Aunque estaba casado y era padre de dos hijas, por años João Carlos da Silva Dias mantuvo centrado su corazón en la investigación científica sobre Ingeniería de Biosistemas y enseñar a sus alumnos del Instituto Superior de Agronomía, en la Universidad Técnica de Lisboa. “Mi universidad, mis proyectos de investigación, mis estudiantes, eran todo para mí”, cuenta Joao.
Su testimonio, que ha publicado en el blog “santidade”, refiere que nació en Carcavelos, ciudad costera de Portugal cercana a Lisboa, el 22 de noviembre de 1958; siendo educado y criado en una familia católica “no practicante” y, en consecuencia, no recuerda “haber hecho la primera comunión”, puntualiza. Sin embargo, jamás olvidó la fe de su abuela, “católica devota”, que falleció cuando él tenía sólo 10 años.
No era consciente de sus pecados
Por décadas la fe, la Iglesia, estuvieron fuera de su vida; cuestión que cambió en 1982, año de su graduación en el que también se enamoró de su actual esposa, una católica coherente, que a diario rezaba, iba a misa y dejaba ver a todos su fe. Por amor, dice, en ocasiones aceptaba alguna de las reiteradas invitaciones que ella le hacía e iban juntos a la Eucaristía… Ya cuando se casaron en septiembre de 1983, estaba tan presionado por su trabajo que incluso destinaba los fines de semana a una tesis para obtener la maestría. “Era una buena excusa para no acompañarla a la Santa Misa” … siendo además una presión indirecta -por la falta de transporte y la lejanía de la iglesia reconoce João- para que algunas veces ella tampoco fuese a la eucaristía.
En una curiosa interacción de este matrimonio, para algunas fiestas del año como Pascua o Navidad João aparentaba aceptar el ir a confesarse como una forma de “retribuirle el amor que me tenía y cuando se privaba de la misa para hacerme compañía”, señala. Ella le pedía que fuera a confesarse y él, alegando que no tenía pecados, pues de hecho -aclara- no era consciente de ellos… “terminaba preguntándole: «Dime uno de mis pecados». Ella lo hacía y yo iba obedientemente, aunque mis confesiones duraban 20 segundos. Es decir, le decía al sacerdote los pecados que ella me había revelado y luego volvía a ella muy contento porque sabía que por un tiempo no volvería a pedírmelo”.
Pasaron los años, tenían dos hijas, João vivía centrado en la Universidad cuando de pronto, en octubre de 2000, su esposa sufrió una crisis nerviosa seguida de una depresión y presentó licencia por enfermedad en el trabajo. Entonces descubrió "milagrosamente", recuerda João, un grupo de oración carismático que le ayudó a restaurar la salud y cuando regresó a trabajar destinó el tiempo libre de los jueves a un grupo de adoración al Santísimo Sacramento. Esta decisión traería una real revolución en la vida de toda la familia...
La Reina de la Paz, mediadora para la conversión de todos

“El primer día que ella fue allí le regalaron una imagen de la Virgen de Medjugorje, quedó encantada con su belleza y preguntó quién era. Le explicaron las apariciones que estaban teniendo lugar en una aldea de Bosnia Herzegovina y ese día volvió a casa entusiasmada. Le dijo a mis dos hijas, de 9 y 11 años respectivamente: «Chicas, la Virgen se aparece en Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina (ex-Yugoslavia) desde hace 20 años, ¡y yo no lo sabía! Tenemos que ir allí». Luego se volvió hacia mí y me dijo que le gustaría ir. Le dije que sí. Ella me preguntó: «¿Y tú?» Yo le dije: «Tú adéntrate en tu vida y yo en la mía. El lugar debe ser hermoso y veré la agricultura, las montañas, las playas, etc.». De vez en cuando me preguntaba: «¿Así es que no vienes con nosotras?» y yo le contestaba que iba a ir con ellas, pero que seguiría con mi vida y ellas con las suyas”.
Decidida, respaldada por las hijas de ambos, la esposa de João compró un libro que informaba sobre los sucesos de Medjugorje y supo que la mejor fecha de viaje era para el llamado “Festival de la Juventud” entre el 31 de junio y el 5 de agosto de ese año 2001.
El 30 de junio João, su esposa e hijas se embarcaban en el aeropuerto de Lisboa rumbo a Dubrovnik (Croacia) desde donde se desplazarían por tierra hasta la aldea de Medjugorge (Bosnia Herzegovina) en un viaje de unas tres horas. “Debo confesar que ese día me sentí muy mal porque todos pertenecían a tal o cual grupo de oración, desarrollaban tal o cual actividad en la Iglesia… Llegamos a Medjugorje por la noche al Hostal donde nos dieron una habitación desde cuyo balcón se podía ver el monte Krisevack coronado por una gran cruz a la derecha y el Podbrdo, casi al frente del hostal, el monte de las apariciones”.
Sin saber qué pedir

Fueron ellas quienes pasaron a João una hoja presionándolo a que también escribiese. Y aunque “no quería ni sabía qué decir”, terminó cediendo y escribió en el papel: «La Virgen interceda por mí ante Dios para que me perdone mis pecados».
Ve a confesarte

A partir de ese momento, João estuvo disponible para ayudar y participar en todas las actividades. Su esposa -que ya sabía lo que él había vivido y lo calificaba como una “inmensa gracia de Dios”-, no cejaba en insistirle que se confesase. Él se resistió hasta que ella aprovechando la presencia del sacerdote que acompañaba al grupo, padre João de Brito, le pidió a este que esperase a su esposo en el confesionario… “Entonces me quedé callado, y sintiéndome atrapado le dije a mi esposa la misma frase de antaño: «Para confesarme, tienes que decirme mis pecados». Ella me respondió: «Vete con el sacerdote, tienes mucho que hacer», y pidió a mis hijas que me acompañaran. Fui allí con ellas, entré en el confesionario y mi confesión duró dos horas… un relato de toda mi vida pasada. Sé que duró dos horas porque mis hijas cuando volvíamos lo dijeron a su madre: Madre, fue una vergüenza, el papá entró al confesionario y estuvo allí dos horas… yo sólo cantaba, yo estaba en las nubes… Fui a misa ese día de la Transfiguración y desde entonces las misas han dejado de ser aburridas; sólo me entristece cuando se celebran apresuradamente o sin cantos”.
El fuego del Espíritu Santo
Un hombre nuevo regresó a Portugal. Vivía a diario la necesidad imperiosa de “estar con Dios”. Oraba, rezaba el rosario, adoraba a Dios en el Santísimo Sacramento expuesto, ayunaba, iba a misa varias veces por semana… En definitiva comenzó a madurar su conversión.
El camino hacia una fe confiada a la voluntad de Dios fue un proceso no exento de quiebres refiere João en su testimonio (que puedes leerlo completo en portugués pulsando aquí). Pero el Espíritu Santo -sirviéndose de distintas comunidades católicas, sacerdotes y su paciente esposa- conquistó el alma de João cuando él se perdonó y perdonó.
“…el fuego del Espíritu Santo descendió, se apoderó de mí y me quemó, provocándome una gran curación interior… durante dos días me sentí quemado por Ese Fuego… en la zona física de mi corazón que parecía estar ardiendo. No podía dormir, sólo recé, le pedí perdón a Dios y perdoné a todos los que en la vida me habían herido… Con mi mente muy limitada pienso que esta fue la culminación de la gran intercesión de la Virgen ante Dios que yo había pedido en Medjugorje. Jesús está vivo y el Espíritu Santo está activo. Dios quiere salvar a todos y resucitar a todos los que están lejos de Él como yo lo estaba. Finalmente, me gustaría agradecer a quienes oraron por mí y decir que todo esto sólo fue posible gracias al Amor, la Misericordia y la Gracia de Dios y porque muchos oraron e intercedieron por mí. Que Dios te bendiga. Alabada y glorificada sea la Santísima Trinidad y la Santísima Virgen María, mi querida Madre en el Cielo”.
João Silva Dias, oriundo de Carcavelos (Portugal), terminó de escribir este relato de su vida el 6 de abril de 2008. Desde entonces ha dado testimonio en algunos lugares de Europa, África, Asia y Latinoamérica.