Hay quienes instrumentalizan a los migrantes y refugiados convirtiéndolos en rehenes, y esto hace noticias diariamente. Hay quienes construyen apresuradamente barreras de alambre de espinas para repeler la "invasión" de niños indefensos, mujeres y hombres que deambulan con frío y necesitados de todo por los bosques de la frontera entre Bielorrusia y Polonia, y esto también es noticia. Hay quienes salen a la calle para apoyar las políticas de los constructores de muros, en nombre de una identidad que se proclama cristiana, y esto tampoco escapa al radar de los medios de comunicación.
Pero también hay quienes se rebelan, en silencio, sin manifestarse, sin salir a la calle, y quedándose en casa lejos de las cámaras, encienden antorchas de humanidad. Y cuando esta noticia llega a las páginas de los periódicos -los diarios italianos Avvenire y Repubblica la tienen-, revive la esperanza. En Polonia, en algunas casas de la frontera, cerca del bosque donde se desarrolla el drama de los emigrantes, hay hombres y mujeres que no se han rendido a la globalización de la indiferencia, conscientes de las raíces cristianas que no se han convertido en ideología, sino que se inspiran en el Evangelio vivo, el de la parábola del buen samaritano.
Son personas que recuerdan la enseñanza de San Juan Pablo II, citada hace tres días por el Papa Francisco al final de la audiencia general: "Hoy el mundo y Polonia necesitan hombres de gran corazón". Y aunque saben que se arriesgan a ser denunciados por ayudar a la inmigración ilegal, estos buenos samaritanos dejan una luz verde encendida en su casa por la noche, advirtiendo de que allí, tras las ventanas iluminadas, hay un plato de sopa caliente y una manta a disposición de quienes pasen por allí, sin importar sus pasaportes o visas. O dejan leche recién ordeñada, zapatos y bidones de agua frente a la puerta, para que los voluntarios silenciosos, que se desplazan al caer la tarde, puedan recoger estos regalos y dejarlos en el bosque para quienes tanto los necesitan. Intentar evitar que estas personas desesperadas mueran", dijo Wiktor Jarocki, activista de una asociación católica de Krynki, "es un crimen hoy en día". Pero recordamos la lección del Papa Wojtyla y desobedecemos de manera legal: olvidarse de la comida y la ropa en el bosque puede ocurrir y hoy es indispensable".