"En la primavera de 1980, tenía a la sazón 19 floridos años. Era atractivo, optimista, aventurero, alegre y bullicioso; buen deportista, desenfadado, con un gran sentido del humor y una cultura admirable, fruto no de mis escasos estudios, sino de mi afán por devorar todo tipo de libros y de preguntar, de experimentar, de vivir intensamente con el objeto de adquirir cierta sabiduría de la vida que me proporcionase un poco de felicidad".

 

Así comienza el relato autobiográfico de Alberto Morala de la Viuda, exadepto de una secta gnóstica. Lo publicó en 1995, en un libro titulado Las sectas, trampa y engaño, hoy descatalogado. Vale la pena conocer la historia de su caída y de su recuperación.

 

La trampa de la gnosis

 

Víctor Manuel Gómez Rodríguez (Samael)

 

En el mundo hispanohablante hay decenas de sectas herederas del colombiano autoproclamado "Samael Aun Weor" (en realidad, Víctor Manuel Gómez Rodríguez, fallecido en 1977). Un líder esotérico a quien sus cientos de miles de seguidores consideran "Nuestro Señor el Cristo, Budha Maitreya, avatara e iniciador de la Era de Acuario". Alberto, un joven español, fue una de sus víctimas en la década de los 80.

 

En su testimonio también hay lugar para reconocer las carencias que lo hicieron más vulnerable a la captación sectaria. "Tenía problemas de convivencia con la familia por mi carácter rebelde, es cierto, era irresponsable y me importaba un pimiento el porvenir; ello no era obstáculo para alcanzar bastante éxito social, sobre todo entre las chicas, y aunque sufría algún desequilibrio emocional, debido a la inmadurez de aquellos años, todo me sonreía en la vida".

 

Así fue la captación sectaria

 

 

A raíz de la muerte accidental de un buen amigo, entró en una profunda crisis. "Había perdido mi fe en la Iglesia Católica y en todo lo que sonase a religión, por lo que aquel doloroso suceso me dejó desnudo y sin defensas, frente a mí mismo y la eternidad. Comencé a preguntarme sobre el más allá, y como no hallaba respuestas en mi interior, cometí el error de inclinarme hacia el esoterismo, las ciencias ocultas, la parapsicología…", escribe años después.

 

Una persona le aconsejó acercarse al Centro de Estudios de Antropología Gnóstica en la ciudad de León, donde vivía, y empezó a asistir a sus conferencias. "En el transcurso de dos años, me adentré más y más en sus conocimientos, produciéndome a la postre, en la mente, unos efectos devastadores".

 

Alberto Morala recuerda que los adeptos "eran personas extremadamente seductoras, capaces de hacerte creer, a medida que te lavaban el cerebro, en cosas absurdas; con una capacidad de atracción, absorción y sugestión tan elevada que, por definirla de algún modo, parecían serpientes balanceándose al sonido de una flauta, dispuestas a saltar sobre ti en cualquier momento y acabar con tu vida".

 

En qué creen las sectas gnósticas

 

 

La doctrina esotérica gnóstica "la guardan celosamente en secreto y solamente la van revelando a medida que te lavan el cerebro. La llaman la Enseñanza o bien el Conocimiento; aunque predican la objetividad, su principal maestro e impulsor, ya muerto, Samael Aun Weor, asevera enérgica y constantemente en sus escritos que tal enseñanza es irrebatible, irrefutable", tal como explica Alberto.

 

Por otra parte, esta enseñanza "es marcadamente sincrética. Toma elementos de las religiones más importantes de la actualidad y del pasado, de la filosofía, de la psicología y de la ciencia". Según afirman los libros gnósticos de Samael y sus herederos, "todas las religiones son perlas engarzadas en el collar de oro de la Divinidad", de forma que "aspiran a alcanzar una religión propia de la Nueva Era de Acuario, en la que aseguran nos encontramos".

 

Su modus operandi

 

 

"La forma que utilizan para tomar contacto y adentrarse en tu interior es la de conferencias públicas, de tipo pseudo-religioso, pseudo-filosófico, pseudo-psicológico y pseudo-científico; empleando frecuentemente en el transcurso de ellas, técnicas subliminales, sofrológicas y conductistas, para conseguir la captación de los asistentes", afirma.

 

"Insisten mucho, sobre todo al principio, en la filosofía oriental, muy atractiva a los jóvenes que buscan respuestas en su vida, y a medida que se van adueñando de tu mente, efectúan una persistente y gradual despersonalización del individuo, imbuyéndote la falsa convicción de que en nuestro interior conviven con nosotros una multitud abigarrada de yoes o demonios que nos atenazan". Esos demonios deben ser destruidos, según los gnósticos, "con el fuego de la Alquimia Sexual, también llamada Magia Sexual", que es su principal técnica de despersonalización.

 

"Sus métodos coercitivos efectúan una labor lenta, pero constante y progresiva, de desestabilización y desequilibrio interior del neófito, en la medida en la que éste cree en sus enredos y pone su vida en manos de sus líderes, produciéndole efectos totalmente perniciosos en su salud y en su personalidad, con el ladino propósito de separarle de su entorno afectivo y social", analiza tras la experiencia. Todo un proceso de manipulación que conduce a la persona a "un autoaislamiento que facilita considerablemente la labor de despersonalización del pobre infeliz que ha caído en las redes de estos falsos pastores".

 

Lo que sufrió Alberto

 

 

Alberto Morala escribe en su relato que en algunos casos de especial gravedad (como lo fue el suyo) "el adepto llega a perder completamente la razón". Y enumera los síntomas que padeció: "razonamiento escaso o nulo; inestabilidad emocional acusada, pasando casi sin transición de estados de euforia a estados de depresión; pérdida del libre albedrío; disminución de la capacidad intelectual, del vocabulario y del sentido del humor; tendencias psicóticas, delirios, pánico, confusión mental, desdoblamiento de la personalidad y paranoia".

 

Todo esto provocó su "internamiento en un hospital para enfermos mentales, en el transcurso del cual llegué a sufrir de tal manera que no se lo deseo ni siquiera a los maestros gnósticos, causantes de mi desgracia". Su balance final es tajante: "se adueñan de tu personalidad, de tu mente y de tu voluntad hasta límites verdaderamente increíbles".

 

Otra herramienta que utilizan es el miedo al fin del mundo, ya que las sectas gnósticas enseñan que "sólo se salvarán unos pocos escogidos, que sobrevivirán en una isla desierta, protegida por sus maestros, mientras que el resto del planeta perecerá envuelto en terribles cataclismos. Basan sus afirmaciones sobre el fin de la humanidad en que se está acercando peligrosamente a nuestra Tierra un planeta llamado Hercólubus".

 

Al fin, brilló la luz de la fe

 

 

En la sanación de Alberto no sólo fue importante el tratamiento psiquiátrico que recibió durante su hospitalización, sino que influyó de forma notable la acción de la Iglesia, tal como reconoce al escribir esto: "fui ayudado desinteresadamente por sabios y bondadosos sacerdotes, monjas y hermanos de San Juan de Dios, en cuyo sanatorio estuve ingresado”. También destaca la importancia de su tío Victoriano, “un sabio y piadoso monje benedictino, cuya influencia fue decisiva para convertirme a la fe católica".

 

Añade que estos sacerdotes y consagrados "contribuyeron de este modo a mi total recuperación y posterior conversión al catolicismo, brindándome un soporte espiritual del que carecía, pues mi mente era un auténtico caos". Porque, como él mismo explica a modo de balance de su experiencia, "no es el dinero el principal móvil de los movimientos gnósticos", de forma que "no persiguen otro fin que la propagación del error y del mal en el mundo".

 

A su salida de la secta no quedó sumido en la increencia y en el rechazo de todo lo espiritual, como les sucede a tantos exadeptos. Alberto Morala subraya que "existen unas pocas verdades, entre tantísimo engaño". Y concluye, como valoración global de las enseñanzas esotéricas: "no tengo constancia alguna de que cualquiera de esas pocas verdades ocultas las dijera Jesucristo, por lo que estoy realmente seguro de que no son necesarias para la salvación, que es, a fin de cuentas, lo único esencial en esta vida, pues en este mundo sólo triunfa el que se salva".

 

Gracias a Dios, reconoce, "tuve la inmensa fortuna, al penetrar en este universo desconocido, de sacar billete de ida y vuelta. Otros no han tenido tanta suerte". Y recuerda que "contra los gnósticos y contra los que, como ellos, son falsos maestros y falsos doctores, nos alertan los apóstoles en numerosos pasajes de las Sagradas Escrituras", citando expresamente 1 Tim 1, 3-7; 2 Pe 1, 16; 1 Jn 2, 18-19; 4, 1-3; y Jud 4.8-10.

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