Mientras en Chile políticos oscuros hacen un show mediático dando los ajustes finales a un pacto que sella la muerte de millones de seres humanos -mediante una ley llamada de forma engañosa “de aborto terapéutico” (pues todos sabemos que su texto es la puerta al aborto libre)-, miles de chilenos sufren el abandono con impotencia, porque esos mismos legisladores dejan en la penumbra los verdaderos problemas que afectan a la población. ¡Se nota que no conocen el pueblo que gobiernan!
Qué bien les haría a muchos políticos ir a vivir en medio de las realidades populares, donde la gente duerme con miedo o con la dolorosa sensación de abandono por falta de seguridad. En otros casos hasta por la falta de alimentos. Hace unos días atrás como capellán de la cárcel de mi ciudad presencié uno de los dramas humanos más dolorosos que he conocido en mis 23 años de trabajo con los privados de libertad.
La población penal padece la constante violencia física que casi todos los días deja heridos y también muertos. Entre ellos existe un grupo de personas a quienes han calificado con el doloroso nombre de “insanos”. Son los presos que padecen problemas de salud mental y que en virtud de ello, cometieron el delito que los llevó a la cárcel.
El día 31 de diciembre del 2015, uno de ellos se quitó la vida, ahorcándose, como lo hacen la mayoría de los suicidas privados de libertad. El hombre estaba condenado a cadena perpetua, además era extranjero, pobre y estaba solo; abandonado y enfermo. Colapsó por los cuadros de violencia que comenzaron a darse en su sector y no pudo más, hasta que fue encontrado muerto por la mañana en el des-encierro.
La primera tragedia fue que su cuerpo estuvo tirado toda una mañana completa en el lugar ante sus compañeros de módulo. No podía ser movido hasta que el juez diera la orden. Recién a las dos de la tarde, con un calor de verano intenso, levantaron su cuerpo, el que fue derivado al servicio médico legal de la ciudad, donde permaneció congelado a 19 grados bajo cero durante un mes, mientras se gestionaban los trámites para su sepultación.
Por su condición de extranjero, por no tener su documentación clara y por los años privados de libertad las cosas se empeoraron. Un Parlamentario de la región ayudó a gestionar los contactos con la embajada de su país y allí comenzó el calvario para ubicar a su pobre familia que vivía en las montañas, lejos de la ciudad, en Perú. Obviamente no viajarían para su funeral. Este trámite demoró días. Mientras tanto gestionábamos donde lo sepultaríamos, la municipalidad de la ciudad se hizo cargo del servicio funerario y un párroco de nuestra diócesis lo acogió en el cementerio de su parroquia. Una de las grandes sorpresas fue descubrir junto con el párroco que donó la sepultura, que las víctimas del crimen cometido por este interno, habían sido compañeros de universidad del sacerdote. Fue un momento fuerte, pero Dios es compasivo y en la vida nos hace toparnos a veces con nuestros enemigos más acérrimos para implorar nuestro perdón y sanar esas heridas.
La muerte de este hombre pudo haberse evitado, según un siquiatra de la unidad penal. Recuerdo que las veces que conversamos en medio de su esquizofrenia su sueño diario era volver a su patria. Era pobre. Pero el sistema es inclemente en una cultura de muerte donde todo se soluciona con la muerte.
Un embarazo no deseado se soluciona con un aborto, un enfermo terminal se elimina con la eutanasia, a los pobres se les deja morir, los presos se matan entre ellos, los traficantes matan a sus rivales para ganar mercado de venta, a los inmigrantes se les deja morir porque pierden sus derechos de personas desde el momento que huyen de sus patrias, ¡a los débiles se les elimina! Terrorífico, pero real.
Se cuentan “películas” que ganan Òscar con temas polémicos pero dejando de lado los verdaderos problemas de fondo: El hambre, la esclavitud, la pobreza producto de la injusticia, la salud como privilegio de algunos, etcétera. Mi hermano preso vivió el calvario y nosotros junto con él. Rescatarlo de la morgue fue complejo y una vez ahí nos enteramos que sí tenía documentación chilena que nunca entró al sistema central de información. Era pobre, enfermo, preso y extranjero.
En nuestro país tenemos una canción muy conocida y cantada:” Y veras como quieren en Chile, al amigo cuando es forastero”. Eso hoy es falso. Nos transformamos en egoístas, clasistas y discriminadores. Mientras hacíamos los trámites nos enteramos que habían casos de personas fallecidas cuyos cuerpos llevaban 10 y 15 años congelados esperando que se acabara la investigación y el juicio para recién ser sepultadas: archivadas como si fuesen papeles…. Cuando entramos a vestir el cuerpo no pudimos hacerlo porque al estar congelado su rigidez no lo permitía y simplemente de manera simbólica colocamos la ropa en el cajón. Los funcionarios ahí presentes, al parecer nunca habían visto un sacerdote en la morgue bendiciendo un cuerpo y el ataúd antes de ser sellado. Con mucho respeto y reverencia participaron del rito, en ese momento tuve que asfixiar mi llanto de dolor con una tremenda impotencia por no poder gritar: ¡¿Hasta cuándo?!... luego emprendimos el viaje hacia el pueblo donde quedaría sepultado a más o menos 20 Kms. de la ciudad. Éramos cuatro, la asistente social de la unidad, dos hermanos de la pastoral penitenciaria y yo. La prepotencia de los grandes se hizo presente mientras íbamos en el cortejo: un inmenso camión se interpuso entre la carroza y nosotros. Sentí que una vez más éramos vulnerados con esa falta de respeto por alguien que ya había sufrido suficiente. En el cementerio junto con el personal lo colocamos en su tumba donde oramos y lo despedimos con dolor, como si hubiese sido hermano de sangre, con pena, con rabia e impotencia y con ganas de gritar ¡baaastaaaa! Al menos le dimos dignidad a su sepultación y Dios lo amó, a pesar de su pecado, se compadeció de él.
Un sistema cruel, una cultura de muerte en la que todos tenemos participación, nosotros mismos como Iglesia tenemos responsabilidades al quedarnos callados ante tanto dolor y miseria al no arriesgar nuestra posición de poder y bienestar por los que no pueden defenderse y son vulnerados: Niños, ancianos, enfermos, presos, pobres, drogadictos, y más. Si bien es cierto como Iglesia hacemos mucho, pero falta que todos se comprometan y se sientan parte en esta tarea que nos dejó el Señor… Evitemos esta cultura de muerte producto de un sistema injusto, indolente donde el ser humano ya no es humano, donde los humanos son algunos elegidos que pueden explotar y traficar con los otros como si fuesen mercadería.
¡Que resuene con fuerza el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo!: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn. 13: 34) “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mi me lo hicisteis.” (Mt.25: 40)