De niña odiaba la pobreza, la odiaba. Toda mi vida las personas a las cuales les dije esto me han dicho, "quizás te pesaba", "quizás te costaba", "quizás no la entendías", quizás, quizás.
Creo que las personas no quieren escuchar verdades, asustan. Yo odiaba la pobreza.
Cada vez que me confesaba decía "mire Padre, yo de todos los otros pecados me arrepiento, le puse la traba al vecinito, me enojé con mi papá y le escondí el destornillador, copié los deberes y soy contestadora mal, le puse azúcar a la comida, pero Padre le voy a poner onda y voy a intentar mejorar. Ahora Padre, escuche bien, odio ser pobre y no lo puedo evitar así que usted haga lo que pueda".
Pobres curas, aquellos que me confesaban, en tremendo lío los metía una chiquilla de 10 años, con los pelos en la cara, enmarañados, y la ropa zurcida. Pobres curas siempre estuvieron a la altura de las circunstancias y le dejaron el meollo a Dios, dándome el perdón y dejando que Jesús se arreglara conmigo.
Y Jesús jamás perdió las esperanzas conmigo, eso siento.
A los pocos años, salí a comerme el mundo, sola, ingenua, partiendo del campo, donde los códigos eran otros. Y el mundo me comió a mí. En ese punto de mi vida, añoré tanto la pobreza del campo, rodeada del amor de los míos, y donde mi abuela vivía para mí. Y entendí que quizás no era tan mala, a la par de las vicisitudes modernas.
Quizás me salvaron los sueños, quizás me salvó el amor de antes, quizás me salvó Dios que nunca se rindió conmigo.
Pero pude, ¿qué pude? Vivir una vida que a mí me parece hoy digna.
Un trabajo que me gusta, de escasa remuneración, pero que me hace feliz y no daña: ni a mí ni al resto, -es digno entonces-. Otro trabajo que también me gusta, y donde sigo ganando poco dinero. Y un voluntariado que me llena el alma de pajaritos y me hace sentir que puedo cambiar el mundo. Una familia que soporta que viva para una causa incomprendida, y solitaria y encima me apoya. No puedo pedir más. Cocino poco, no planché jamás y tengo un patio con cientos de cactus.
Quizás sigo siendo esa chiquilla de diez años, con el pelo enmarañado y el ceño fruncido, rebelde de rebeldías. La diferencia es que ahora tengo una casita donde vivir, agua potable, la oportunidad de haber estudiado y ya no odio la pobreza, al contrario he hecho las paces con ella, porque tengo herramientas para entender.
Quién nunca pasó frío, hambre, dolor, soledad, tristeza y tuvo ganas de ir al baño y no tenía baño para ir, no opine o opine con cuidado, porque del dicho al hecho hay un largo trecho.
No todos tenemos las mismas oportunidades, hay persona que no las van a tener jamás, porque no hacemos nada para que las tengan. Todos vamos hacia la misma puerta de embarque, y al final vamos a subir al mismo avión, "la muerte". Eso sí, sin equipaje, ni siguiera de mano, porque del otro lado no nos hace falta ninguno.
La vida es una constante manga de abordaje. Tenemos la oportunidad de caminar en paz por ella, sin forcejeos y tendiendo una mano a quienes la necesitan, y también aceptando ayuda cuando la necesitamos nosotros.
La puerta de embarque es la misma para todos. Caminemos hacia ella en paz: con los demás y con nosotros mismos… con Dios.