por Portaluz. Ana Beatriz Becerra
27 Diciembre de 2019El desastre estuvo a punto de ocurrir una mañana del año 2013 cuando al despertarse Julieth Rojas -una contadora pública colombiana, hoy de 30 años-, desbordada por la angustia, sintió el impulso irrefrenable de suicidarse. Llevaba ya un tiempo con dolores en todo el cuerpo, pérdida de peso y dificultades para conciliar el sueño. Su madre, preocupada, la llevó a diferentes clínicas en las cuales los exámenes médicos no mostraban ninguna enfermedad. Pero había situaciones de su vida íntima que Julieth mantenía ocultas.
En su encuentro con Portaluz Julieth dice haber comenzado a distanciarse de Dios y los sacramentos al ingresar en la universidad; cree además, que fue un ex novio de aquellos tiempos quien tendría alguna relación causal con los males que le aquejaban. El chico estaba enamorado, pero a ella no le gustaba y, al sentirse presionada incluso llegó a ofenderlo, lo ridiculizó para alejarlo: “Él se obsesionó conmigo y ese odio le llevó a hacerme todo el mal que después tuve, además la mamá trabajaba en cosas raras”, afirma.
Lo particular es que, de no sentirse atraída por este hombre, “de un momento a otro me enamoré de él desesperadamente”, puntualiza Julieth. Sin embargo, ese apego obsesivo duró poco tiempo -señala- y tras romper con él comenzaron sus padecimientos. Seis años para la liberación
Al no encontrar soluciones en la medicina su madre le recomendó a su hija acudir a un encuentro católico de oración en el cual se pedía por la sanación de las personas. Quizá podrían ayudarle en algo, insistió la madre. “Yo no sabía lo que tenía, pero quería salir de eso”, señala la joven. Así entonces fueron juntas al encuentro cuyos predicadores y guías eran el sacerdote de Medellín (Colombia) Gerardo Piñeros y el conocido sacerdote exorcista de La Plata (Argentina), Carlos Mancuso.
Cuando escuchó predicar al padre Piñeros sobre el infierno comenzó a sentirse mal por dentro, al finalizar la conferencia el padre se dirigió a confesar a los fieles. “Yo era la segunda para confesarme y de repente empecé a correr” comenta con pudor. Su madre reaccionó y la contuvo hasta que estuvo ante el padre Piñeros. Entonces Julieth le dijo: «Padre ayúdeme, yo me quiero matar». El padre escuchó primero su confesión y luego hizo las primeras oraciones de muchas más que esta joven necesitaría. Fue un proceso de liberación que duraría seis años.
“Yo jugaba con Dios...”
Al ir abriéndose a la conversión el padre Piñeros aceptó ser su director espiritual y le recomendó mucho que se pusiera bajo la protección del Sagrado Corazón: “Sienta lo que sienta, diga con fe: «Jesús yo confío en ti, Jesús yo confío en ti»”, insistía en decirle el sacerdote sabiendo que la joven no rompía las cadenas de la adicción al sexo...
“Yo jugaba con Dios, fornicaba, confesaba, comulgaba y volvía a pecar”, confidencia Julieth y recuerda cuán enérgico era el sacerdote conminándola a optar por la pureza. “Me decía: «Usted está muy contaminada, usted tiene que cambiar, usted tiene que dejar de fornicar porque fornicar está mal»”.
En manos de la Virgen
El padre Gerardo -prosigue recordando Julieth- le recomendó que para acercarse al Señor debía tener propósito de enmienda y que debía decirle a su novio -quien sería al paso del tiempo su esposo-, que si la quería debía respetarla como Dios manda y cortar con las relaciones prematrimoniales. “Me dijo: «Si Dios no tiene a ese hombre para usted, él se va alejará, déjelo todo en manos de Dios y de la Virgen»”.
Su novio sabía que ella estaba mal, incluso presenciaba las oraciones de liberación que le hacía el sacerdote y llegó un momento en el cual Julieth tomó su decisión planteando un giro radical en la relación. “Yo fui muy sincera con él, y le dije: si usted me quiere pues me va a ayudar porque yo no puedo tener relaciones y quiero salir de esto, yo prefiero la paz que un placer de momento. Desde este momento en que decidí alejarme del pecado fue la Virgen quien me dio la fuerza”.
Ya no habría sexo y él lo aceptó, descubriendo ambos una dimensión del amarse que desconocían hasta entonces. Optando por aceptar las enseñanzas de la Iglesia, queriendo a Dios presente en todo lo que vivían, aunque no comprendieran mucho de doctrina, el resultado fue que se fortaleció el vínculo.
Al cabo de dos años decidieron casarse, luego vino el primer embarazo y la vida comenzó a tener otro rumbo: “Cuando quedé embarazada fui a donde el padre Gerardo y la verdad que ahí sentí que se acabó todo, sentí que (el demonio) se había ido totalmente y la vida me cambió: Hoy siento mucha paz y voy a una eucaristía o hago un rosario con amor. Sé que me falta camino para amar con todo a Dios, pero me estoy enamorando de Él y de la Santísima Virgen María”.