En ocasiones nos resulta misterioso el modo de actuar de Dios. Sobre todo, no llegamos a comprender su silencio, su aparente ausencia, frente a nuestras oraciones que, según nosotros, no habrían sido escuchadas.
Sin embargo, a pesar de ese extraño silencio, Dios actúa de muchas maneras. Incluso podemos decir que cada día nos acercamos a Él porque Él está a nuestro lado.
Un escritor anónimo, quizá un monje italiano del siglo XVII, escribía lo siguiente:
“A nosotros puede ser que nos parezca que Él (Dios) tarda, y nuestra fe muchas veces se debilita, como ocurre con las vírgenes necias (cf. Mt 25,3); pero Él es fiel a sus promesas”.
Frente a ese misterioso “retraso” de Dios, necesitamos despertar en nosotros la certeza de su fidelidad y de su cercanía. Así lo leemos en las líneas que siguen al texto antes citado:
“Y este venir de Dios ocurre en el tiempo: la respuesta de Dios a la oración del hombre se produce en el correr del tiempo. En efecto, Él, con el pasar del tiempo (que, en el sufrimiento, para nosotros parece lentísimo), se acerca a la creatura, y cuando, en la muerte, el encuentro ocurrirá finalmente en su plenitud, Él la recreará y la introducirá en el lugar donde todo es nuevo, donde cada lágrima es enjugada y donde todo deseo encuentra paz en la visión”.
La conclusión ante esta certeza no puede ser más consoladora. Así lo dice este monje anónimo: “De modo que el pasar de los días es Dios que se acerca; el madurar de las edades coincide con el acercarse de Dios”.
Sí: Dios se acerca cada día. En medio de las luchas y las dificultades, cuando los sufrimientos y las lágrimas nos asedian, tenemos una certeza que nadie nos puede quitar: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
(Los textos del monje anónimo del siglo XVII están tomados de este libro: Maestro di San Bartolo, Abbi a cuore il Signore, Edizioni San Paolo, Milano 2020, p. 253).