I.V.B. Ipse, Venena Bibas (Bebe tú esos venenos)
Desde ese instante los monjes comenzaron a utilizar y difundir la devoción a este símbolo y oración, hasta que el año 1742 Papa Benedicto XIV aprobó el uso de la Cruz-Medalla de San Benito para todos los fieles. En 1880 al conmemorarse 1400 años del nacimiento de san Benito Abad, los abades benedictinos de todo el mundo reunidos en la Abadía de Montecassino (Italia) aprobaron acuñar y difundir la “medalla del Jubileo” cuya creación –que permanece hasta hoy- fue obra de la Abadía de Beuron (Alemania). Desde entonces se diseminó por todo el mundo hasta nuestros días.
Nacido en Nursia (Italia) alrededor del año 480 no fue sacerdote, ni exorcista, fue un monje santo. Y por su santidad se ganó la enemistad permanente del Demonio, según narra el Papa Gregorio Magno quien en la obra
Libro de los Diálogos compiló la
Vida de san Benito Abad (
pulse para leer o descargar en PDF). El texto fue escrito cuarenta años después que falleciera este monje quien en vida fundó la Orden monacal Benedictina, desde la que nacería en 1098, como reforma, la Orden Cisterciense (Trapense). El Abad Benito, canonizado en 1220 por el Papa Honorio III, inspiró también a decenas de otras familias monásticas que adoptaron su Regla (
Regula monasteriorum); y en uno de muchos signos extraordinarios que protagonizó, vaticinó su propia muerte.
Según se narra en la obra del Papa, el monje Benito era un fervoroso devoto de la Cruz. Ello, unido a su coherente fidelidad a Dios, le permitía obrar auténticos milagros, manifestar múltiples carismas y salir victorioso en incontable ocasiones en que el demonio intentó dañarle o perder a quienes el santo monje protegía como un padre, afirma Gregorio Magno.
El origen de la Medalla de San Benito (y su engarce en una cruz) no puede atribuirse con certeza al mismo santo. Pero su sentido es profundamente coherente con la espiritualidad que inspiraba al Padre de los monjes de Occidente y que este supo trasmitir a sus hijos.
La fe, necesaria para los frutos de un sacramental

Con su sangre derramada en la cruz y su resurrección Jesucristo derrota para siempre al enemigo de Dios, Satanás y todo demonio. Desde entonces la cruz, adecuadamente bendecida por un sacerdote, es un signo sagrado de aquél hecho salvífico trascendente.
La medalla de san Benito, entre otros elementos en ella grabados, contiene uno esencial: la cruz. Testimonios de fe por cientos de años señalan su efectividad como protección y arma contra todo mal o presencia maligna. Al punto que –adecuadamente bendecida por un sacerdote- y precisamente por contener la cruz, es un signo sagrado, un sacramental.
El Catecismo de la Iglesia Católica en su número 1667 declara que: "La Santa Madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida".
Como en todo sacramental, la medalla de San Benito, debidamente bendecida por un sacerdote, adquiere su eficacia sólo por la fe de la persona que reza y de los méritos y oraciones de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo.