Una historia para leer

20 de noviembre de 2015

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La mañana que la encontramos estaba tibia. Un sol esperanzador nos marcaba el camino. Llegamos​ y ​nos topamos primero a los perros acortando las distancias y acorralando, protegiendo a quien estaba adentro del lugar medio en ruinas. Después la oscuridad del adentro.

Cuando pude entrar el alma se me hizo un ovillo y el corazón se me fue al galope.

Ella estaba ahí, acostada, casi sin poder moverse y casi sin poder hablar. Su voz partiendo desde el fondo apenas podía articular sonidos; adivinar cuáles eran las palabras fue el reto.

El olor y el dolor de la enfermedad y la pobreza extrema juntas se impregnan en la ropa, en la piel y en el corazón. Y adquieren el color de la resignación, ese color tan gris.  El color de a quien se le suman dificultades como en las pilas de ladrillos.​ No sé si no supe o no ​pude actuar en ese momento y me volví con el olor del dolor perfumándome las ropas y la piel.

Al llegar a casa y contar lo ocurrido, Piero enunció una frase que no dejó brechas para opinar: "Voy a verla". Al buen rato me llamó sólo para decirme: "¿Estás lista? la vamos a trasladar a un hospital de la capital".

Junté, ¿qué junté? algo de ropa, dinero y fuerzas. El viaje fue más largo de lo habitual, por todo lo que flotaba en el aire, más la suma de cosas. Los minutos eran horas y las horas días. En la mitad Piero que intentaba hablar de bueyes perdidos, dijo: "¿Adónde vamos? sigamos tu intuición mamá, no podemos errar de hospital". Yo pienso que la intuición se llama Providencia y que en estos momentos florece como las verbenas en los campos, solita. 

Dije un nombre y ahí fuimos. Cuando llegamos Piero corrió a buscar una silla de ruedas y me miró hondo al decirme: "Te toca a vos mami, tenemos que entrar ya".
 
Entramos, como pudimos, pero ella entró. Entró a un mundo hospitalario donde comenzaron las preguntas y las corridas. Y cuando la dejamos, a su lado estaba su ex esposo que dijo: "Yo la quiero, yo la cuido". Le preguntamos si tenía más familia, pero nos dijo: "No quieren verla".

Me fui de viaje pensando en ella. Mucho tiempo con la cabeza pensando en ella. Por whatsapp -que haría sin el whatsapp- me enteré de la suma de enfermedades, todas complicadas y difíciles, más aún si se suman. La encomendé a la Virgen y cuando tenía un ratito elevaba una oración.
 
​En el viaje de vuelta de Roma, sin poder dormir en el avión-como siempre- me fui hacia el lugar del personal buscando con quien conversar un rato. ​Ahí estaba un hombre joven sentado en el asiento del personal y ante mi sonrisa -de buscando con quien hablar- me dijo que se volvía antes por una urgencia. Como vi que tenía cara de "hablemos un rato", inicié una conversación que siempre toma rumbos diversos.

A la hora más o menos, yo seguía parada y él sentado y ahí me animé a contarle  lo que me desvelaba. Para mi sorpresa él me confesó que también hacía un voluntariado, trabajando en acompañamiento de personas con enfermedades muy difíciles o en algunos casos terminales. Es decir todos somos terminales porque caminamos hacia la puerta de la muerte, pero en algunos casos la puerta está visiblemente más cerca. Conversamos el resto del vuelo, él no tenía donde dormirse y yo no podía dormirme así que tuvimos tiempo para compartir.
 
Esta mañana me escribió, sabiendo que lo estaba buscando para pedir ayuda para "ella", que está muy mal, y sus tiempos acá quizás sean escasos. Y ahí nomás me conectó con gente dispuesta a ayudar en este proceso que es la recta final del camino, quizás siempre vamos en la recta final y no nos damos cuenta pensando que nos queda mucho hilo en el carretel. Hoy en medio de tanto me senté a reflexionar sobre como la Providencia o Dios fue acomodando las piezas en el tablero, que loco ¿verdad?, desde que me avisaron de su existencia hasta la conversación del avión. Siempre voy a creer que Jesús en su amor, nos fue acomodando para que quien quizás fue tan poco amada, pueda sentir que es amada y sanar su corazón.

Si sentís que no sos feliz súmate a un voluntariado. Estas historias ocurren a la vuelta de donde vivís. Quizás tendiendo una mano armás un puente de manos que te van a sostener el día que necesités cruzar el río.

"Quién no vive para servir no sirve para vivir". ¿Adivinaste quién lo dijo? El Papa Francisco, un hombre sabio.

 

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