El mundo antiguo había observado una característica del pasado: nadie puede modificarlo.
Una batalla vencida o perdida, un juramento respetado o violado, un propósito hecho realidad o dejado a un lado: todo ha quedado “esculpido” en el camino del tiempo.
Junto a esa característica, que no deja de sorprender en nuestros días, descubrimos que el futuro tiene siempre algo de indeterminado.
Encontramos, así, dos datos constantes en la experiencia humana. Antes de que algo ocurra, nada estaba determinado. Una vez que algo ocurre, resulta inmodificable.
A pesar de que somos conscientes del pasado como algo fijo para siempre, muchos se lamentan de lo que pasó, incluso desearían renegar y “cambiar” la historia.
La historia, sin embargo, es inmodificable. Ni siquiera Dios, observaban algunos autores, puede hacer que no haya ocurrido lo que ya ocurrió.
Esto puede ser visto como una especie de peso insoportable. Basta con pensar en quien ha cometido un delito grave. ¿Va a tener que vivir siempre con la conciencia de que hizo lo que hizo?
Constatar esta característica del pasado no implica someterse al fatalismo. Sea cual sea nuestro pasado, cada uno tiene ante sí un presente en el que toma decisiones abiertas a construir un futuro nuevo que luego se convertirá en un pasado diferente.
En ese presente experimentamos la grandeza (y el riesgo) de la libertad, que construye cada día decisiones concretas según lo que esperamos para conseguir un futuro mejor.
Esa libertad no está encadenada. Aunque no pueda borrar el misterio del propio pasado y del pasado de la familia o de la patria, nuestra libertad reconoce tantas opciones buenas que pueden convertirse en un camino de rescate.
Por eso, a la hora de tomar decisiones, necesitamos asumir el pasado, tomar conciencia de lo que el presente nos ofrece y nos “pide”, y escoger aquello que permita abrirnos a un futuro mejor.
Los resultados, desde luego, nunca están garantizados, porque jamás lograremos un poder completo sobre todo aquello que gira en torno a cada una de nuestras opciones.
Pero nuestras decisiones, si actuamos desde la confianza en Dios y desde la ayuda de tanta gente buena, abrirán espacios a resultados que, así lo esperamos, harán que el mundo sea un poco más bello y más justo.