La idea está muy extendida: lo único importante es seguir la propia conciencia, ser buena persona, estar en paz con uno mismo y con los demás.
Esa idea recoge aspiraciones importantes de todo ser humano. Porque una persona que no sigue su conciencia, que no está en paz, que no es buena, ha fracasado.
Pero hay un deseo en lo íntimo del ser humano que no puede quedar suprimido sin traicionar la propia identidad: el deseo de responder a las preguntas sobre el sentido último de la vida y sobre lo que exista tras la muerte.
Muchos dejan esas preguntas a un lado. Si uno está satisfecho con sus opciones y ha llegado a ser “buena persona”, ¿para qué plantearse preguntas sobre las que resulta tan difícil encontrar respuestas verdaderas? ¿Para qué perder el tiempo o entrar en temas que luego pueden “obligarnos” a cambios decisivos en la propia vida?
Además, añaden algunos, quienes dicen tener esas respuestas muchas veces son fundamentalistas, intolerantes, agresivos… En definitiva, son malas personas.
Queda, sin embargo, algo en lo más íntimo de cada ser humano, una serie de preguntas decisivas que no podemos eludir: ¿existe Dios? ¿Está interesado por nuestros actos? ¿Restablecerá la justicia? ¿Premiará a los “buenos” y castigará a los “malos”? ¿Hay algo tras la muerte?
Son preguntas que podemos dejar de lado solo si traicionamos a nuestra conciencia. Porque esa conciencia, que resulta un elemento irrenunciable para ser “buenas personas”, necesita responder a las mismas para llegar a una visión correcta sobre el mundo y la vida.
No basta, por lo tanto, con sentirse buenas personas. Como seres humanos, estamos llamados a responder a las preguntas decisivas. Quizá la respuesta a la que lleguemos sea equivocada, pero no lo será el esfuerzo por buscarlas seriamente y de modo honesto.
Para un cristiano, esas respuestas están a la mano de un modo sorprendente, porque el mismo Dios nos las ha ofrecido. Basta con abrir el Evangelio y leer. Si uno mantiene el corazón abierto, si anhela respuestas decisivas, escuchará una voz interior que le susurra: este es el Camino, aquí está la Verdad, aquí se te ofrece la Vida verdadera…