Luego, cuando siendo adolescente tuvo la oportunidad de vivir su sexualidad y afrontar los primeros escarceos amorosos, ni siquiera se cuestionó lo que sentía. A él le gustaban los hombres. Pero como muchos otros jóvenes con una historia semejante allí en Francia y otros países del mundo, también Xavier comenzó a cansarse yendo de una aventura en otra. "Pronto tomé conciencia de que estas relaciones no me satisfacían, yo quería algo diferente, pero no sabía muy bien qué hacer ni cómo lograrlo".
Con estas dudas y pesar siguió su vida, en nada plena reconoce, casi suponiendo que no habría nada distinto por vivir. Ya con 26 años de edad su última crisis amorosa alcanzó ribetes sórdidos que le dolían como nunca antes. Fue de camino a su casa que se fijó en aquella Iglesia y algo le impulsó a detenerse. "Entré en la iglesia sin entender por qué y sin saber lo que iba a encontrar. Y allí tuve una experiencia muy fuerte de la presencia de Cristo. Descubriéndolo conocí también su Iglesia. Los días posteriores leí, me devoré más bien, la Biblia y el Catecismo de la Iglesia Católica. No sabía el por qué pero estaba feliz y ansioso al conocer mejor a Dios y a Cristo, bebiendo en la fuente. ¡El que tal Amor pudiera existir me llenó de alegría!"
Su vida confrontada
Pero conocer la doctrina de la Iglesia confrontó la intimidad de Xavier. Estaba ante un nuevo dilema y su solución le parecía tan compleja o mayor incluso que la del ser homosexual. "Entendía cómo muchos puntos de mi vida no se ajustaban a lo que Dios quería para mí, incluyendo el hecho de que yo estaba en una relación con otro hombre".
Los planteamientos de la Iglesia sobre la homosexualidad le parecían "equilibrados… anclados en la verdad y dichos con caridad", puntualiza. Pero no sabía cómo sostener su vínculo con Jesús desde el seno de esta comunidad católica que determinaba como única alternativa el camino de la castidad y el celibato. Xavier sentía que no podría con todo ese desafío. "Pero el punto central que me ayudó a reorientar mi vida fue la Eucaristía. No podía soportar la idea de no comulgar. Era como si me estuviera apartando deliberadamente de ese Dios del que estaba tan sediento… Así fue que decidí dejar a mi pareja y vivir la continencia como la Iglesia me pedía. Sabía que no sería sin pelear... Pero hice un acto de fe: Dios no me abandonaría", testimonia Xavier.
Los años siguientes fueron de triunfos y derrotas respecto de aquella decisipon. A más cuidaba su vida de fe –advierte Xavier- "las luchas contra la castidad se intensificaron". Necesitaba una red de apoyo y una amiga le ofreció unirse a un grupo de ayuda recién formado, jóvenes como él le dijo y que seguían el modelo de comunidad Courage.
La buena batalla de la santidad
"Al principio no vi lo que este grupo podía hacer por mí, pero como no tenía nada que perder, decidí intentarlo. Éramos pocos, nos reuníamos regularmente para compartir sobre nuestra vida espiritual y luchas; ayudarnos así a crecer en santidad y apego a Cristo. Se planificó un viaje durante el verano al que todos fuimos invitados y allí se me pidió que testificara sobre mi conversión. Por primera vez pude dar mi testimonio completo, hablar de mi homosexualidad... fue como una liberación. Quiero decir, estaba asumiendo lo que llevaba en mí. Luego durante una enseñanza, el sacerdote nos motivó para pedirle a Jesús nos muestre su amor... La respuesta no tardó en llegar. Al día siguiente, me sorprendió una alegría indescriptible. El gozo de estar en la verdad, el gozo de tener mi lugar en la Iglesia con mis heridas y no a pesar de ellas, el gozo de ver que nadie me juzgaba, el gozo de creer que Dios me daría una fecundidad a través de mi herida, el gozo de hacer la voluntad de Dios. Sí, el camino era difícil, pesadas renuncias que llevar. Pero Dios -para quien nada es imposible- puede dar sentido a todo esto".
Desde ese día Xavier logró dar un paso significativo que le da paz. Continúa vinculado en Francia a su comunidad Courage, en cuyo portal se difunde este testimonio que Xavier finaliza agradeciendo a Dios por su vida. "Las batallas continúan pero me doy cuenta de que soy más fuerte y Dios me está guiando… A pesar de las dificultades, es un camino hermoso que Dios me hace tomar, y por nada en el mundo querría otro. No sé qué me dará el Señor, pero si hay algo que he aprendido es que siempre me sorprende".