por Portaluz
24 Diciembre de 2021
El conocido escritor Juan Manuel de Prada no se reconoce como un filósofo, aunque su obra comunica una particular filosofía y, sin privarse de mencionar las reflexiones de otros, intenta revelar además ciertos signos de los tiempos según su personal prisma. Su ejercicio argumental plasmado en libros, columnas de opinión, ensayos y entrevistas -como esta realizada por Religión en Libertad- entre otras, le ha ganado prestigio mundial.
Desde hace muy pocas fechas está en las librerías la nueva obra de Juan Manuel de Prada, donde aplica su visión del mundo, marcada nuclear y capilarmente por el catolicismo, a la realidad colectiva de nuestros días. Lo que propone en este libro que lleva por título Una enmienda a la totalidad, lo define él mismo en el prólogo: “Un puñado de reflexiones políticas (que siempre envuelven, como nos recordaba Donoso, cuestiones teológicas) a la luz del pensamiento tradicional”.
En la siguiente entrevista publicada por “Rel”, de Prada comparte algunos contenidos que aborda en esta nueva obra.
¿Cómo caracteriza el pensamiento tradicional?
Es un pensamiento antitético al pensamiento ideológico. Si hubiera que compendiarlo en un rasgo esencial, yo diría que tiene una distinta visión de la naturaleza humana. Frente al ser humano en constante evolución que defienden las ideologías, un ser humano estable que reconoce en su naturaleza un “datum”, algo dado, inamovible.
Y ligado a esta visión de la naturaleza humana, un concepto radicalmente distinto de libertad. La libertad que proclaman las ideologías es una libertad prometeica, es autodeterminación, mientras que la libertad que proclama el pensamiento tradicional, que es el pensamiento cristiano, es una libertad ligada al orden del ser, a la verdad humana.
Ese pensamiento tradicional queda así fuera de las categorías políticas al uso...
El liberalismo y el marxismo, las izquierdas y las derechas, el conservadurismo y el progresismo comparten las premisas erróneas sobre la naturaleza humana y sobre la libertad humana. Y cuando hablo de naturaleza humana hablo de naturaleza específicamente espiritual, que las ideologías no reconocen o tergiversan.
Al principio del libro, cuando habla con abundancia de estas cosas, sale mucho a relucir el nombre de Leonardo Castellani (1899-1981), a quien siempre ha agradecido que fuera su gran revulsivo intelectual. ¿Cómo, siendo así que el jesuita argentino no era un pensador sistemático?
Porque yo no soy un filósofo ni un pensador sistemático, soy un escritor, y un escritor ofrece su visión de las cosas no de manera sistemática, sino al hilo de su creación literaria. Esto es lo que resulta sugestivo de Castellani. Uno va buscando maestros que se parezcan a lo que tú modestamente eres o pretender ser.
Chesterton es otro caso...
Pero Chesterton, más allá de que con el paso de los años va quedando más apestado en los ambientes literarios de la Inglaterra de su época, fue siempre un escritor aplaudido desde los ámbitos católicos, mientras que Castellani es un escritor rechazado en el mundo católico oficialista, y esto le añade una riqueza humana e intelectual muy fuerte que a mí me ha resultado también muy provechosa.
¿Por qué?
Cuando ves el rechazo que ciertos sectores eclesiásticos tienen hacia ti... Castellani me ayudó a entenderlo. Es un escrito my iluminador, porque todas las realidades naturales las analiza con una luz sobrenatural y específicamente escatológica, una mirada que está ausente en gran parte de la cultura católica.
¿Qué aporta una mirada escatológica?
Más allá de que el Apocalipsis sea una profecía que nos habla del final del mundo y de la historia, es también un libro de teología de la historia y que nos tiene que enseñar a ver en los signos de los tiempos prefiguraciones del final de los tiempos. Es la doctrina del tipo y el antitipo: hay determinados acontecimientos en la historia humana que son tipo del antitipo final.
¿Y los acontecimientos actuales admiten esa caracterización escatológica?
No se trata de decir que estamos viviendo es el final de los tiempos, pero son evidentemente un tipo muy claro. Reúnen todas las características propias del final de los tiempos: una serie de fenómenos naturales -una plaga- acompañan a un fenómeno espiritual: una apostasía. Una gran tribulación: está perfectamente descrito. Todos los signos nos están hablando, con una lectura escatológica, de que estamos inmersos en uno de esos tipos que nos permiten entrever y penetrar en los misterios apocalípticos. Esto es indudable. No se trata de decir que estemos en el reinado del Anticristo, pero evidentemente estamos inmersos en una situación que prefigura ese reinado del Anticristo.
Poderes cada vez más despóticos imponen una marca sin la cual, en algunos países, no puedes trabajar ni viajar, “ni comprar ni vender" (Ap 13, 17)...
No se trata de decir que el pasaporte covid sea la marca de la Bestia, pero es evidente que la prefigura. Es perfectamente lícita esta lectura escatológica, que no es tanto una lectura apocalíptica en el sentido burdo que a veces se le atribuye a la expresión, sino en el sentido hondo de entender el sentido de la historia, de dar una lectura sobrenatural a acontecimientos que se nos trata de presentar como puros hechos científicos o puros avatares políticos. No. Yo creo que hay un hondo sentido sobrenatural en todo lo que está sucediendo. No se trata ni de hacer catastrofismo ni nada parecido, pero tenemos la obligación de estar atentos. La concentración del poder a la que estamos asistiendo es un rasgo muy específico del reinado del Anticristo.
Lo anticipó Robert Hugh Benson en El Señor del Mundo...
Que el Papa constantemente nos recomienda leer. Con muy buen criterio, para que sepamos lo que está sucediendo. El hecho de que quienes nos están conduciendo a la perdición y a la destrucción, quienes nos lanzan las instrucciones más contradictorias y disparatadas, quienes están silenciando el fracaso indisimulable de las medidas de protección contra la plaga, aparezcan ante nuestros ojos como salvadores, es un signo muy específico del reinado del Anticristo.
Antes mencionaba también la apostasía...
Es generalizada. El otro día leí que en Holanda hay ahora 60.000 católicos practicantes, cuando hace cincuenta años había 3 millones. La apostasía generalizada es espectacular, como es espectacular el encogimiento de la Iglesia, no solo numérico, sino la irrelevancia creciente de la iglesia como signo visible de la presencia de Cristo entre los hombres. Estos son hechos que nos deben hacer reflexionar de que indudablemente estamos -al menos- en un tipo que prefigura claramente lo que será esa fase última de la historia humana previa a la Jerusalén celeste.
¿No es peligroso obsesionarse con el fin del mundo?
No nos debe obsesionar, ni caer en cosas grotescas de que el final está próximo, porque no sabemos cuándo será el final. Muchas personas antes han pensado que los signos de los tiempos proclamaban la segunda venida de Cristo. Castellani enseña que la historia no avanza linealmente, pero tampoco es cíclica, es espiraloide y a la vez que avanza retrocede.
El cardenal Newman, en uno de los sermones sobre el Anticristo, dice una cosa misteriosa, y es que de alguna manera en el final de los tiempos, que por supuesto es un designio divino, hay una cierta participación humana.
Los creyentes, a través de nuestros actos, de nuestra oración, de nuestra esperanza y de nuestra fe, también vamos dilatando todos esos acontecimientos feroces del final de los tiempos. Es decir, que los seres humanos de alguna manera estamos aliados con Dios, y que para Dios son gratos los actos nuestros que puedan dilatar este desenlace. Me parece una reflexión muy interesante. Nosotros no tenemos que caer en el fatalismo de que esto ya no tiene solución o de que estamos en una fase definitiva de la historia. Sería una visión muy burdamente apocalíptica frente a esta visión escatológica, que creo que tiene que tener un horizonte más amplio.
Usted denuncia como capitalista ese gran poder que se configura sobre el mundo: le acusan por ello de ser enemigo de la propiedad y del libre mercado...
¡Es que es el capitalismo el que es enemigo de la propiedad y del mercado! Uno de los instrumentos que tiene el mal para encizañarnos es que a la hora de defender o denostar una cosa partamos de una idea abstracta. Mucha gente piensa que el capitalismo es una economía de libre mercado en donde agentes libres concurren y pueden intercambiar sus bienes. Esto no tiene nada que ver con el capitalismo real hoy. No podemos caer en una visión platónica, arquetípica, de las realidades naturales.
Con esto no estoy defendiendo el nominalismo, pero lo que hoy tenemos es un capitalismo global, anticrístico, que concentra la propiedad y la riqueza en unas pocas manos, que devasta las economías nacionales, que impide el libre desenvolvimiento de ese mercado ideal (hoy en día ya puramente hipotético) que está destruyendo la posibilidad de la pequeña propiedad y del trabajo digno. El capitalismo es hoy deslocalización, es especulación con las materias primas, es la devastación del tejido productivo nacional, es la imposibilidad de que tú puedas montar tu pequeño negocio y de que puedas tener un trabajo con perspectivas de promoción.
¿Por qué ha usado la expresión “capitalismo anticrístico”?
Este capitalismo, en su fase monstruosa, desatada, global, de concentración de la propiedad y la riqueza, está acompañado de un fenómeno que es también muy claramente anticrístico y que Chesterton percibió hace un siglo, cuando era mucho más difícil de percibir (porque hoy nosotros lo tenemos muy evidente): y es que este capitalismo está ligado al antinatalismo, al odio a la procreación.
¿En qué percibe ese odio?
En la época de Chesterton era impedir la anticoncepción mediante artilugios o fármacos, o el aborto. Hoy todo esto ha sido superado mediante la exaltación de otro tipo de aberraciones que denomino 'derechos de bragueta'. El capitalismo global no tiene unas intenciones puramente de orden material, sino también de orden espiritual: la creación de este tirano gigantesco específicamente anticrístico que grandes nombres del pensamiento tradicional atisbaron y que hoy se ha hecho realidad ante nuestros ojos.
¿Y qué papel juega la izquierda que presume de anticapitalista?
Hay personas en la izquierda que merecen respeto, porque por la razón natural perciben lo que está sucediendo, aunque de forma incompleta, porque les falta la luz de la fe. Pero están atrapadas porque se han convertido en adalides de esa izquierda presuntamente anticapitalista que es la izquierda caniche lacaya de la plutocracia, que además se ha quitado la máscara de forma absolutamente descarada y es la encargada de mantener engañada a la gente y de llevarla a los rediles que convienen a la plutocracia.
Pasolini esto lo capta a finales de los 60 y principios de los 70: que la revolución neocapitalista que viene -y se está refiriendo a esto que padecemos hoy- va a utilizar a las fuerza de la oposición de la izquierda como banderín de enganche.
Es importante que los católicos nos demos cuenta. No podemos seguir aceptando el marco mental de la Guerra Fría: comunismo malo, capitalismo bueno. Esto ha cambiado mucho. El capitalismo y el comunismo han formado una amalgama. Lo percibió hace un siglo Hilaire Belloc. En El Estado servil hace una reflexión: cada vez que el capitalismo entra en crisis, tiene ante sí dos opciones para solventarla, las tesis tradicionales y las tesis socialistas. Y siempre se asocia con el socialismo. Ahí están el propio Estado del Bienestar o el estado capitalista subsidiado...
Pero hoy es algo mucho más profundo. Hoy no se trata de poner parches en el orden capitalista, sino de que desde las posiciones presuntamente comunistas se le está insuflando una gasolina antropológica al capitalismo global, que necesita destruir las comunidades, destruir los vínculos sociales, destruir las familias, convertir a la gente en una papilla totalmente dependiente de sus derechos de bragueta, entes con Tinder, pero sin amores auténticos, gentes que hayan renunciado a la procreación, que no deseen formar una familia. Solo así conseguirán que la gente no tenga nada y sea feliz.
Todo un proyecto de ingeniería social...
Es que la idea falsa de la libertad como autodeterminación necesita transformar la naturaleza humana. Lo que anhela la naturaleza humana es la quietud, la estabilidad, el ser. Los ingenieros sociales intentan continuamente cambiar la naturaleza humana, vendiéndote golosinas para que tú no concibas la naturaleza humana como algo estable sino como un devenir.
¿Es el blasfemo "en el principio era la Acción" de Fausto?
El mal se puede disfrazar de bien y adoptar muchos discursos ideológicos, pero al final nunca va a poder reprimir su origen, que está en la frase bíblica: "Pongo enemistad entre tú y la mujer, entre tu descendencia y la suya" (Gn 3, 15). El odio del mal a la procreación, a la infancia, siempre está presente. Es lo que hay detrás del aborto, de la obsesión por que los niños no estén a gusto en el sexo que la naturaleza les ha dado. Todo esto son rasgos muy definitorios del mal, y la ingeniería social, en su esfuerzo por convertir esta libertad maligna en la libertad que funde la falsa convivencia humana, tiene que atacar de lleno la infancia. Esto explica que en las películas infantiles se introduzcan mensajes monstruosos, que en las escuelas se esté metiendo la ideología de género. Y explica también todas las enfermedades del alma que están aflorando en nuestra época y que se inoculan desde la más tierna infancia.
¿Ahí se incluye el transhumanismo?
Las ideologías siempre han querido traer el paraíso a la tierra. Las ideologías transgeneristas y transhumanistas también. Puesto que han cegado la única vía sobrenatural que tenemos los seres humanos para transhumanarnos -que es la aspiración a la vida eterna, que nos convierte en algo más grande que meros seres humanos-, tienen que traerlo a esta vida terrenal. Pero a medida que avanzamos por ese camino hacia la fase anticrística de la historia, esos traslados del paraíso a la tierra cada vez son más perversos, más monstruosos; más diabólicos, en definitiva.