
por Equipo Portaluz
22 Agosto de 2013Fernando Casanova, era un ferviente protestante que disfrutaba el poder argumentar sólidamente su fe, especialmente si se trataba de cuestionar, no sin cierta sorna, la doctrina católica.
Arrepentido de algunos desórdenes juveniles, dice, había decidido entregarse a Dios “en cuerpo y alma”. Se matriculó entonces en el seminario evangélico de Puerto Rico, una de las escuelas protestantes más importantes del país y “pronto me sentí llamado por Dios a ser pastor”, señala. La vitalidad que antes el joven Casanova enfocaba en auto complacerse, era hoy -al decir de su testimonio ampliamente divulgado en el mundo anglo sajón-, el motor para sumergirse en la exégesis bíblica de cuyos argumentos nutría su fe.
La fe como espectáculo y el retorno “a los orígenes”
Cuando contrajo matrimonio con Lissete, otra fiel Pentecostal, se fortaleció su fidelidad al estudio constante, para comprender y comunicar las verdades bíblicas. Poco tiempo antes había enfrentado un duro golpe... “Me di cuenta de que arriba, en el liderato, y lejos de la buena fe del pueblo creyente, se encuentra una actitud generalizada de embaucamiento... Les preocupaba más su propio bienestar y sus sueldos, y terminaban haciéndose cómplices de la religiosidad sensacional tipo espectáculo... Estos personajes carismáticos se iban constituyendo en los paradigmas del nuevo ministro pentecostal, un prototipo que yo no quería emular y que rechacé con todas mis fuerzas”.
Así, dolido y algo confuso, la oferta para asumir la cátedra de Teología Sistemática -en 1995- se le presentó como la oportunidad para marcar a una generación de Pentecostales con su certeza... debían retornar a los orígenes de la fe. “Se me ocurrió que podíamos volver al primer cristianismo, genuino y martirial, que el movimiento pentecostal había tratado de revivir cien años atrás. Pensé que todo sería cuestión de buena educación teológica. Así que me fui al Colegio Bíblico Pentecostal a enseñar teología. Me sentí optimista; sentía que podía hacer algo formando a los seminaristas que ejercerían el liderato pentecostal en el futuro”.
No sabía Fernando que ese retorno a los orígenes exigiría -en fidelidad a Dios- su honestidad para reconocer que la fe Pentecostal no era precisamente aquello que por años había creído...
Estaba en un punto de quiebre y su optimismo inicial, dice, se convirtió en una profunda tristeza... “Yo era responsable del destino eterno de muchas almas. Aquel mundo protestante y de sectas no podía ser la Iglesia que Cristo convocó para su gloria, para remitir a su reino y señalar su verdad. Estaba seguro de que Jesús no se había equivocado; de que había una sola verdad que conduce a un solo Señor, y de que para mayor gloria de Dios esta verdad debe ser transmitida sin ambigüedades por una sola Iglesia (Ef 3, 21; 4, 3-6.14-15). La evidencia bíblica, el sentido común y la historia me señalaban a la Iglesia Católica como la Iglesia de Jesucristo, la original y la única”.
Dos pilares hacia Dios y su Iglesia: Eucaristía y la Santísima Virgen María
Aceptando el reto lanzado por un fraile capuchino, Fernando asistió a una Hora Santa en la parroquia Santa Bernardita, en San Juan, Puerto Rico. Estaba advertido de que era aquella una comunidad de gran solemnidad al adorar. Su raciocinio quedó fuera y sin darse cuenta experimentó emociones que desconocía de sí mismo... “Quedé absorbido de inmediato por los detalles de ambientación y embellecimiento del altar, la ornamentación majestuosa del presbítero, una custodia hermosísima, incienso por el altar, música sublime. La devoción de aquellos fieles no tenían precedentes”.
Fue determinante, allí estaba vivo todo lo que racionalmente sus estudios le habían mostrado y él quería ser parte de aquello... “Esta oportunidad que me entregó Dios en la Eucaristía se constituyó para mí, en una fuente de reconciliación y liberación. Convencido y tomado por esta gran verdad de la Iglesia del Señor: una, santa, católica y apostólica. No me quedó más remedio y con dolor, renuncié a mi ministerio”.
Fiel a su personalidad e historia quiso fortalecer la conversión que experimentaba e ingresó al Centro de Estudios de los Domínicos del Caribe. Ante la papeleta de registro de cursos sólo una palabra impactó su retina... “Mariología”.
Casi como si Dios quisiera hacerle un guiño paternal, uno de los primeros textos que en el curso le entregaron era ¡de Martín Lutero y sobre la maternidad de María!, dice.
“Recuerdo que el texto lo llevé a casa y me lo devoré. Entre otras cosas, Lutero confirmaba que María era madre de Dios y los protestantes después de 500 años, ¡no creíamos en la maternidad divina de María! Desde entonces -reconoce- quedé fascinado con la Virgen”.
Fuentes:
EWTN
fernandocasanova.org