La vida de una víctima de trata

20 de marzo de 2014

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La conocí, hace cinco años, en las peores circunstancias. Recuerdo como si fuera hoy que yo llevaba un rosario en la mano, para no quebrarme ante tanto horror.
 
Y también recuerdo que cuando ella vio el rosario comenzó a insultar a Dios con todas las palabras que existen.
 
Sólo dije en susurros "Dios no tiene la culpa de que seamos tan malos". Callé y bajé la mirada para que se escurrieran las lágrimas que me brotaban por todos lados, hasta de los pelos.
 
¿Qué iba a decir ante tanto daño hecho? La habían comprado, vendido, violado, y drogado cientos de veces. No tenía casi músculos ni carne, era un vestido humano de piel cubriendo cientos de huesos. Un esqueleto con algo de vida, si a eso se podía llamar vida.
 
Callé y le ofrecí mi vida a Dios a cambio de que ella se recuperara. En medio del infierno de esa noche interiormente me largué a reír. ¡Cuántas veces le había ofrecido mi vida a Dios! Me reí pues le estaba queriendo hacer trampas al mismo Dios, cuando ya no tenía vida para ofrecer… lo había hecho ciento de veces, en situaciones como esas.
 
Desde ese día comenzamos a vernos seguido. Ella, con sus pocos años, comenzó a caminar despacio. Se le comenzaron a llenar las mejillas y el resto del cuerpo con la carne que faltaba. Era tan hermosa, como lo son todas las jovencitas.
 
También comenzó a dejar que la quisiéramos, sólo eso, a dejar que la amáramos. Con nuestra humanidad y nuestras fallas, pero con un sentimiento honesto y desinteresado.
 
Le llevó años entender que alguien la podía amar, sólo eso. Entendiendo que no tenía que darnos nada a cambio.
 
"¿Qué me van a pedir?" siempre nos decía.
 
Pasó mucho tiempo, y el tema Dios, quedó silenciado. Cuando siento que la ansiedad me puede, siempre recuerdo las palabras de mi abuela "los tiempos son de Dios, no nuestros, hay que esperar aunque esa espera lleve toda la vida".
 
Con el tiempo, y un nuevo comienzo para ella se fue alejando de nosotros. Como se alejan las golondrinas en busca de un nuevo nido. Nosotros le recordábamos el espanto, el dolor, y la muerte. Y en su nueva vida no teníamos lugar. Nos amaba pero necesitaba reconstruir sobre cimientos firmes y olvidar todo lo posible.
 
Pasó más tiempo. A escondidas nunca dejamos de preguntar cómo estaba y conformarnos con un mensaje de vez en cuando o una llamada.
 
Hace unos días me habló -presentándose como si yo no recordara su voz-, para invitarnos a su casamiento. En medio de la conversación distendida y larguísima, me dijo que nos invitaba a todos a su casamiento "por iglesia", y al final agregó "Dios no tiene la culpa que haya personas malas, pero sí le agradezco que haya personas buenas". ¡Podría asegurar que lo dijo mientras una sonrisa se dibujaba en su carita de papel!
 
Una vez una monjita en medio de una noche gris y helada, se sentó en una silla de mimbre y me dijo "Ali, si pudiéramos hacer algo, sólo algo por una persona, por una sola, quizás ahí está el secreto". Sabia la monjita ¿verdad?.
 
 

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