Evangelización

Florecillas de San Antonio de Padua desenmascaran las artimañas del diablo

Dirigiendo la palabra al arzobispo le dijo San Antonio de Padua con fervor de espíritu: "¡Te hablaré a ti, mitrado!" Y comenzó a reprobar algunos vicios que manchaban la conciencia del prelado, con tal ardor y con argumentos sacados de las Sagradas Escrituras ...
por Portaluz 18-07-2025

 

En una ocasión, mientras San Antonio de Padua estaba predicando cerca de Saint-Junien, en la diócesis de Limoges, la multitud de los oyentes era tal que ninguna iglesia, por amplia que fuese, habría podido acogerla. Fue entonces necesario para el hombre de Dios trasladarse, junto con la muchedumbre congregada, a una vasta plaza. 

Con toda prisa se le preparó un palco de madera bastante elevado. El hombre de Dios subió en él, y al inicio del sermón comunicó este aviso: "Sé que el enemigo hará pronto una incursión durante la predicación. Pero no teman, porque su maldad no dañará a nadie".

Transcurrió un breve intervalo y, ante la conmoción general, el podio sobre el que estaba el santo se deshizo; pero ni él ni ninguno de los presentes sufrió el menor daño. Este evento estimuló al pueblo a mayor veneración hacia el hombre de Dios, en el cual veía refulgir el espíritu de profecía. Se levantó de nuevo el palco y Antonio fue escuchado por todos con la más viva atención. 

Predicaba audazmente contra los vicios

Una vez, mientras predicaba en Bourges durante un sínodo, dirigiendo la palabra al arzobispo le dijo con fervor de espíritu: "¡Te hablaré a ti, mitrado!" Y comenzó a reprobar algunos vicios que manchaban la conciencia del prelado, con tal ardor y con argumentos sacados de las Sagradas Escrituras tan claros y sólidos, que el arzobispo se movió rápidamente al arrepentimiento y al llanto, concibiendo una devoción nunca experimentada sino hasta entonces. 

Concluida la reunión sinodal, éste condujo aparte al santo y humildemente le expuso la herida de su conciencia. Desde aquel día, se empeñó con mayor celo en el ser vicio de Dios, volviéndose más devoto a Dios y a los frailes.

La gran lluvia que no mojó a sus oyentes

En otra ocasión en Limoges había convocado al pueblo a una predicación. La multitud que acudió era tal que ninguna iglesia resultaba suficientemente grande como para contenerla. Hizo entonces que se reunieran los convocados en un lugar espacioso, donde antiguamente se levantaban los edificios de los paganos, lugar llamado Cavo del Arena. Allí el pueblo pudo sentarse cómodamente y escuchar con tranquilidad la palabra divina. Así, mientras el santo predicaba con el máximo fervor a la gente con palabras fascinantes, y todos seguían su discurso atentos y encantados, de improviso se escucharon truenos y se vieron relámpagos, y comenzó a caer la lluvia. 

Temiendo el temporal y el aguacero, los presentes, agitados por el ansia, se preparaban para escapar. El hombre de Dios los alentó con voz tranquilizadora: "¡No se muevan y no tengan miedo del, aguacero! Yo tengo fe en Aquel en quien jamás se confía en vano, que la lluvia no los tocará". La multitud se tranquilizó con estas palabras del hombre de Dios. Y aquel que contiene las aguas en las nubes, es decir, Dios, las contuvo de sobre los oyentes, de modo que, mientras que llovía a cántaros por todas partes en la ciudad, ni siquiera una gota, de acuerdo con la promesa del hombre santo, cayó sobre la gente que estaba escuchando la palabra divina. Terminado el discurso, que duró mucho tiempo, todo el pueblo, levantándose de sus lugares miraba en torno el terreno copiosamente mojado, pero enteramente seco el lugar donde habían estado. Y exaltaban el admirable poder de Dios, revelado en su santo. 

Sana a un loco con su cordón de franciscano

Una vez que san Antonio estaba predicando, se levantó de en medio de la gente un loco, que disturbaba tanto al predicador como a los oyentes. El santo le rogó con dulzura que se estuviera quieto. Pero aquel contestó que no se callaría hasta que no le hubiese dado su cuerda. El santo se desató el cíngulo y se lo dio. 

El demente comenzó a estrecharlo contra su corazón y a besar la cuerda. Recuperó el juicio y el uso de la razón. Los circunstantes se quedaron maravillados. Postrado ante el santo, le dio las gracias por la curación obtenida, estimulando al pueblo a glorificar a Dios en su siervo.

 

Fuente: El pan de los pobres