Tragedia y redención de la actriz Eve Lavallière
Eve Lavallière nació en Francia y tuvo el más trágico comienzo de vida que cualquier niña pueda tener. Su padre, un alcohólico, en un arrebato de ira le disparó a su madre y luego se suicidó... Y Eve fue testigo de esta masacre. Luego, siendo apenas una adolescente, se escapó a París en busca de un sueño: ser una actriz famosa, y lo consiguió.
París fue la cuna de sus sueños y también de su ruina. Cayó en una vida inmoral. Reyes y reinas solían venir a verla. Sus grandes dotes eran incuestionables. Su voz y belleza eran excepcionales. Pero nada de esto era suficiente y como ella misma lo menciona vivía "en un mar de pecado".
Se convirtió en la amante de un noble, luego de un director de teatro. La felicidad se le escapaba. Aprendió amargas lecciones y terminó profundamente decepcionada y herida. Aun así, su carrera se disparó, el público le arrojaba flores a sus pies entre ovaciones. Sin embargo, una vez que bajaba del escenario, se sumía en la miseria. Tres veces estuvo al borde de la desesperación y decidió acabar con su vida, y tres veces por la gracia de Dios, se contuvo.
Pero, aunque tenía el alma encadenada, Eve era consciente y anhelaba su liberación... "El oro corría por mis manos, tenía todo lo que el mundo podía ofrecer... Sin embargo, me consideraba la más infeliz de las almas. La fama, el estrellato, el dinero, estas cosas no satisfacen al alma hambrienta, solo Dios lo hace. El amor a este mundo no es suficiente. Solo el amor de Dios es suficiente", escribiría años más tarde.
Conversión
Hacia 1917 Estados Unidos la quería. Se organizó una gira especial. Sin embargo, agotada, alquiló un castillo en la campiña francesa y se fue a descansar. Allí conoció a un buen sacerdote...
Un día en que pasó a visitarla, el presbítero le comentó: "¡Es una lástima que no tengas fe!". A lo que Eve respondió: "Pero, ¿qué es la fe?" En seguida, con algo de sorna, le dijo al sacerdote que ella había hecho un pacto con el diablo, pero cuando fracasó, llegó a la conclusión de que el diablo no existía. "Bueno, te aseguro que existe", replicó el sacerdote y se marchó.
En la quietud del lugar las palabras del cura quedaron resonando en el alma de Eve y pensaba: "Si el diablo existe, Dios también existe. Y si Dios existe, ¿qué estoy haciendo yo en este mundo? ¿Qué estoy haciendo con mi vida?" Este fue un gran punto de inflexión en la vida de Eve.
A la mañana siguiente, el sacerdote fue a visitarla y nada más verla le dijo: "Mademoiselle lo que me ha contado ayer me ha perturbado. Pasé la mayor parte de la noche en oración, pidiéndole a Dios que me inspirara cómo ayudarla. También celebré la Santa Misa con la misma intención. Aquí le he traído la Vida de Santa María Magdalena, lea este libro de rodillas, y verá lo que Dios puede hacer con un alma como la suya".
"Después del almuerzo" -según comentaría tiempo después un mozo del lugar-, "Eve se sentó cerca de la cocina y comenzó a leer en voz alta". El entusiasmo se apoderó de ella. Nunca la habían oído leer con tanta convicción. Eve siguió leyendo, con la voz quebrada por los sollozos. María Magdalena, cuya vida abordaba el libro, también había sido una pecadora. Había conocido a Jesús y su vida se había transformado. Ella amaba al Señor y se convirtió en su seguidora más ferviente. Ella permaneció junto a la cruz mientras Jesús agonizaba, y fue la primera en ver a Jesús vivo en la mañana de Pascua. Había algo en esto que realmente capturaba el corazón de Eve. Si Jesús había sido misericordioso con María Magdalena, entonces... tal vez con ella también.
Poco a poco un gran cambio se produciría en Eve. Durante aquellas semanas de descanso en el campo, se encontraría con el Señor vivo, alcanzando su misericordia y paz.
Nueva página
A medida que Eve vivía su conversión, una nueva página de vida, desistió de su gira por América y nunca volvió a París. Comenzó a pasar horas en oración. Su alma estaba sedienta de Dios. y pronto le pidió al sacerdote ser preparada para recibir la Primera Comunión.
Inició la catequesis, aprendió a gustar del rezo del rosario, se confesó y llegó el ansiado día de su comulgar a Cristo por primera vez en junio de 1917. Desde ese instante Eve renunció a todos sus contratos declarando: "Mi resolución está hecha. A partir de ahora solo Jesús tiene derecho a mi vida".
Dejó París y se fue a vivir a Lourdes, distribuyó gran parte de su dinero entre los pobres, a las misiones y a las casas religiosas. Intentó entrar en un convento carmelita, pero fue rechazada debido a su notoriedad. Durante 4 años se dedicó a la enfermería en Túnez, pero su mala salud la obligó a retirarse. De vuelta en Francia, llevó una vida de oración, meditación y caridad.
En su nueva vida oraba cada día durante más de una hora antes del desayuno. Renunció a todos los lujos, a la pereza y vivía con sencillez. De este modo se mantuvo cerca de Jesús, su nuevo amigo.
Amar
Compró una casita con jardín y vivió allí una vida tranquila de amor y oración. Viejos amigos que venían a visitarla se conmovían hasta las lágrimas. Un periodista la describió: "Escuché con emoción y respeto mientras hablaba... Sus palabras respiran genuina sencillez. La perfección de su vida interior es notable".
En 1929 un gran periódico de París publicó una entrevista de ella. Nos da una pista de su vida tranquila con Dios. El entrevistador le pregunta sobre su enfermedad y sufrimiento. Ella responde: "¡Pero estoy tan feliz! No te puedes imaginar lo grande que es mi felicidad". ¿A pesar de tanto sufrimiento?, insistió el periodista. Eve añadió: "Sí y por ello estoy en las manos de Dios. Cuéntales a mis amigos de días pasados que conociste a la persona más feliz de la tierra".
En su última carta ella escribió: "Todo mi ser se dirige hacia el último fin... amar a Dios que me ama tanto a pesar de mi pasado. Dios mío, te amo con toda mi alma. Incluso si quisiera amar a algo más que a Ti, no podría hacerlo".
Eve murió en julio de 1929 y en su tumba están escritas sus propias palabras: "Lo he dejado todo por Dios. Solo Él me basta".