Leon XIV insiste en la unidad
Hechos
En un servicio digital de noticias de España, leí que alguien está calificando a León XIV como El Papa de la unidad. Y esa parece ser una de sus inquietudes, tanto a nivel interno de la Iglesia Católica, como a nivel social y global. Si no estamos unidos, nos destruimos unos a otros y nuestra pastoral no es creíble.
Cuando, en 1991, llegué como obispo a Tapachula, en Chiapas, me encontré un presbiterio dividido en tres facciones: los más jóvenes, formados en el recientemente clausurado Seminario Regional del Sureste (Seresure), con una pastoral marcada en el compromiso social. Los mayores de edad, casi todos provenientes del centro del país, con una pastoral más centrada en lo cultual. Y los de media edad, que no sabían para dónde inclinarse. Con el tiempo, Dios nos ayudó a ser un presbiterio muy unido, respetando las legítimas diferencias, pero con un ambiente muy cordial. Daba gusto reunirse mensualmente.
Cuando, en el año 2000, llegué a la diócesis de San Cristóbal de las Casas, me encontré con una sociedad muy dividida, tanto entre indígenas y mestizos, como entre simpatizantes de la lucha armada promovida por el zapatismo y sus contrarios. La división más delicada era entre seguidores de mi antecesor y quienes lo rechazaban, incluso entre mismos indígenas. Fueron años muy difíciles, pues cada grupo eclesial defendía a capa y espada su postura. Algo pudimos avanzar en el proceso de reconciliación, pero es una tarea no terminada.
Esto que he vivido personalmente, sucede en muchos otros campos eclesiales. A nivel general, muchos aceptamos con entusiasmo al Papa Francisco, pero otros, incluso cardenales, descalificaron sus opciones y cuestionaron sus actitudes. Esta es la realidad que ahora toca atender al Papa León XIV, y por ello su insistencia en que trabajemos por la unidad a nivel interno, para así poder colaborar en la unidad y la paz social. Lo acaba de remarcar a los obispos italianos.
Iluminación
En su homilía del domingo de Pentecostés, expresó: "El Espíritu abre las fronteras en nuestras relaciones. En efecto, Jesús dice que este Don es el amor entre Él y el Padre que viene a habitar en nosotros. Y cuando el amor de Dios mora en nosotros, somos capaces de abrirnos a los hermanos, de vencer nuestras rigideces, de superar el miedo hacia el que es distinto, de educar las pasiones que se sublevan dentro de nosotros. Pero el Espíritu transforma también aquellos peligros más ocultos que contaminan nuestras relaciones, como los malentendidos, los prejuicios, las instrumentalizaciones.
"El Espíritu Santo hace madurar en nosotros los frutos que ayudan a vivir relaciones auténticas y sanas: «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza». De este modo, el Espíritu expande las fronteras de nuestras relaciones con los demás y nos abre a la alegría de la fraternidad. Y este es un criterio decisivo también para la Iglesia; somos verdaderamente la Iglesia del Resucitado y los discípulos de Pentecostés sólo si entre nosotros no hay ni fronteras ni divisiones, si en la Iglesia sabemos dialogar y acogernos mutuamente integrando nuestras diferencias, si como Iglesia nos convertimos en un espacio acogedor y hospitalario para todos.
Acciones
Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a educarnos para construir la unidad desde nuestras familias y parroquias, respetándonos unos a otros en nuestras diferencias, pero aceptándonos como hermanos, miembros del mismo cuerpo eclesial.