Acudir cada día y cada noche a la capilla de adoración perpetua no nos libra de manías personales ni es antídoto frente a las pequeñeces humanas. Anoche tuvimos reunión de coordinadores de turnos de adoración y la verdad es que fue una reunión interesante, provechosa y, sobre todo, divertida. ¡Ay Señor, qué cosas nos pasan a los humanos! Tantas las anécdotas, tantas las curiosidades que les dije: “mañana tengo que escribir alguna en el blog”.
Los protagonistas son adoradores, gente extraordinaria, buena donde la haya, enamorados del Santísimo, y que todo lo que les pasa es a base de buena voluntad, generosidad y amor a la Eucaristía. Pero es que tenemos a veces unas ocurrencias… Les cuento tres o cuatro anécdotas de estos últimos días.
Joaquina, de nuevo mosca. Echa horas al Santísimo hasta decir basta. Y encima en horas malditas, como pueden ser por ejemplo las de medio día de fin de semana. Pasa por la capilla y se va anotando para hacer suplencias: “oiga, que me apunte mañana de 14 a 16 h., y el domingo de 15 h. en adelante”. El otro día me suelta: “estoy muy enfadada con usted, si no quiere que venga a la capilla me lo dice”. Te quedas a cuadros… “aunque me llamo Joaquina todo el mundo me dice Quina, que mi nombre entero no me gusta… y usted va y me apunta en la lista como Joaquina… ¿qué pasa que no quiere que vuelva?
Mariano es adorador nocturno de madrugadas enteras en cuanto puede. Pero tiene un problema: que es celoso de su adoración y le gusta estar solo en la capilla. Así que si alguien aparece en su turno, y para estar tiempo, no es que le moleste, es que directamente cierra el devocionario y se larga. Pequeñas cosas de un adorador fiel, comprometido, pero que gusta de la soledad. Pequeñas manías que tiene uno y que estoy seguro que Nuestro Señor comprende y acepta complacido porque sabe mucho de cosas humanas. Un adorador me decía: “pues teológicamente está demostrado que el Señor es capaz de dialogar en oración con varias almas a la vez”. Es igual, a Mariano le gusta estar solo…
Ayer me volvieron a avisar de que el lamparario no funcionaba. Me imaginé la avería. Admite solo monedas y hay un cartelito que lo recuerda: “solo monedas, billetes no”. Cuando lo abro descubro que alguien ha introducido por la ranura de las monedas dos billetitos de cinco euros doblados juntos, y no es la primera vez. Una señora que me ve me dice: “los he puesto yo”. Pero buena mujer, “¿no ve que pone que billetes no?” Sí, pero me he dicho… funciona con moneditas de nada y no van a valer los billetes”. Pero si no caben… “me costó trabajo, pero no crea, que empujando, empujando…”
Soledad es otra adoradora nocturna. Aunque vive lejos de la parroquia, dos noches por semana se sube al bus y se presenta en la capilla. La noche es larga, así que ha decidido que parte de la oración la hace con bayeta, cubo, fregona y mucho amor. Lo cierto es que tiene la capilla que da gusto verla. Cerca de la capilla hay un baño y un cuarto con cosas de limpieza, y Soledad lleva tiempo notando cosas raras. “A ver, dice ella, yo dejo todo recogido, limpio… pero luego vengo y resulta que los chicos o las catequistas han utilizado las cosas de limpieza de la capilla y con la misma fregona lo mismo limpian los baños, y claro, no vas a limpiar la capilla con esa fregona, por olores y por respeto. ¿Sabe lo que le digo? Que he comprado un mocho nuevo, cuando vengo me lo traigo en el bolso, y cuando me largo para casa me lo vuelvo a llevar…” Es decir, que Soledad va y viene de casa a la capilla y viceversa cargando entre otras cosas con el mocho a diario…
Nunca más. Los adoradores del turno de noche han decidido escotar para un escobero, meter en él las cosas de limpieza exclusivas de la capilla, un buen candado y se acabó. Porque hay mucho amor en Soledad, pero ir y venir cada día con el mocho en el bolso parece excesivo.
Cosas dela capilla… miserias humanas, pero en todas ellas tanto amor a Nuestro Señor Sacramentado, que ciertamente emocionan.