Imagen gentileza de Bananayota - Pixabay

Amor más allá de la muerte

08 de noviembre de 2023

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Gilbert K. Chesterton afirmó una vez que el cristianismo es la única democracia en la que incluso los muertos pueden votar. A la luz de esto, comparto dos historias.

 

Un psicólogo en una conferencia a la que asistí una vez compartió esta historia. Una mujer acudió a verle muy angustiada. Su inquietud tenía que ver con la última conversación que había mantenido con su marido antes de morir. Contó que habían disfrutado de un buen matrimonio durante más de treinta años, sin más que una pequeña disputa entre ellos. Pero una mañana se pelearon por un asunto trivial (del que ni siquiera recordaba el fondo). La discusión acabó en bronca y él salió por la puerta para ir a trabajar, y ese mismo día murió de un ataque al corazón, antes de que tuvieran ocasión de volver a hablar.

 

Qué mala suerte. Treinta años sin un incidente de este tipo, y ahora esto, ¡la ira en las últimas palabras que se dijeron! En primer lugar, el psicólogo le aseguró, con humor, que la falta era de su marido, que había elegido morir en ese momento tan incómodo, dejándola a ella con esa culpa.

 

Más serio, le preguntó: "si tu marido estuviera aquí ahora mismo, ¿qué le dirías?". Ella contestó que le pediría disculpas y le aseguraría que, teniendo en cuenta todos los años que llevaban juntos, ese pequeño incidente no significaba nada, que el amor que se tenían mutuamente eclipsaba por completo ese pequeño momento. Él le aseguró que su marido seguía vivo en la comunión de los santos y que ahora mismo estaba con ellos. Entonces le dijo: "¿Por qué no te sientas en esta silla y le cuentas lo que acabas de compartir, que vuestro fiel amor mutuo anula por completo vuestra última conversación? Es más, ríanse de su ironía".

 

Una segunda historia. Hace poco, me reuní con una familia cuyo padre se suicidó veinte años atrás. Con los años, ellos han logrado superar esa situación, aunque, como en la mayoría de las familias que pierden a un ser querido por suicidio, quedan residuos incómodos. Ya hacía tiempo que le habían perdonado, que se habían perdonado a sí mismos por cualquier fallo por su parte y que habían perdonado a Dios por la injusticia de una muerte como la suya. Pero quedaba algo inacabado, algo que sentían pero que no sabían cómo nombrar (a pesar de los veinte años transcurridos, a pesar del perdón de todos y a pesar de una comprensión más empática del suicidio). Yo tampoco podía ponerle nombre, pero sí sugerir un remedio.

 

Les propuse que celebraran un ritual en el que festejaran su amor por él, celebraran el regalo que fue su vida y trabajaran para redimir la desafortunada forma de su muerte. Esta es la sugerencia: Elijan un día, tal vez su cumpleaños o incluso el aniversario de su muerte. Reúnanse en familia y celebren el acontecimiento con champán, vino y globos. Compartan historias sobre él, destacando aquellas en las que estaba alegre, en las que reía, en las que su espíritu prosperaba y en las que aportaba una energía especial a una habitación. Celébralo con comida, vino, champán, risas y amor. Él estará allí contigo. Aún estás en comunión de vida con él. Ahora está feliz. Celébralo con él. Elimina los veinte años de pesadez. La ausencia de este tipo de celebración es lo que sigue sin hablarse entre tú y él.

 

Historias como ésta pueden sonar fantasiosas, quiméricas, pero se fundamentan en una doctrina cristiana sólida y definida, es decir, están arraigadas en una fe que nos dice que estamos en unión viva unos con otros dentro del Cuerpo de Cristo. Como cristianos, creemos (como doctrina en nuestra fe) que estamos en unidad unos con otros dentro de un cuerpo vivo (un organismo, no una corporación) y que esta unión en un cuerpo nos incluye a todos, tanto a los vivos como a los muertos. Podemos comunicarnos unos con otros, disculparnos, repararnos y celebrar la vida y la energía de los demás, incluso después de que uno de nosotros haya muerto. Como cristianos, se nos invita a rezar por los muertos. No es sorprendente que algunos cristianos se opongan a ello, protestando que Dios no necesita que se le recuerde que debe ser misericordioso y perdonador. Tienen razón, pero al fin y al cabo esa no es la razón por la que rezamos por nuestros seres queridos fallecidos. A pesar de las fórmulas comunes que solemos utilizar para pedir a Dios que sea misericordioso, la verdadera intención de nuestra oración por los difuntos es que permanezcamos en contacto, en una comunicación de vida con ellos. La verdadera intención de nuestras oraciones y celebraciones rituales por los difuntos es mantenernos en una fluida comunicación vital con ellos, terminar asuntos pendientes, disculparlos, perdonarlos, pedirles que nos perdonen, seguir siendo conscientes del oxígeno especial que insuflaron al planeta durante su vida y, de vez en cuando, compartir con ellos un vaso de vino como celebración.

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