre tratará de presentarlo como un acto de sumisión al macho (mientras se deja esposar, azotar y reventar el ojete por su amante); el neocón, por su parte, lo presentará como una agresión a nuestra “civilización”, para hacerle creer al fachilla pauloviano que todavía vivimos en una civilización cristiana (y no en el hormiguero impuesto por el mundialismo, que el neocón llama con orgullo “sociedad abierta”). Pero la razón por la que, lo mismo la feminista progre que el neocón aplaudido por los fachillas, odian el burkini es otra muy distinta, y en ambos casos la misma: saben que el burkini es una muestra de pudor y honestidad (exagerada, si se quiere; pero lo cierto es que nuestras abuelas se bañaban también así) que, en último término, tiene un fundamento religioso. Y todas las libertades que esta chusma inventó e impulsó tenían, bajo su fachada euforizante, un objetivo común (incluida, por supuesto, la libertad religiosa), que no era otro sino fomentar la irreligiosidad, dejando al hombre “libre” de Dios. Y, ¡vaya si lo consiguieron! Donde había sociedades cristianas, lograron imponer los designios mundialistas, creando un hormiguero multicultural que se refocila en el pudridero de la inmoralidad y el consumismo; y, como guinda del pastel, subvirtieron la naturaleza de la mujer, logrando que se convirtiera en sacerdotisa de aquella religión avizorada por Chesterton que, a la vez que exalta la lujuria, prohíbe la fecundidad. Pero hete aquí que, cuando ya parecía logrado este designio mundialista y nuestras mujeres (incluidas las jovencitas jotaemejoteras) ya bamboleaban sus mollas a todo trapo, lo mismo en la playa que en la visita festivalera a una iglesia, aparecen --¡oh, repulsión máxima!-- unas mujeres venidas de lejanas tierras que se las tapan, por un sentido de pudor femenino y reverencia religiosa, resistiéndose a los dictados impúdicos del mundialismo.
Yo, que soy el hombre menos subyugado por el Islam que uno imaginarse pueda, admiro a estas mujeres que, en medio de un mundo que avanza rápidamente hacia su definitiva pudrición, tienen el cuajo de caminar en dirección contraria, porque tienen sentido del pudor y aprecio por sus tradiciones. Rémoras de las que, lo mismo progres que neocones, ya nos han “liberado” a los demás.
Fuente: ABC