En 1993, Christopher West leyó las catequesis (129) de san Juan Pablo II sobre el plan divino para el amor humano -conocida como Teología del Cuerpo- y encontró, afirma, “una cura contra el cáncer” de la sociedad. De inmediato, supo que dedicaría su vida a divulgarla.
“Con frecuencia, el cristianismo es acusado de demonizar el cuerpo, pero solo los demonios demonizan el cuerpo… Quiero que las personas sepan que no están locas por aspirar a más de lo que el mundo les ofrece”, señala West en esta entrevista con Revista Misión, registrada durante su última visita a España, para impartir el seminario “El Éxtasis de la Belleza” en la Universidad Francisco de Vitoria (UFV).
Sus cursos llenan auditorios por todo el mundo. ¿Por qué cree que tantas personas quieren escucharlo?
La mayoría de nosotros piensa que el cristianismo es como una dieta en la que se pasa hambre: que debemos reprimir nuestros deseos y seguir unas reglas. Pero el mensaje que yo comparto es lo que aprendí de san Juan Pablo II: la invitación de personas hambrientas a un banquete que puede satisfacer los deseos más hondos de su corazón. La cultura secular es consciente de que tenemos hambre, entonces nos ofrece comida rápida, que sabe bien cuando la tomas, pero que te intoxica cuando se convierte en tu dieta permanente. Mi experiencia me ha mostrado que te puedes morir de inanición (por reprimir tus deseos) o de intoxicación (por exceso de comida rápida), pero en las enseñanzas de Juan Pablo II descubrí un mensaje curativo. Creo que por eso la gente quiere escucharme.
Usted asegura que tenemos que rehabilitar la palabra eros en nuestro lenguaje. ¿A qué se refiere?
Juan Pablo II fue el primero en decirme que el anhelo de plenitud y felicidad que yo había experimentado toda mi vida en lo más hondo de mi ser tenía un nombre, y para mi sorpresa lo llamó eros. Yo creía que el eros era lo erótico, y que lo erótico era sinónimo de pornográfico. Confundía la palabra griega eros con la palabra griega porneia: la perversión de lo erótico.
¿Qué es entonces el eros?
Juan Pablo II lo define como el impulso ascendente del espíritu humano hacia todo lo verdadero, bueno y bello. Cuando vemos un atardecer o una noche estrellada y sentimos que nuestro corazón se estremece, eso es el eros. Todo ser humano está buscando lo verdadero, lo bueno y lo bello. La buena noticia del Evangelio es que Dios nos dio el eros como combustible de un cohete que puede lanzarnos a las estrellas. El problema es que con el pecado original nuestros cohetes ya no apuntan al infinito. Por eso vamos por el mundo buscando amor, plenitud y felicidad, y nos sale el tiro por la culata. Juan Pablo II me mostró que Cristo vino al mundo para redirigir nuestro cohete al infinito. Es lo que san Pablo llama la redención de la carne. El verdadero destino de nuestra pasión es un amor infinito y una plenitud que no acaba.
Usted explica que ser cristiano es disfrutar correctamente de los placeres del mundo. ¿Eso cómo se logra?
La definición teológica de adicción es aquello que ocurre cuando dirigimos nuestros deseos de plenitud infinita hacia los placeres finitos. Los placeres finitos no pueden satisfacernos, así que buscamos más y más… La vida cristiana no es reprimir las pasiones ni los deseos de completitud, sino dirigirlos hacia lo infinito. Cuanto más dirijamos nuestros deseos hacia lo eterno, cualquier cosa bella en la creación (una cerveza, la buena música, hacer el amor con nuestro cónyuge…) se convierte en un icono de la felicidad eterna que nos espera. Los místicos, y todos estamos llamados a ser místicos de lo ordinario, se regocijan en el éxtasis de este mundo como símbolo del éxtasis eterno. Eso es la libertad.
¿Cree que los ángeles tienen algo que “envidiarle” a nuestro cuerpo?
Hay dos tipos de ángeles: los ángeles caídos y los ángeles santos. A los ángeles santos el cuerpo les genera asombro; a los caídos les produce envidia. Con frecuencia, el cristianismo es acusado de demonizar el cuerpo, pero solo los demonios demonizan el cuerpo. El ataque contra el matrimonio y la sexualidad tan extendido en nuestro mundo es por la envidia diabólica a nuestro cuerpo, que se manifiesta. Somos imagen de Dios con nuestro cuerpo, y podemos participar del poder creador de Dios a través de nuestra sexualidad. Los ángeles no pueden hacer esto. Satanás odia nuestro cuerpo y quiere que nosotros también lo odiemos. Cristo ama el cuerpo: tomó cuerpo, y murió y resucitó en su cuerpo. En esto consiste la teología del cuerpo en su pleno éxtasis.
¿Pueden los esposos disfrutar del placer sexual de su unión sin tener que estar siempre abiertos a la vida?
La unión conyugal es un signo sacramental que comunica el misterio eterno del amor vivificante de Dios. La unión que no está abierta a la vida es una señal que falsifica el misterio divino y ataca directamente a nuestra creación a imagen y semejanza de Dios. El efecto dominó del primero es una cultura de la vida y una civilización del amor; el efecto dominó del segundo es una cultura de la muerte y una anticivilización de la lujuria. Por supuesto las parejas casadas se regocijan con la alegría y la bondad de su unión sexual. ¡Dios creó el placer sexual! Pero lo creó para vislumbrar la alegría de amar como Él ama. El amor de Dios es generoso: genera. Y es por eso que Dios nos dio genitales: para que pudiéramos participar en su amor generoso y generador. Hacer estéril el acto sexual hace del placer sexual en la meta del acto, en lugar de un fruto de amor divino. Así, nos convertimos en utilitarios en nuestras actitudes y conductas sexuales, y tratamos a otras personas como objetos de placer y no como personas hechas a imagen y semejanza de Dios. Eso no significa que las parejas estén obligadas a tener tantos hijos como sea físicamente posible. Las parejas que usan los métodos de reconocimiento de la fertilidad, cuando tienen una razón justa para evitar el embarazo, nunca vuelven sus actos sexuales estériles. No están usando anticonceptivos. Rastrean su fertilidad, se abstienen cuando son fértiles y, si lo desean, se abrazan cuando son naturalmente infértiles. Quienes no estén familiarizados con los métodos modernos de reconocimiento de la fertilidad deben tener en cuenta que tienen una efectividad del 98 al 99 por ciento para evitar el embarazo cuando se usan correctamente. Y cualquier mujer, independientemente de la regularidad de sus ciclos, puede usarlos con éxito.
¿Qué diferencia existe entre volver estéril una unión conyugal y esperar hasta que sea naturalmente estéril si el resultado final es el mismo: ambas parejas evitan a los hijos?
Cuando me hacen esta pregunta respondo: ¿Cuál es la diferencia entre matar a la abuela o simplemente esperar hasta que ella muera naturalmente? El resultado final es el mismo: abuela muerta. Sí, pero un caso implica un pecado grave llamado asesinato, mientras que, en el otro caso, la abuela muere, pero no hay pecado en absoluto. Piénselo: quienes entienden la diferencia entre la eutanasia y la muerte natural pueden entender la diferencia entre la anticoncepción y la planificación familiar natural.
En el curso que impartió el pasado mes de junio en la UFV concluyó con una invitación a la oración, la Eucaristía y la confesión, y mostrando a la Santísima Virgen (el Totus Tuus de san Juan Pablo II) como camino. ¿Por qué acudir a Ella para lidiar con nuestros anhelos insatisfechos?
El ciclo del mal se rompió y se detuvo en María, porque Ella fue la primera en recibir la plenitud de la redención en Cristo. Fue la primera en resistirse a la seducción de la “moneda falsa” y abrir su anhelo de infinitas riquezas a la “moneda genuina”: Jesucristo. Si queremos detener el mal de nuestra cultura pornográfica de la muerte, no debemos condenar el cuerpo y el sexo, ni buscar apagar el fuego del eros que está en el centro de nuestra humanidad. Debemos redescubrir el significado del cuerpo y del sexo como signo del “gran misterio” del amor de Cristo por la Iglesia, redirigiendo el eros hacia su verdadero objeto. Así es como se detiene el mal: “Debemos llegar a desear a Dios”, dice el Papa Benedicto XVI. En otras palabras, aprender a orar. Porque la oración es desear a Dios. Como la primera de las discípulas del Señor, María es nuestro principal testigo y modelo de oración. Ella es “el recipiente abierto del anhelo, en el que la vida se convierte en oración y la oración se convierte en vida”, dice el Papa Benedicto. María nos muestra que, al abrir nuestro anhelo a Dios, el eros se convierte en una fuerza para nuestra salvación, en lugar de para nuestra destrucción, y en el medio por el cual Cristo entra al mundo y prende su fuego.