No hay nada tan psicológica y moralmente peligroso como mentir, como negar la verdad. Jesús nos advierte que podemos cometer un pecado imperdonable que (según sus palabras) es una blasfemia contra el Espíritu Santo.
¿Cuál es este pecado? ¿Por qué es imperdonable? ¿Y qué relación tiene con no decir la verdad?
Este es el contexto en el que Jesús nos hace esta advertencia. Acababa de expulsar a un demonio y algunas de las personas que lo habían presenciado creían, como dura doctrina religiosa, que sólo alguien que viniera de Dios podía expulsar a un demonio. Pero ellos odiaban a Jesús, así que verle expulsar un demonio era una verdad muy inconveniente, tan inconveniente de hecho que eligieron negar lo que acababan de ver con sus propios ojos. Y así, en contra de todo lo que sabían que era verdad, afirmaron que Jesús había expulsado el demonio por medio de Belcebú, el príncipe de los demonios. Sabían que no era así. Sabían que estaban negando la verdad.
La primera respuesta de Jesús fue intentar hacerles ver su mentira. Apela a la lógica, argumentando que si Belcebú, el príncipe de los demonios, está expulsando demonios, entonces la casa de Satanás está dividida contra sí misma y acabará cayendo. Pero ellos persisten en su mentira. Es entonces, en ese contexto específico, cuando Jesús pronuncia su advertencia sobre el peligro de cometer un pecado que no puede ser perdonado porque blasfema contra el Espíritu Santo.
En esencia, ¿qué hay en esta advertencia?
Las personas a las que Jesús se dirigió habían negado una realidad que acababan de ver con sus propios ojos porque les resultaba demasiado difícil aceptar su verdad. Así que negaron su verdad, plenamente conscientes de que estaban mintiendo.
Pues bien, la primera mentira que decimos no es tan peligrosa porque seguimos sabiendo que estamos mintiendo. El peligro es que si persistimos en esa mentira y seguimos negando (y mintiendo) podemos llegar a un punto en el que nos creamos la mentira, la veamos como verdad, y veamos la verdad como falsedad. La perversión se ve entonces como virtud, y el pecado se convierte en imperdonable, no porque se niegue el perdón, sino porque ya no creemos que necesitemos el perdón, ni de hecho lo queremos o estamos abiertos a recibirlo.
Siempre que mentimos o negamos la verdad de alguna manera, empezamos a deformar nuestra conciencia y, si persistimos en ello, con el tiempo (y no es una expresión demasiado fuerte) pervertiremos nuestra alma de modo que para nosotros la falsedad parezca verdad, la oscuridad parezca luz y el infierno parezca el cielo.
El infierno nunca es una sorpresa desagradable que espera a una persona básicamente honesta y feliz. El infierno sólo puede ser el florecimiento pleno de una larga y sostenida deshonestidad en la que hemos negado la realidad durante tanto tiempo que ahora vemos la deshonestidad como verdad. No hay nadie en el infierno que esté arrepentido y deseando tener otra oportunidad de vivir y morir en gracia. Si hay alguien en el infierno, esa persona, sin importar su miseria privada, se siente engreída y mira con cierto desdén la ingenuidad de los que son honestos, los que están en el cielo.
¿Y cómo es eso una «blasfemia contra el Espíritu Santo»?
En su carta a los Gálatas, San Pablo expone dos formas fundamentales en que podemos vivir nuestras vidas. Podemos vivir fuera del espíritu de Dios. Lo hacemos cuando vivimos en la infidelidad, la idolatría, el odio, el sectarismo y la deshonestidad. Y la mentira es lo que nos lleva allí. Por el contrario, vivimos dentro del espíritu de Dios, el Espíritu Santo, cuando vivimos en la caridad, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la compasión, la fidelidad, la mansedumbre y la castidad. Y vivimos dentro de ellos siempre que somos honestos. Por tanto, siempre que mentimos, siempre que negamos la realidad, siempre que negamos la verdad, estamos (en efecto y en realidad) saliendo del espíritu de Dios, blasfemando de ese espíritu al desdeñarlo.
Satanás es el príncipe de la mentira. Por eso el mayor peligro en nuestro mundo es la cantidad de mentiras, desinformación, malinformación y negación rotunda de la realidad que está presente en casi todas partes hoy en día - siempre que, al parecer, no encontramos la verdad a nuestro gusto. No hay nada más destructivo y peligroso para la salud de nuestras almas, la posibilidad de crear comunidad entre nosotros, el futuro de nuestro planeta y nuestra propia cordura, que la negación rotunda de la verdad de algo que ha sucedido.
Cuando se niega la realidad: cuando se reescribe un hecho histórico para borrar una verdad dolorosa; cuando te dicen que algo que presenciaste con tus propios ojos no sucedió; cuando alguien dice que el holocausto no sucedió; cuando alguien dice que nunca hubo esclavitud en este país; o cuando alguien dice que no murieron niños en Sandy Hook, eso no sólo deshonra a millones de personas, sino que juega con la cordura de toda una cultura.
Cuando algo ha sucedido y posteriormente se niega, eso no sólo se burla de la verdad, sino que juega con nuestra cordura, sobre todo con la de quien dice la mentira.