Qué hacer cuando no hay nada que hacer
¿Qué hacer cuando una herida o una pérdida te dejan irremediablemente desconsolado y no hay nada que puedas hacer para enmendar la situación?
Asimismo, ¿qué haces o dices cuando intentas consolar a alguien que está paralizado por la pérdida? Por ejemplo, ¿qué le dices a alguien que está velando a un ser querido que muere joven? ¿Qué le dices a alguien que acaba de perder a un ser querido por suicidio?
¿Qué hacer o decir cuando uno no puede hacer nada práctico para enmendar una situación de ruptura?
El poeta Rainer Marie Rilke recibió una vez una carta de un hombre que acababa de perder a un ser querido, luchaba contra la desesperación y buscaba desesperadamente cualquier cosa que evitara que su corazón se rompiera.
Rilke le envió estas palabras: «No tengas miedo de sufrir: toma tu pesadez y devuélvela al propio peso de la tierra; las montañas son pesadas, los océanos son pesados». (Sonetos a Orfeo) Estas palabras hacen eco a las del Libro de las Lamentaciones (3,29), donde el autor sagrado nos dice que a veces todo lo que se puede hacer es poner tu boca en el polvo y esperar.
A veces lo único que podemos hacer es poner nuestros labios en el polvo y esperar. A veces debemos devolver la pesadez de nuestro dolor a la propia tierra.
Es curioso que podamos aceptar esas palabras y la paciencia que exigen cuando el dolor que nos aqueja es físico y no emocional y psicológico. Por ejemplo, si tenemos un accidente y sufrimos una grave fractura en una pierna, simplemente aceptamos que, sin importar la frustración, estaremos incapacitados durante varias semanas o meses y no hay nada que se pueda hacer al respecto. Simplemente debemos aceptar la situación y dejar que la naturaleza siga su curso. En detrimento nuestro, no solemos aceptar del mismo modo las fracturas emocionales y psicológicas. Cuando se nos rompe el corazón, queremos una solución rápida. No queremos que nuestro corazón vaya con muletas o en silla de ruedas durante algunas semanas o meses.
Pues bien, no todas las pérdidas y los desamores son iguales. Hay pérdidas que son menos paralizantes, en las que, a pesar de un golpe amargo en el corazón, ya hay presentes elementos de consuelo y curación. Lo experimentamos, por ejemplo, en el funeral de un ser querido que vivió y murió de tal manera que, a pesar de perderlo a causa de la muerte, en un nivel más profundo ya sentimos cierta paz, incluso en su partida.
Pero hay pérdidas tras las cuales, durante un tiempo, no hay consuelo ni palabras (por muy verdaderas y llenas de fe que sean) que nos quiten la amargura y el dolor de nuestra pérdida. Por ejemplo, he visto esto a veces en el funeral de alguien que murió por suicidio. En ese crudo momento, no hay nada que podamos hacer o decir que levante del polvo los corazones de los seres queridos que han quedado atrás y están de duelo. Las palabras necesarias, las palabras que expresan nuestra fe y nuestra esperanza, serán útiles más tarde, pero pierden su poder existencial cuando el dolor es tan crudo.
Recuerdo un funeral al que asistí hace varios años. La mujer de la que nos despedíamos había muerto de cáncer, joven aún, a los cincuenta años. Comprensiblemente, su marido estaba desconsolado. En la recepción posterior al oficio religioso, uno de sus amigos íntimos, tratando de animarle, le dijo: «Está con Dios; está en un lugar mejor». A pesar de ser un hombre de fe y de acabar de salir de un servicio religioso que celebraba públicamente esa fe, su respuesta fue: «Sé que tienes buenas intenciones, pero eso es lo último que necesito oír hoy».
Las palabras de fe que nos dirigimos unos a otros ante la amarga pérdida y la muerte son ciertas. Esta mujer, sin duda, estaba en un lugar mejor. Pero en un momento de dolor profundo, las palabras no tendrán mucho impacto emocional o psicológico.
Entonces, ¿qué podemos ofrecer a los demás en situaciones como ésta? ¿Qué pueden ofrecernos los demás cuando estamos paralizados por el dolor?
Podemos ofrecer nuestra impotencia, nuestro yo silencioso, nuestra incapacidad para decir o hacer algo que nos quite la pesadumbre. Y quizá nada sea tan fructífero en una situación trágica como la empatía que brota de la impotencia mutua. Todavía podemos pronunciar palabras de fe, pero tenemos que aceptar que no darán todo su fruto hasta más tarde.
Lo que nuestro yo mudo de dolor dice en momentos de impotencia es lo que dicen tanto el Libro de las Lamentaciones como el poeta Rilke: A veces lo único que puedes hacer es poner tus labios en el polvo y esperar, y al hacerlo estarás devolviendo tu pesadez a la propia tierra. Paradójicamente, la aceptación de la pesadumbre puede ser lo único que nos levante el ánimo.