Estigmatizada, torturada por el régimen de Stalin, Sor Wanda ofreció todo por salvar almas de las garras de Satanás

08 de agosto de 2024

Toda la vida terrena de Sor Wanda Boniszewska estuvo marcada por grandes sufrimientos y, al mismo tiempo, por una alegría, una paz interior fruto de la unión mística en el amor con Jesús, que es la participación en sus sufrimientos por la salvación de los pecadores.

Compartir en:

"El heroísmo es posible incluso en las circunstancias más difíciles de la vida (…) A pesar de la injusta condena a años de prisión soviética, permaneció heroicamente ante Cristo, testimoniándolo y llevando sus heridas en su cuerpo". Con estas palabras pronunciadas en la "capilla de los Arzobispos" de la Catedral de Varsovia por el padre Michał Siennicki, se daba inicio el 9 de noviembre de 2020 al proceso de beatificación de la Hermana Wanda Boniszewska, mística estigmatizada de la Congregación de las Hermanas de los Ángeles.

 

Aunque falleció pocos años antes, el 2 de marzo de 2003, su testimonio es de tal impronta que el portal de noticias de la Santa Sede no duda en afirmar: "Murió en olor de santidad a la edad de 96 años, después de 76 años de vida religiosa, para demostrar al mundo el extraordinario valor de la vida mística y la espiritualidad apasionada".

 

A los 16 años quería entregarse a Dios

 

 

Helena, la madre de Wanda, era judía de nacimiento, pero fue adoptada por una familia católica polaca que se ocupó de su educación religiosa. No fue bautizada hasta los 16 años, eligiendo conscientemente la religión católica. Franciszek, el padre era un esforzado trabajador del campo que con esfuerzo había logrado adquirir 50 hectáreas de tierra.

 

Franciszek y Helena Boniszewski tuvieron once hijos; en su casa había un ambiente muy religioso, de ayuda mutua, respeto por el trabajo y amor a la patria.

 

Nacida en 1907 en Kamionka (actual Bielorrusia), desde muy joven Wanda quiso entregarse a Dios en una orden religiosa. A los 16 años, solicitó ingresar en la nueva Congregación de las Hermanas de los Ángeles, recién fundada por el arzobispo Wincenty Kluczynski. Por la persecución soviética era una congregación clandestina, sin hábito, destinada a ayudar a los sacerdotes en el trabajo pastoral.

 

Wanda no fue aceptada por ser demasiado joven, pero se le sugirió terminar la escuela primaria y hacer luego un curso de economía de un año. Así lo hizo y finalmente, fue admitida en la Congregación de las Hermanas de los Ángeles en 1926.

 

El anuncio de la cruz

 

Wanda llegó a la comunidad religiosa con una vida interior muy despierta, ya rica en experiencias místicas. Con los ojos del alma, veía al Señor Jesús en la Misa. Desde que era pequela Él le hablaba anunciándole el difícil camino del sacrificio que le ofrecía y esperando su disposición a aceptarlo: "Tu vida estará en la cruz. Vigila no descender de ella, porque el enemigo ya dispone de un ejército"…. Éstas fueron las palabras que oyó cuando aún estaba en el hogar familiar y que luego se las repetía.

 

Además, desde niña le sucedía que, cuando veía el sufrimiento o la enfermedad de alguien, pedía al Señor Jesús que ella pudiera cargar con esa cruz; y así sucedió.

 

La voz del Amado

 

 

En la comunidad religiosa, las experiencias místicas de Sor Wanda comenzaron a multiplicarse. El Señor Jesús le mostraba a su elegida cada vez más claramente lo que esperaba de ella: "Entrégate completamente a Mí", le decía… y otras veces: "Quiero hacer de ti un sacrificio".

 

Aunque escuchaba con humildad las palabras del "Amado", aquellos del sacrificio comenzó a inquietarla. Su ansiedad y confusión crecieron y pensó si quizá sería mejor abandonar la congregación a la que se había unido e ingresar a una orden de clausura, contemplativa, centrada en la oración y el ascetismo. Pero el Señor Jesús le hizo saber que la quería precisamente en la Congregación de las Hermanas de los Ángeles: "Quiero que hagas este sacrificio por Mí y te quedes aquí. Yo te daré la gracia de perseverar".

 

Aun así, ella reiteró su intención de abrazar la orden benedictina y entonces escuchó al Amado decirle con voz enérgica: "Quédate aquí si amas a Jesús crucificado". Y ella finalmente aceptó lo que Dios había decidido.

 

El día de su oblación en Vilna, el Señor Jesús le diría: "Quiero que seas crucificada por los que no quieren conocer la cruz, y sobre todo por aquellos a quienes no escatimo la gracia".

 

El registro de los diálogos de un alma

 

Para la hermana Wanda, sus confesores eran vitales.  Fueron ellos quienes le pidieron escribir las palabras del Señor Jesús, gracias a las cuales hoy puede leerse la historia espiritual de la mística. Sus notas, hechas por obediencia y entregadas a los confesores, que las estudiaron con atención, permiten comprender la trascendente misión de la penitente.

 

Fue el propio Jesús quien explicó a Sor Wanda en qué debía consistir esta tarea: "Quiero que sufras por Mí. Te he elegido para compensar las injurias que sufro por parte de las almas a Mí consagradas. (...) Has de ofrecer todos los momentos placenteros y dolorosos por los sacerdotes y las órdenes religiosas. (...) Quiero deleitarme en el deseo de santidad de las almas a Mí consagradas. (...) Soy Yo, Jesús, en esta Hostia, quien os espera y os trae mucho amor. Te encomiendo la causa de arrebatar las almas de los sacerdotes de las manos de nuestro enemigo. Hija mía, estoy agonizando y seguiré agonizando hasta que los sacerdotes vuelvan del camino del extravío. Quiero que seas un consuelo en esta agonía. Has de darme satisfacción mientras yo lo pida”.

 

Estigmatizada: Unida a Cristo

 

 

Esta participación parcial en los sufrimientos del Señor Jesús tomó una forma cada vez más fuerte. Sor Wanda empezó a sentir dolor en los lugares de las llagas del Salvador, lo que ocurría a veces durante la Misa, la celebración del Vía Crucis, los primeros jueves y viernes de mes. Los estigmas externos se manifestaron en 1934 y ella los ocultó cuidadosamente hasta que su confesor, el padre Tadeusz Makarewicz, se percató de ellos.

 

Poco después, las heridas y otras marcas, como hematomas de azotes y heridas en la cabeza, fueron advertidas por sor Rozalia, la tutora de sor Wanda. Pero sabiendo cuánto le importaba a la estigmatizada la discreción, ella misma lavó sus vendas, la vistió y la cuidó.

 

Los estigmas de sor Wanda fueron una contribución al sacrificio por los sacerdotes y las órdenes religiosas. Sor Wanda se esforzaba en que solo su confesor y superiores conocieran sus experiencias místicas. Cuando recibió los estigmas, dejó de visitar la casa familiar. Tenía un acuerdo tácito con su amado Salvador para que los dones recibidos no fueran revelados a ojos no autorizados.

 

El fervor del sacrificio de sor Wanda por los sacerdotes y las órdenes religiosas provocó la reacción de los espíritus malignos. La monja tuvo visiones y conversaciones falsas, que la llevaron a dudar o a tener pensamientos suicidas. Entonces se refugió en espíritu bajo el manto de Nuestra Señora. En dos ocasiones experimentó agonías de asfixia y desesperación al ser atada con gruesas cuerdas de las que no podía liberarse.

 

Sólo la llegada de un sacerdote y el exorcismo que le practicó la liberaron de este tormento. Más tarde se supo, gracias a la luz que había recibido, que con el sufrimiento que había aceptado, había salvado a dos sacerdotes del suicidio por ahorcamiento.

 

El régimen de Stalin

 

 

En la vida cotidiana, Sor Wanda era una monja corriente, sin hábitos de ermitaña, que trabajaba en la escuela como catequista o en la vicaría, participando en las labores agrícolas del convento. Siempre estaba alegre y sonriente. Durante mucho tiempo vivió en una modesta casa de la congregación en Pryciunai, en la parroquia de Bujivė, a 40 km de Vilna. Allí las hermanas sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial y a los cambios de la ocupación.

 

Cuando llegó 1946, las hermanas -no sólo en Pryciūnai- se enfrentaron al siguiente dilema: ¿debían ir a Polonia como repatriadas o quedarse en la URSS? La hermana Wanda y la superiora de la casa, la hermana Rozalia Rodziewicz, decidieron quedarse para ayudar a los sacerdotes que seguían trabajando pastoralmente en la zona, entre ellos el padre Jan Pryszmont, párroco de Bujwidzy.

 

Pero la persecución se intensificaba: la Iglesia grecocatólica estaba proscrita, sus órdenes dispersas, los sacerdotes perseguidos ante cualquier indicio de trabajo pastoral. Un sacerdote de rito greco-católico, el padre Antoni Ząbek, jesuita, se escondía en los edificios de la Congregación de las Hermanas de los Ángeles en Pryciuny.

 

Al amanecer del 9 de abril de 1950, las hermanas de Pryciuny se reunieron para ir a celebrar la Pascua de Resurrección en Bujwidz. Pero de repente la casa y los edificios fueron rodeados por agentes del Servicio de Seguridad y el ejército; se llevó a cabo un registro hasta que descubrieron al padre Ząbek, quien junto a la hermana superiora Rozalia Rodziewicz fueron detenidos.

 

Ante este espectáculo, la hermana Wanda clamó al Señor Jesús: "¿Qué ha pasado? ¿Dónde estás?"

 

Torturada

 

 

Y recibió la respuesta del Amado Jesús: "El sufrimiento será igual al de las almas del Purgatorio, durará más de seis años. Pasarás durante este tiempo blasfemias semejantes a las del infierno, pero permanece conmigo. Yo estaré contigo, te enviaré Ángeles de Consolación. Serás tentada, pero con la gracia de mi Madre saldrás victoriosa".

 

Dos días más tarde, la hermana Wanda también fue detenida; la llevaron al edificio del Ministerio de Seguridad en Vilnius. Comenzaron los interrogatorios y torturas. Los agentes encargados de la investigación sabían que se trataba de una monja, por lo que para algunos esto era motivo de burla y particular malicia hacia la "impostora mundana"; para otros este hecho despertaba un cierto atisbo de piedad.

 

Su salud decayó rápidamente y se renovaron los estigmas. Finalmente, tuvo que ser trasladada al pabellón hospitalario de la prisión de Lukiszki. Allí padeció varias enfermedades graves de las que no sanaba y además persistía el asunto de los estigmas, que los médicos no sabían cómo ayudarla y tenían la sensación de estar ante un misterio.

 

Purgatorio

 

El periodo de encarcelamiento de Wanda, su "purgatorio" se conoce en detalle gracias al diario que, tras su liberación, escribió a instancias de su confesor. De estos relatos sencillos, honestos y concisos se desprende toda la verdad sobre el alcance de los sufrimientos de la estigmatizada y también sobre la acción de Dios a través de ella.

 

Ya en el hospital de la cárcel de Lukiszki, Wanda comprendió su tarea: "Intentaba ayudar a quienes más sufrían y daba mis alimentos, rezaba el rosario en común, lo que estaba estrictamente prohibido. En los registros nos quitaban y destruían los rosarios o las cruces de pan, pero en esto era incorregible y volvía a hacer lo mío".

 

El sufrimiento físico la acompañaba constantemente: "A consecuencia de estas diversas enfermedades corporales, me volví diferente con respecto al Amadísimo, es decir, más atrevida, tal vez incluso -por así decirlo- odiosa. Por la menor cosa me dirigía a Él, le contaba todo, a Su Madre, a los Santos y a los Ángeles Custodios. Me compadecí de tantos jóvenes que estaban encarcelados, que ya habían sido juzgados y condenados a ser fusilados. Se lo presenté todo al Cielo".

 

La acompañaba el pensamiento de que sentía lo que sentía el Señor Jesús, el prisionero en el Sagrario: "Esta comprensión de los sufrimientos del Prisionero Eucarístico me afectaba más dolorosamente que los dolores del cuerpo, y al mismo tiempo surgía en mi alma una presencia tan viva de Dios que me traía alivio en momentos de pesadísimas penas del alma".

 

Pasión interminable

 

 

Tras su condena a 10 años de prisión, la hermana Wanda fue internada en una cárcel de Verkhne-Uralsk debido a que su estado de salud le impedía trabajar en el gulag. Allí permanecía más a menudo en el hospital de la prisión que en una celda compartida.

 

Como no abandonaba sus prácticas de oración, a las que se unían sus compañeras de celda, a menudo era citada para un interrogatorio combinado con vejaciones y condenada a la celda de castigo. Allí sólo duraba dos o tres días, tras los cuales, gravemente enferma, tenía que ser enviada al hospital. Lo mismo sucedía una y otra vez.

 

En total, la hermana Wanda padeció muchas enfermedades: pielonefritis, inflamación de la vesícula biliar, peritonitis grave, gripe, amigdalitis, dos veces meningitis y una operación por un tumor en el pecho, resultado de un golpe durante el interrogatorio.

 

Parecía un esqueleto. Los médicos intentaban ayudarla, pero ellos mismos pensaban que era un milagro que siguiera viva. Vieron sus estigmas, presenciaron los éxtasis durante los cuales Wanda experimentó la muerte del Señor Jesús; pensaron que era ella la que moría. Afirmaron que lo que estaban viendo superaba las categorías de la medicina.

 

El recuerdo más entrañable de Wanda es el de su prolongado periodo en una celda individual, sin contacto con nadie, al que fue condenada tras las denuncias de una compañera de celda convertida en presa: "Noches de insomnio, horribles, largas y a la luz rojiza y diminuta, que estropea los ojos y dificulta la mirada (...). Por tu cabeza pasan negros pensamientos: todo es falso, has engañado a la gente y a ti mismo (...). Me resulta difícil describir los tormentos de mi alma en este momento (...). El nombre ‘Jesús’ lo era todo: tanto en la meditación como la oración. Otras veces sólo era capaz de pronunciar: ‘María sin pecado concebida’. Puedo comparar este periodo con el infierno (...). Dios, ¡qué duro es vivir sin Dios! ¡Oh, pobre de esa gente que no le conoce!... Así quería Dios hacerme sentir todavía la vida del alma sin Él... No se lo deseo a nadie".

 

Sólo después de la muerte de Stalin, en 1953, el régimen carcelario se suavizó un poco. Wanda volvió a la celda colectiva.

 

El don de Dios

 

Cómo sobrevivió sor Wanda al "purgatorio" de la cárcel, aguantando física y, sobre todo, mentalmente tantos años sin los sacramentos, nos lo explica un extracto de sus memorias:

 

"La presencia de Dios o de Nuestra Señora no abandonaba mis pensamientos. En tales momentos, podía transportarme a alguna iglesia donde Jesús estaba triste en el Sagrario o cuando Jesús descendía obedientemente a las tenues formas de la hostia. Muchas veces he intentado, al menos en pensamiento, unirme a los espíritus de los Ángeles Eucarísticos para adorarlo en la Misa. En varias ocasiones he tenido la impresión de que el Jesús Eucarístico estaba en mi corazón, aunque puede ser mi imaginación, pero sentía como si lo recibiera”.

 

Llegó 1956, el año del "deshielo" en la URSS. Se revisaron las condenas, se liberó a gente de las cárceles y de los campos de trabajo. Surgió la esperanza de la liberación de la hermana Wanda Boniszewska y su repatriación a Polonia. Un médico que intentaba mejorar su salud le susurró: "Tú, Wanda, eres creyente, reza, entonces pronto volverás a casa".

 

Finalmente, el 22 de agosto de 1956, la sentencia de Wanda Boniszewska fue revisada y anulada. A la mujer se le permitió legalmente regresar a Polonia, pero en su estado de salud se temía que no llegara con vida. Por ello fue enviada a un campo de tránsito para extranjeros en Bykov, cerca de Moscú. Allí Wanda sobrevivió a otros peligros, por lo que su "purgatorio" continuó hasta el último momento.

 

Terminó el 15 de octubre de 1956: la hermana Wanda llegó con un grupo de polacos liberados a Biała Podlaska tras un día de viaje. "Nos recibieron muy bien. Un baño, cena, un médico y una cama limpia", recuerda. Al día siguiente partió hacia Varsovia, y de allí a la Casa General de la Congregación de las Hermanas de los Ángeles en Chylice.

 

En espera de la venida del Señor

 

 

De este período de la vida de la mística es del que menos se sabe. Y fue muy largo, pues duró 36 años. Lo pasó sucesivamente en Chylice, Bialystok, Lutkowka, cerca de Varsovia, y en Czestochowa, donde ella y la hermana Rodziewicz trabajaron como amas de llaves para los Hermanos Doloristas; a partir de 1988, debido a su mal estado de salud, fue internada permanentemente en la Casa General de Chylice.

 

El sufrimiento acompañó a Sor Wanda a todas partes. De la cárcel trajo la salud arruinada. En 1962 tuvo que ser operada de un tumor (meningioma) en el cerebro. Se sospechaba que tenía tuberculosis.

 

Tenía pocas fuerzas para trabajar y, para colmo, en 1985, atropellada por un vehículo en la calle, sufrió una fractura del cuello del fémur. Dos operaciones posteriores no tuvieron el resultado esperado y durante el resto de su vida la hermana Wanda sólo pudo moverse con muletas. No se quejó y nunca habló de sus experiencias en la cárcel.

 

Estas circunstancias, unidas a repetidas -aunque menos frecuentes que antes- experiencias místicas (éxtasis, visiones, estigmas), aun profundamente ocultas, hicieron que Sor Wanda no pudiera participar plenamente en la vida de su comunidad religiosa, aunque anhelaba hacerlo.

 

La Pascua de Sor Wanda

 

Desde 1974, los estigmas de las extremidades desaparecieron, quedando sólo las heridas del costado y la cabeza.

 

Su confesor, el padre Jan Pryszmont, todavía conocido de Pryciun, le prestó una atención pastoral regular y atenta, importante sobre todo cuando ya no podía caminar, lo que ocurrió durante los diez últimos años de su vida. Entonces se unió la arteriosclerosis.

 

Toda la vida terrena de Sor Wanda estuvo marcada por grandes sufrimientos y, al mismo tiempo, por una alegría, una paz interior fruto de la unión mística en el amor con Jesús, que es la participación en sus sufrimientos por la salvación de los pecadores.

 

 

Fuentes: VaticanNews.va, Trwajciewmilosci.pl/

Compartir en:

Portaluz te recomienda