
por Equipo Portaluz
5 Diciembre de 2013Su habilidad para componer rítmicamente frases cortas y conectarlas con pasajes de la biblia, han hecho posible que Jaime Torres se haya abierto un espacio en el mercado musical católico, autoproclamándose “The Serious One”, cuenta en entrevista al periódico Arkansas Catholic. Este apodo, indica, lo ha acompañado desde joven, y es el único legado de una historia llena de contrastes, que se remontan a su adolescencia.
El trabajo sucio bien remunerado
Proveniente del Distrito Federal de México, en 1986 se mudó junto a sus padres a Los Ángeles. Tenía 14 años y el narcotráfico, los crímenes, se apoderaban de la ciudad señalando que era una de las más peligrosas de Estados Unidos.
Jaime vivía en los barrios latinos y pronto fue reclutado por una de esas bandas cuando aún estaba en el colegio. Se adaptó bien y bastó un par de meses para que saltara a delinquir en los suburbios de la ciudad. Con el tiempo, su liderazgo natural hizo que se convirtiera en el amo de su propia pandilla de “narcos”.
"Consumía y vendía drogas. Me metí en muchos problemas. No me gustaba la escuela, sólo quería estar en fiestas. Muchos de mis amigos murieron. Por eso, soy afortunado de estar vivo, porque hubo ocasiones en que llegué a ser el blanco de disparos", confiesa.
En 1993, mientras trabajaba en una fábrica de computadoras, que era más un disfraz social para sus reales actividades, Jaime sufrió un accidente que le dañó un disco de la columna vertebral, incapacitando su cuerpo. El supervisor de la compañía lo despidió. Pero Jaime tenía la piel dura y también el corazón.
Cuenta que sus padres intentaron de todo para hacerlo cambiar de vida, pero el negocio del consumo y venta de las drogas era más atractivo. “Para escapar de las pandillas, me trasladé a la ciudad de Rogers (Arkansas) en 1995, cuando tenía 23 años. Pero nunca reformé mi comportamiento. Fue peor, pues traje a mis amigos desde California hasta aquí y empezamos a vender drogas”.
Entre fiestas y relajo con su pandilla comenzó la afición por cantar rap y junto a un amigo de Puerto Rico se aliaron para grabar un disco. Querían explorar el mercado negro musical donde se ganaba algo de dinero y para ello escribieron canciones que enfatizaban lo que vivían... violencia, crimen, pandillas, pornografía, ofensas a las mujeres, muerte, drogas y sexo. Sin embargo, después de intentar por siete años, todo fue un fracaso, no pudo grabar el disco.
La cárcel y ¡el primer milagro!
Todo tiene un límite y su estable carrera delictual se detuvo abruptamente a los 28 años, cuando sorprendido por la policía en un pleito callejero, golpeó a uno de los oficiales. Fue trasladado a prisión en Springdale, Arkansas y arriesgó una condena de 6 años. Pero nuevamente todo parecía salir bien para Jaime, porque el juez terminó concediendo una alternativa de cumplimiento de condena y salió en libertad.
“Después de cumplir mi condena y ya libre -explicó- no quería continuar con mi estilo de vida criminal, toqué fondo. No sabía cómo orar, y no sabía nada acerca de Jesús, pero me atreví por primera vez a hablarle y le hice una promesa. Le dije «si me ayudas a apartarme de las drogas, voy a dejar mi pandilla y me iré a buscar refugio en la Iglesia todos los domingos»”.
No quería llorar, dice, pero no pudo contener sus lágrimas. La conciencia y la esperanza de querer recibir el abrazo de Dios se hacían más latentes que nunca. En ese momento, “sentí que alguien entró en mi habitación, se sentó a mi lado y le pregunté: «Si eres Jesús, ¿me puedes ayudar?». Desde ese día, no he consumido un gramo de droga o gota de alcohol".
La proyección de una promesa
Haciendo valer esta promesa, Jaime buscó profusamente respuestas y con timidez, llegó a la Iglesia en la ciudad de Rogers, a la comunidad San Vicente de Paul. Allí conversó con el sacerdote Miles Heinen (Vicentinos). El presbítero le invitó para que asistiese a la misa semanal y participara en el grupo de adultos jóvenes hispanos. A medida que avanzaron las semanas, renunció a las camisas llamativas y a sus pantalones anchos, últimos signos del pasado delictual.
Al poco tiempo, formó una comunidad de vida llamada Maranathá y luego de unos esfuerzos, el 2003 concretó su anhelo artístico de la mano de Dios cuando creó, produjo y presentó el álbum “Jesús en el barrio”. Ha realizado dos producciones más con canciones de su propia autoría e inició una carrera musical que lo ha llevado a ganarse también el apodo de Predicantor, recorriendo Canadá, Estados Unidos y México.
Jaime dice que en cada letra quiere devolver dignidad a quienes habían caído en las fauces de la delincuencia y la drogadicción. Para ello, viraliza algunas de sus producciones musicales. “Me ha costado revestirme de Cristo -confiesa- pero he luchado por alimentarme de su palabra. Es por eso que cada vez que entro a la Internet pongo en práctica lo que estoy aprendiendo, motivando a otros a que también lo hagan”.
Para fortalecer su fe y la de otros, dice, fundó un proyecto comunitario llamado Fuerza Transformadora. La organización ayuda a jóvenes en situación de vulnerabilidad de las ciudades de Rogers, Springdale, Fort Smith, Texarkana, De Queen y Esperanza.
Desde 2010 es Director Asociado del Ministerio Hispano de la Diócesis de Little Rock, evangelizando con la música en la comunidad católica hispana de la región. Precisamente por esta labor, es que durante el 2012 la diócesis lo nominó para recibir el premio “Lumen Christi”. Al ver que su vida sirve para iluminar corazones de otros, Jaime concluye con una sola afirmación: “Cuando conocí a Cristo, me di cuenta que resucité con Él para vivir”.