Mi primer exorcismo de una casa

04 de junio de 2018

Compartir en:



En el seminario, en la universidad y luego en mis primeros años de sacerdocio, siempre que escuchaba, leía o atendía casos de personas que manifestaban padecer algún daño por haber participado en magias, pactos o cosas paranormales, me decía: "Esto debe ser una alteración sicológica o siquiátrica", "deben ser alucinaciones provocadas por falta de sueño o descanso", "posible sugestión", y mi única ayuda era sugerirles visitar a un sicólogo o siquiatra.
 
Cuando me llamaban para bendecir casas o lugares en las que se escuchaban cosas extrañas o habían movimientos raros de objetos o pasos de una habitación a otra, inmediatamente buscaba la explicación más convincente, como cañerías en mal estado, corrientes de aire, bromas de los demás habitantes del hogar y hasta pensaba en dramas inventados para llamar la atención de los demás.
 
Todo comenzó cuando un día, llegó a mi parroquia, un joven matrimonio desesperado porque la paz que habían mantenido desde el comienzo de la relación, se había convertido en un ir y venir de momentos angustiantes. Me pidieron con urgencia, ir a bendecir su casa. Cuando entré al hogar me advirtieron que no me asustara si es que "escuchaba o veía cosas raras". Yo iba obviamente con mis anquilosados prejuicios y ya con las posibles respuestas que les tendría que decir al final del encuentro.
 
Me pareció que iniciábamos muy bien haciendo la señal de la Cruz; luego los invité a tener un momento de oración y elegí un texto que no había sido el frecuente para ese tipo de situaciones. Leí en cambio, el Evangelio de Marcos 10, 3-12, que dice: "y los espíritus inmundos al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: ¡Tú eres el Hijo de Dios!", porque el marcador que siempre llevaba en esa Biblia, por algún motivo llegó hasta esa página.
 
Entonces hicimos silencio y tres fuertes golpes se escucharon desde una habitación. Yo no hice caso, porque pensé inmediatamente que se trataba de un familiar que se encontraba ahí. La señora me dijo: "Padre, de eso le hablábamos en la conversación". Abrió la puerta de ese cuarto y no había nadie (los niños estaban en la casa de su abuela).
 
Comencé a asperjar la casa con agua bendita, y cuando entré a un pequeño espacio destinado a los libros, percibí un fuerte olor a carne descompuesta. Ellos me advirtieron que habían limpiado innumerables veces la casa entera y especialmente ese lugar e incluso habían pagado los servicios de limpieza, desratización y fumigación para terminar con ese hedor, pero nada había resultado.
 
Cuando ya estaba por terminar la bendición y cuando ya me prestaba a darles los típicos consejos y explicaciones que estaba acostumbrado a dar, un hecho llamó profundamente mi atención: vi con nitidez y detención, cómo una cruz se movió rápidamente, unos pocos centímetros. Debo reconocer que eso me puso un poco inquieto, pero no dije nada. Nos despedimos y ellos, nerviosos, me preguntaron si lo que hubiese en esa casa dejaría de molestarlos. Yo les dije que esta bendición no era magia y que debían acompañar toda bendición con los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación, que comenzaran a ser más de Dios. Se me ocurrió decirles que cualquier cosa que pasara en los siguientes días, me avisaran. Les dije además, que cuidaran el descanso y que se olvidaran del tema y pensaran en otra cosa.
 
Pasaron cuatro días y volvieron a presentarse los dos en mi oficina parroquial y me contaron que las dos noches siguientes habían sido tranquilas, pero que al tercer día, cuando llegaron de sus trabajos, advirtieron algo extraño en la cruz del living. Él se acercó a mirarla y notó que detrás de ella había dos pequeños gusanos blancos. Los sacó y limpió la cruz y el mueble. Posteriormente cenaron, vieron televisión y se prepararon para acostarse. Mientras él terminaba de lavarse los dientes, escuchó un grito desde el cuarto matrimonial. Fue corriendo y vio a su mujer con las manos en la cara espantada y llorando.
 
Lo que vieron fue aterrador

 
Llegamos a la casa a eso de las 22:00 hrs. ¡Me esperaron por casi tres horas en la parroquia- estaban desesperados! Cuando entramos, fuimos directo al lugar y ahí me contaron que en la noche anterior habían visto cientos de gusanos blancos dentro de la cama.  Me explicaron que como cada domingo, habían hecho aseo y cambiado las sábanas, para luego mantener el orden y limpieza durante la semana: "Era imposible que esa asquerosidad haya llegado ahí sola".
 
Entonces se vinieron a mi cabeza, los contenidos del curso "sicología religiosa" que se impartió en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Chile, dictado por un doctor en sicología y quien siempre nos hablaba de estos temas, y nos hacía hincapié en atenderlos, porque la gente sufría mucho especialmente porque nadie les creía semejantes cosas. Me acordé además que un sacerdote colombiano carismático que había conocido en un curso, me había contado cómo en su país él atendía muchos casos parecidos al que estaba viendo ante mis propios ojos y que había descubierto un sub mundo de mucho mal, pero que poco se hablaba del tema. Volviendo a mí, les dije que haríamos una bendición breve y que al día siguiente vendría a la casa más preparado. Debo confesar que salí de esa casa, preocupado y muy condolido por lo que estaba sufriendo ese matrimonio. La verdad es que mi oración nocturna la hice especialmente por ellos y por el término esas extrañas manifestaciones.
 
Al día siguiente, conversé con el padre exorcista de la diócesis de Rancagua (Chile), Luis Escobar y me indicó los procedimientos a seguir. No sólo me preparé con los sacramentales, sino que además oré ante el Santísimo sacramento para que, lo que hubiese allí, desapareciera completamente.
 
Llegué a la casa, y les pregunté más detenidamente acerca de los sucesos acontecidos (esta vez sin prejuicios, sino que, prestando mucha atención a todos los detalles). Comencé a orar y les enseñé a ellos cómo  participar de esa bendición y exorcismo de la casa. Se animaron a pedir con insistencia al Señor que los ayudara a terminar con ese sufrimiento que ya llevaba 4 años atormentándolos, a ellos y a sus dos pequeños hijos.
 
Nunca he tenido miedo frente a estas cosas porque sé que no soy yo el que combate. ¡Es Cristo, que venció el pecado y la muerte quien se hace presente con todo su poder!
 
En la conversación previa al exorcismo, me contaron otros acontecimientos (tierra de cementerio repartida en distintos lugares del ante jardín, ungüentos tirados en la puerta de calle, regalos extraños que recibieron, etcétera) que los hicieron buscar ayuda con videntes, tarotistas, brujas, médiums y otros pseudo especialistas, que  no hicieron más que aumentar la infestación del hogar. Pero también llegaron a las iglesias protestantes y los dos pastores que acudieron, sólo pudieron atenuar algunos días los efectos de la infestación, pero luego continuaban los sucesos e incluso con mayor intensidad.
 
Cabe destacar que cualquier sacerdote puede exorcizar lugares y objetos, mientras que sólo los exorcistas autorizados por su obispo, pueden exorcizar personas.
 
Comencé el exorcismo de esa casa y lo que vi y presencié fue para mí algo nuevo y comencé a descubrir un mundo de dolor y soledad. Lamentablemente he constatado que se busca ayuda en muchas partes, y muy poco en la Iglesia Católica, porque, o no se les cree, o rara vez se utilizan las herramientas que el mismo Jesucristo o la Iglesia nos han  entregado para combatir el mal. Mientras orábamos con toda la fuerza de la que éramos capaces, iba derramándose el agua bendita, los otros sacramentales (instituidos por la Iglesia) y las fórmulas imperativas de rechazo al mal y al pecado. Entonces me di cuenta que al nombrar a la Santísima Virgen María, o pestañeaba la luz o se sentían pequeños golpes (yo aún, tratando de observar alguna explicación lógica de todo eso). Pero me acordé de una oración que siempre encontré pasada de moda y rara vez utilizada por mí en la oración personal. El padre Luis me la recomendó: "Dios te Salve Reina y Madre de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra ¡Dios te Salve!...” Fue en ese mismo instante cuando se apagó la luz de la casa. Los tranquilicé. Esperamos unos minutos. La luz llegó nuevamente. Les di la bendición final. Les recomendé la participación en Misa y la frecuencia del sacramento de la reconciliación. El rezo del Santo Rosario. La lectura de la Sagrada Escritura. La participación en alguna comunidad eclesial. La ayuda a los más necesitados.
 
Ha pasado ya un año sin que existan sucesos como los descritos en esa casa. El matrimonio vive en paz, felices, dedicándose a sus hijos y la oración en una comunidad eclesial.
 
Nuevamente Cristo Venció. Siempre vence. Sólo debemos tener nuestra mirada fija en Él. Si estamos con el Señor, nada ni nadie nos quitará el gran tesoro que se nos regaló en el bautismo: ¡el poder del ESPÍRITU SANTO, que nos hace orar con mucha eficacia!

 

Compartir en:

Portaluz te recomienda