Frente al mal en el mundo, sea a nivel de algunos gobernantes, banqueros, empresarios, intelectuales, sea a nivel de ese mal “casero” que entra en las personas y en las familias, ¿qué podemos hacer? Algunos pueden sentirse derrotados: la fuerza de la propaganda manipuladora, del engaño sistemático de algunos líderes de opinión, del control de los sistemas políticos, provoca miedo y, en muchos casos, un sentimiento de impotencia. Sin embargo, un creyente en Cristo sabe que ningún poder humano, por más perverso que pueda ser, cambia los corazones de quienes tienen fe, esperanza, caridad. Por eso, frente al mal en el mundo, que en ocasiones avanza hasta límites insospechados, podemos responder con la oración, con el perdón, con la valentía de los mártires que dicen no al pecado y sí al amor. Parece difícil, sobre todo cuando vemos cómo la censura ahoga cada vez más a quienes piensan de manera distinta al “sistema”, cómo libertades básicas están en peligro con la excusa de la “seguridad nacional” o de la “salud”, cómo la economía verdadera es asfixiada por impuestos y leyes absurdas. Pero el mal queda herido de muerte cuando respondemos con el bien, con la confianza en Dios, con la certeza de que nunca la verdad puede ser apagada, aunque algunos divulguen millones de mentiras asfixiantes. Basta con seguir a quienes, con humildad y valentía, dan pasos concretos para vivir según el Evangelio. Entonces, la luz se difunde entre las tinieblas, y más corazones se abren a la gracia de Cristo que salva. Frente al horizonte de males que parecen casi omnipotentes, lo que podemos hacer es algo tan sencillo como acudir a Dios, rezar por nuestros enemigos, y afrontar cada día con la sencillez de los niños que abren sus ojos a la verdad y se dejan conducir por el amor auténtico.