¡Gracias, Señor! Gracias Señor...

18 de enero de 2024

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En el corazón del famoso Valle Sagrado (Wadi Kadisha) en el Líbano, justo al lado del monasterio de San Antonio de Qozhaya, vive un ermitaño: el padre Youhanna Khawand. Es un anciano pequeño, humilde y encorvado, discreto y modesto, que lleva gafas de montura gruesa y una capucha que le cubre la frente. Viste un hábito sencillo y en su ermita duerme directamente en el suelo, entre libros. No come dulces, frutas u otros manjares producidos en el monasterio, se mortifica y ayuna.

 

Una sonrisa llena de bondad y amabilidad no desaparece de su rostro; toda su figura emana una alegría y una paz mental extraordinarias. Nadie que no lo conozca íntimamente pensará que es un teólogo profundo, un experto en lenguas antiguas, un traductor de textos bíblicos y antiguos himnos siríacos al árabe, un políglota y, para muchos, un maestro y director espiritual. El padre Youhanna tiene otro secreto de su vida espiritual. Le encanta la liturgia, especialmente la Eucaristía, el rosario y la oración de los salmos. Pero todo su día está impregnado sobre todo de la oración incesante, la oración del corazón. Y cuando reza, repite una y otra vez tres breves palabras: ¡Gracias, Señor! Gracias Señor...

 

En el Evangelio según Lucas, encontramos una descripción de una pintoresca escena que tuvo lugar después del nacimiento de Jesús, cuando sus padres llevaron al niño al templo para ofrecerlo a Dios. Es, por supuesto, el encuentro con Simeón y Ana. Al describir la reacción de Ana cuando llegó al templo -«alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2, 38)-, el evangelista utiliza la palabra griega ἀνθωμολογεῖτο (anthōmologeito). Significa no sólo "ella alabó", sino sobre todo "ella agradeció". La esencia de la reacción de Ana, entonces, fue gratitud, acción de dar gracias a Dios por haber escuchado la oración de las muchas tribus de Israel, que le pidieron en oración confiada que enviara a Su Ungido al atormentado pueblo elegido.

 

Como de costumbre, la respuesta de Dios es sorprendente, superabundante y está más allá de todas las expectativas humanas. Porque envía a su Hijo no tanto para liberar a Israel del poder de los ocupantes terrenales, sino más bien para liberar a toda la humanidad de una esclavitud mucho más terrible, de los grilletes del pecado. ¿Era Anna consciente de esto? No sabemos. Sabemos, sin embargo, que cuando vio el cumplimiento de las profecías y el cumplimiento de la promesa de Dios, respondió con una oración de gratitud. Esta es una lección importante para nosotros. Acostumbramos a pedirle mucho a Dios y a veces disculparnos demasiado. Pero, ¿damos gracias a Dios?

 

Porque, incluso si tenemos poco, como el Padre Youhanna, podemos encontrar mucho por lo que agradecer. Si miramos a nuestro alrededor, si miramos atentamente en nuestro corazón y en la historia de vida que tenemos a nuestras espaldas, encontraremos que estamos constantemente acompañados por la amorosa Providencia de Dios, que nos ha llevado hasta aquí, a pesar de muchas dificultades y adversidades. ¿No es esa razón suficiente para dar gracias? Una oración de acción de gracias es más que enumerar razones para estar agradecido; es una actitud de atención plena a las múltiples formas en que Dios se nos regala continuamente. Si queremos responder a esto, basta un simple, confiado y gozoso "Gracias, Señor", y a veces solo un silencio atento y agradecido.

 

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