Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella

05 de septiembre de 2013

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Cuando convocó al Concilio Vaticano II el Papa Juan XXIII dijo que debíamos abrir las ventanas de la Iglesia para que entrara aire nuevo… y por cierto que trajo evolución al interior de ésta. Entró en diálogo con el mundo trayendo grandes y fuertes cambios.
 
Hoy el Papa Francisco abrió las puertas, despojándose, viviendo en contacto con una comunidad, recordándonos que él es el Obispo de Roma y un cura que camina y que desea una Iglesia austera, sencilla, misionera, comprometida socialmente, transparente y abierta al mundo moderno, preocupada de los problemas concretos del hombre. El nuevo Papa busca volver a lo sencillo, a lo esencial, él ora, se inclina ante el pueblo que conducirá, pide la bendición y nos recuerda permanentemente el valor y la importancia de la oración: el Santo Rosario, la celebración de los sacramentos, la reflexión centrada en Cristo y en su Evangelio.
 
Francisco, Vicario de Cristo, nos llama a la oración y el ayuno para acabar con el flagelo de la guerra en medio oriente donde miles han muerto por la irracionalidad y la violencia que no respeta lo más preciado por Dios: la vida humana, particularmente la de los niños y ancianos, que son las victimas más débiles de todo conflicto. Rápidamente la noticia se expande por el mundo y  muchos grupos y organizaciones adhieren a la iniciativa  del Pontífice, entre ellos el Muftí de Siria (alto dignatario Musulmán) quien desea orar con SS el Papa, en Roma; grupos protestantes de Estados Unidos también se unen a esta cruzada de oración y ayuno para expulsar el demonio de la guerra y destrucción que pone en riesgo la paz mundial.
 
En medio de todo y de todos vemos a un Papa sonriente. El sólo responde que todo lo bueno es fruto del Espíritu Santo. No me cabe ninguna duda que así es. Vemos un Papa lleno de energía que anima y desafía a los católicos para manifestar su fe; y a los jóvenes para que generen líos en sus diócesis, es decir, que dinamicen la Iglesia, que despierten del letargo… que esos huesos secos se regeneren de carne, músculos, nervios y así se reincorporen con nueva vida (Ezequiel 37, 1- 14).
 
Muchos decían que la Iglesia estaba condenada a desaparecer… pero esos mismos como un diario de izquierdas de España hoy reconocen la obra de la Iglesia y el carisma renovado del Papa Francisco. Dios en él ha venido a renovar a esta que debe ser una familia y no Institución. Hemos sobrevivido por más de dos mil años, zarandeados por la historia y por el pecado de quienes formamos parte de ella, pero conducida por Cristo y siempre renovada. Cuando la tempestad y el viento la amenazan, El se pone de pie y vuelve a calmar la tempestad con su Señorío de Dios…. Sorprendiendo al mundo una vez más: “¿Y quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?”!! (Mc. 4, 35 – 41).... Jesús le dijo a Pedro. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt. 16, 13 – 18). Pedro a causa de la fe confesada por él será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de confirmar en ella a sus hermanos (CIC Nº 552).
 
El Papa es la cabeza visible de nuestra amada Iglesia, su figura nos congrega a los católicos del mundo entero y ello ha significado que muchos hermanos que han estado fuera de ella, hayan vuelto al redil. Valoran el signo de la unidad… Algunos hermanos evangélicos que conozco me han dicho en varias ocasiones: “me gusta mucho su Jefe, su Papa Francisco”… Un amigo mormón me decía: “Padre usted sabe que no tengo su misma religión, pero me gusta mucho su Papa Francisco”… Creo que en la ternura, palabras y gestos del Papa existe un lenguaje doctrinal; verdaderas exhortaciones en las que a diario nos desafía a despertar en la fe y tomar en serio nuestro compromiso misionero de llevar a Jesús a quienes no lo conocen, viviendo la alegría de ser cristianos que brota del amor de Dios y renovando así el mundo…
 
Bendito sea Dios por el Papa y como siempre nos pide, oremos por él : “Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor está contigo. Bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega «por él» y por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén”

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