Opinión

Un recordatorio necesario

por P. Ronald Rolheiser 02-05-2025

Un monje benedictino me contó esta historia. Durante sus primeros años en la vida religiosa, había estado resentido porque se le exigía pedir permiso a su Abad si quería algo: "Me parecía una tontería, yo, un hombre adulto, un adulto, tener que preguntar a un superior si podía comprarme una camisa nueva. Me sentía como un niño".

Pero a medida que envejecía su perspectiva cambió: "No estoy seguro de todas las razones, aunque estoy seguro de que tienen que ver con la gracia, pero un día llegué a darme cuenta de que había algo de profunda sabiduría en tener que pedir permiso para todo. No somos dueños de nada; nada nos viene por derecho. Todo es don.  Así que lo ideal es pedirlo todo y no tomarlo como si fuera nuestro por derecho. Tenemos que estar agradecidos a Dios y al universo por todo lo que se nos ha dado. Ahora, cuando necesito algo y tengo que pedir permiso al Abad, ya no me siento como un niño. Más bien, siento que estoy más en sintonía con la forma en que deben ser las cosas en un universo orientado al don, dentro del cual nadie tiene derecho a reclamar nada en última instancia".

Lo que este monje llegó a comprender es un principio que subyace a toda espiritualidad, a toda moral y a cada uno de los mandamientos, a saber, que todo nos viene como regalo, nada puede reclamarse como si se nos debiera. Debemos estar agradecidos a Dios y al universo por habernos dado lo que tenemos y tener cuidado de no reclamar, como si fuera un derecho, nada más.

Pero esto va en contra de muchas cosas de nuestro instinto y de nuestra cultura. En ambas hay voces fuertes que nos dicen que si no puedes tomar lo que quieres entonces eres una persona débil, débil en un doble sentido. En primer lugar, eres una personalidad débil, demasiado tímida para reclamar plenamente la vida. En segundo lugar, te han debilitado los escrúpulos religiosos y morales y eres incapaz de aprovechar el día y estar plenamente vivo. Estas voces nos dicen que tenemos que madurar porque hay mucho en nosotros que es temeroso e infantil, un niño cautivo de fuerzas supersticiosas.

Precisamente a causa de estas voces, hoy, en una cultura que profesa ser cristiana y moral, las principales figuras políticas y sociales pueden creer y decir con toda sinceridad que la empatía es una debilidad humana.

Necesitamos recordar algo importante.

La voz de Jesús es radicalmente antitética a estas voces. La empatía es la penúltima virtud humana, la antítesis de la debilidad. Jesús observaría todo lo que hay de asertivo, agresivo y acumulativo en nuestra sociedad y, a pesar de la admiración que recibe, nos diría claramente que eso no es lo que significa venir al banquete que se encuentra en el corazón del reino de Dios. Él no compartiría nuestra admiración por los ricos y famosos que con demasiada frecuencia reivindican, como por derecho, su riqueza y estatus excesivos. Cuando Jesús afirma que es más difícil para un rico ir al cielo que para un camello pasar por el ojo de una aguja, podría haberlo matizado añadiendo: «A menos, claro, que el rico, infantilmente, pida permiso al universo, a la comunidad y a Dios, ¡por cada camisa nueva!».

Cuando era novicio religioso, nuestro maestro de novicios intentó inculcarnos el significado de la pobreza religiosa haciéndonos escribir en el interior de cada libro que nos entregaban las palabras latinas: ad usum. Literalmente: para vuestro uso. La idea era que, aunque ese libro te fuera dado para tu uso personal, no te pertenecía. Era sólo para tu uso; la verdadera propiedad estaba en otra parte. A continuación se nos dijo que lo mismo ocurría con todo lo demás que se nos daba para nuestro uso personal, desde los cepillos de dientes hasta las camisas que llevábamos puestas. No eran realmente nuestros, sino que nos los daban para nuestro uso.

Un joven de aquel noviciado que abandonó la orden hoy es médico. Sigue siendo un amigo íntimo y una vez me contó cómo hoy, siendo médico, sigue escribiendo esas palabras ad usum en cada uno de sus libros. Su razonamiento es el siguiente: "No pertenezco a una orden religiosa. No tengo voto de pobreza, pero el principio que nos enseñó nuestro maestro de novicios es tan válido para mí en el mundo como para un novicio religioso. No somos dueños de nada. Esos libros no son realmente míos. Me han sido dados, temporalmente, para mi uso. En última instancia, nada pertenece a nadie y es mejor no olvidarlo nunca". Por muy ricos, fuertes y adultos que seamos, hay algo saludable en tener que pedir permiso para comprar una camisa nueva. Nos mantiene en sintonía con el hecho de que el universo pertenece a todos, a Dios en última instancia. Todo nos llega como un regalo y, por tanto, nunca debemos dar nada por sentado, sino sólo como concedido.