por Portaluz
17 Enero de 2025Manuel Foderà nació el 21 de junio de 2001 en Calatafimi, un pueblo italiano de seis mil habitantes situado en la zona de Trapani. Sus padres fueron Beppe y Enza. Cuando él nace ya hay en casa dos hermanos adolescentes que lo acogerán con gran cariño, Francesco y Stefania. Manuel recibe una educación cristiana, es una familia alegre y llena de vida donde todo transcurre sin problemas hasta que en julio de 2005, con apenas cuatro años, Manuel se queja de un fuerte dolor en la pierna derecha y una fiebre fastidiosa le quitará el apetito. Días más tarde, en el Hospital Pediátrico de Palermo donde Manuel había sido ingresado, le diagnostican «una infiltración masiva de un neuroblastoma de estadio IV que ha invadido las crestas ilíacas de la pelvis». A partir de ahí comenzará un largo vía crucis de cinco años con operaciones, treinta ciclos de quimioterapia, un trasplante, transfusiones de sangre e inenarrables dolores que tuvo que sufrir el pequeño Manuel. Será el inicio de un camino singular, doloroso y muy alegre para el pequeño, que pronto sentirá la presencia de Jesús que le habla como un amigo cercano. Será sometido a una operación para extirpar el tumor, de la que se sobrepone y le dan los primeros ciclos de quimioterapia. Al inicio quiere ir a la escuela, jugar con sus compañeros y llora porque no puede. Después de algún tiempo sucede lo inexplicable: Manuel acepta el tratamiento y se vuelve sereno y dócil.
Sor Prisca, una religiosa franciscana del hospital, es la primera en darse cuenta del cambio y comenta: «era muy pequeño, solo cuatro años. Antes de recibir el tratamiento venía siempre a verme y me decía: "¡Sor Prisca, llévame a la capilla porque quiero ver a Jesús!". Con delicadeza lo cogía en brazos y le acercaba la cabecita al tabernáculo. Era muy feliz porque quería ser el amigo más querido de Jesús. Después rezábamos juntos el santo rosario y con emoción escuchaba cómo repetía las letanías de memoria»
El Rosario es su medicina
Al final del verano de 2005, Manuel vuelve a casa y se estabiliza junto a su familia y sus seres queridos. Después de los juegos siempre les pedía rezar el rosario, porque -dirá él- «las avemarías me hacen estar mejor». Pide a menudo recitarlas en los momentos de dolor porque «hacen que pase» o en los momentos de miedo porque «me dan la fuerza y la paz». Pero a medida que pasa el tiempo, la relación con la Virgen crece y se hace más viva y casi palpable.
En una ocasión, Manuel estaba exhausto físicamente por los interminables tratamientos y le pide a la Virgen un consuelo especial. Ese día era la fiesta del pueblo y salía la procesión de la Virgen. "Mamá, mamá -exclama Manuel-, la Virgen me ha dicho: «Alegría mía, esta tarde haré fuegos artificiales para ti». La madre le explica que no están previstos fuegos artificiales ese día. Manuel le rebate seguro: «Te equivocas, porque me lo ha dicho la Virgen». Después se duerme y por la noche los cohetes despiertan a Manuel. Dirá a su mamá: "¿Ahora estás convencida? La Virgencita me había dicho: «Mi alegría, estos fuegos son por ti»".
Escuchar a Jesús en el corazón
En el hospital, el capellán normalmente da la comunión a su madre. Manuel también quiere recibir a Jesús. Todos le dicen que es demasiado pequeño porque solo tiene seis años. Pero dada su insistencia, su madurez cristiana y las alarmantes condiciones de su enfermedad, recibe el permiso del obispo de Trapani.
El 13 de octubre de 2007 será cuando reciba la primera comunión. Sin embargo, ese día tan esperado no se presenta bien: cuando se despierta, el niño tiene unos dolores terribles en una pierna que no le permiten levantarse de la cama, por lo que teme no poder ir a la capilla. Hacia mediodía, y contra toda previsión, el dolor desaparece. Manuel lo explica así: «La Virgen me ha dicho: "Manuel no puede recibir a Jesús cojeando" . Así, ha hecho la magia de hacerme sanar. Gracias, Virgencita de mi corazón». La Misa de su primera comunión es muy recogida y llena de amor. Escribirá en una estampa: «Deseo recibir a Jesús en mi corazón para que se convierta en mi mejor amigo para siempre. Será mi fuerza, mi alegría, mi curación».
Comenta a sus amigos sacerdotes y religiosas: «¿Sabéis por qué he querido recibir la comunión tan pequeño? Deseaba tanto recibir la comunión en mi corazón porque cuando no podía recibirla estaba muy triste y me hacía llorar. Ese día ha sido feliz». Le hará una petición al obispo: «Obispo, por favor, ¿puedes decirle a tus sacerdotes que acostumbren a dejar por lo menos cinco minutos de silencio después de la comunión para poder hablar y escuchar a Jesús en el corazón? Piensa en la última persona que recibe la comunión, ¡no tiene ni tan siquiera tiempo de decir "hola" a Jesús!».
Guerrero de la luz
El por qué lo explica en otra carta que el pequeño siente la urgencia de escribir: «Jesús está presente en la Eucaristía, se hace ver y sentir en la Santa Comunión. ¿No lo creéis? Intentad concentraros, sin distraeros. Cerrad los ojos, rezad y hablad porque Jesús os escuchará y hablará a vuestro corazón. No abráis inmediatamente los ojos ¡porque esta comunicación se interrumpe y ya no vuelve! ¡Aprended a estar en silencio y algo maravilloso sucederá! ¡Una bomba de gracia!»
Un día, después de comulgar, cuenta Manuel que le preguntó a Jesús qué le iba a regalar en la próxima Navidad. Y Jesús le respondió: «Muestra siempre mi alegría a los otros. Sé un guerrero de la luz en medio de las tinieblas».
En junio de 2008 irá a Lourdes. Después de la cena, en el albergue, Manuel recita el rosario con los peregrinos sicilianos y quiere recitar un denario por los niños ciegos. Ninguno comprende, porque en el grupo no hay ningún niño ciego, pero al regreso se sabrá que un niño ciego de otro grupo había recobrado la vista.
El 15 de agosto de 2008, Manuel recibe la Confirmación. Jesús le regala con abundancia el don de su Cuerpo y de su Espíritu. Aquella «bomba de gracia», como Manuel llama a la Eucaristía, hace que en su enfermedad aparezca inexplicablemente feliz.
Habrá varios sacerdotes que estén cerca de Manuel. Desde septiembre de 2008, Don Ignacio Vazzana será el director espiritual de Manuel por sugerencia de Jesús. Todos los días lo visitará en el hospital y en casa. En marzo de 2009, Manuel pide confesarse más a menudo. Dirá el sacerdote: «Recuerdo con emoción el gran sentido que tenía del pecado, tanto que estallaba en lágrimas durante la confesión misma».
"Tu corazón no es tuyo"
El 2 de julio de 2009, Manuel tiene que someterse a una ecografía muy dolorosa. No quiere ver a nadie, no responde al móvil, pero le pide a la Virgen una señal de que Ella lo ama y lo ayuda. Poco antes de la media noche comienzan los fuegos artificiales: «Mamá -dice el niño-, hoy he sufrido mucho pero Jesús me ha querido recompensar».
Cuenta D. Ignacio cómo desde el primer momento Manuel le habló de su amigo especial, Jesús. En la capilla se tumbaba en el banco o en el suelo para rezar. Si estaba hospitalizado se metía debajo de la sábana cubriéndose la cabeza y así estaba diez o veinte minutos en absoluto silencio. En el momento culminante de la comunión entraba en diálogo con Jesús como dos amigos íntimos. Comenta D. Ignacio: «Yo le preguntaba si veía a Jesús cara a cara y él me respondía que sentía su voz en el corazón».
Un día después de la comunión, Jesús le dice: «Manuel, tu corazón no es tuyo, es mío y vivo en ti» . Pero Manuel no entiende y le pregunta a Don Ignacio: «¿Qué quiere decir Jesús?». A este, solo se le vienen las palabras de San Pablo: «Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Gal. 2, 20).
Manuel cuenta a sus amigos y al sacerdote: «Jesús me ha dado el sufrimiento porque tiene necesidad de sufrir para salvar conmigo el mundo. Jesús me ha proclamado "guerrero de la luz" para vencer el mal y las tinieblas del mundo».
El pequeño ve con meridiana claridad su misión: «Mamá, ¿de verdad existen personas que no aman a Jesús? Debemos llevarle el mayor número de almas posibles». Amor, sacrificio y don de sí son realidades inseparables para Manuel, como explicará cándidamente un día a su madre: «Para amar a Jesús debes rezar mucho, trabajar bien, estudiar y hacer sacrificios para ofrecérselos a Él». ¿Sacrificios? La madre le pide que se explique. «Por ejemplo -replica el niño- no quieres comer pasta con calabacines y tú te la comes igual y lo ofreces por amor a Jesús».
En torno a él, en su casa, en el hospital, se congregaban amigos atraídos por la alegría y la paz que irradiaba mientras su cuerpo se iba consumando lentamente. Le visitarán muchos sacerdotes a los que les dirá: «Te quiero. Rezo por ti. Lleva a Jesús a los pequeños, a los que sufren, a los enfermos, lleva a Jesús a quien encuentres ». También fue a visitarle el obispo de Palermo al que le dirá: «Ofrezco por ti y por tus sacerdotes... pero tú hazme un regalo: di a tus sacerdotes que recuerden a los fieles que tienen que recibir a Jesús siempre en gracia de Dios, sin pecado, y después hagan siempre por lo menos quince minutos de acción de gracias. Es muy grande Jesús, es Dios y tiene que ser tratado como Dios».
Su madre y el sacerdote le animaban a que tomase el calmante para el dolor, pero el niño les decía: «Quiero esperar un poco más antes de tomar la medicina porque Jesús necesita mi sufrimiento para salvar las almas».
Hacia el final de la vida de Manuel, al principio del verano de 2010, sufría dolores de cabeza fortísimos. Después de una prueba, los médicos encontraron dos tumores en su cabeza, pero su madre decidió no informar a Manuel. Cuenta D. Ignacio: «Un día, tras recibir la comunión, estalla en un llanto y confía a su madre -y después a mí- lo que Jesús le había dicho. Nosotros le habíamos preguntado qué le pasaba, puesto que lloraba, y él nos dijo que Jesús le había hecho un regalo especial y al estar feliz lloraba por esto: Jesús le había entregado dos espinas de su corona y ahora las tenía en su cabeza. Yo me quedé estupefacto ante sus palabras, porque humanamente esto es inexplicable. Hubo una coincidencia perfecta en los hechos: dos masas tumorales y las dos espinas de la corona de Jesús, como don, en su cabeza».
En el Paraíso
El 21 de junio de 2010 Manuel festeja su último cumpleaños y les dice a sus amigos: «Jesús me ha dejado ver el Paraíso y es un lugar maravilloso, bello como un banquete preparado por Jesús. Jesús me ha dicho que moriré a los nueve años, que debo sufrir ahora un poco por Él. Después me apareceré a mi mamá y a mis seres queridos, podré ser tocado y abrazado por ellos».
Llegaron los últimos días, la agonía. La hemoglobina bajó a mínimos históricos. Los médicos suspendieron las transfusiones: era la señal de capitulación total. A pesar de todo, ante el asombro de los médicos, el corazón del «guerrero» siguió latiendo cuatro días más. La madre lo comprendió enseguida: «Manuel, has hecho otro pacto con Jesús, ¿verdad?» . El pequeño afirmó con un gesto. Evidentemente estaba ofreciendo sus últimas gotas de vida por alguien del que no se conocerá nunca el nombre.
A la madre le había dado todas las disposiciones para cuando él muriera: ese día llevaría puesta la túnica de la primera comunión y en lugar del cojín, su cabeza reposaría sobre la Biblia, en el pasaje de Jeremías (17, 14) en el que está escrito: «Cúrame, Señor, y quedaré curado; ponme a salvo, y a salvo quedaré, pues a ti se dirige mi alabanza». Le dijo también que no debía llorar, que nadie debía llorar, sino que todos debían recogerse en oración para que su funeral pudiera reflejar la gran fiesta que él iba a vivir en el Cielo.
El 20 de julio es su último día sobre la tierra. Acostado en la cama sostiene con fuerza el rosario entre las manos. Se celebró la misa en su habitación. Después de recibir la comunión, dice con un hilo de voz: «He terminado».
Dos meses antes de morir, en una noche de terrible sufrimiento, dijo a su madre: «Eres mi único testigo verdadero. Tendrás que escribir muchos libros sobre mí para que todos puedan conocer mi historia». No fue fácil para ella mantener su promesa debido al dolor después de la partida de su hijo, pero al final ganó el amor. Del diario que escribió Enza durante la larga enfermedad nace «Manuel. Il piccolo guerriero della Luce». Un libro con muchas enseñanzas de este pequeño amigo de Jesús que, como dijo Don Pierino Fragnelli, obispo de Trapani: «Desde su cama, así en el hospital como en casa, Manuel nos ha enseñado la lección de la confianza en la vida que no muere».
Fuente: HogardelaMadre.org